miércoles, 23 de enero de 2008

Rituales

En realidad es cierta manera de hacer las cosas lo que te diferencia de la gente común. Supongo que en mi caso se trata de esos pequeños rituales que sólo yo realizo, o al menos eso creo. La leche condensada en el café podría convertirse en uno de esos símbolos de mi extraña maraña de cosas que suelo hacer, pero es algo reciente, y sin tanta profundidad, una mera curiosidad. 
Hoy volví a la universidad con la intención de lograr obtener dictar más horas de monitoría que me permitan pagar las cervezas que acostumbro tomarme los fines de semana. Observaba a los estudiantes de primer semestre en su semana de inducción y me dí cuenta de lo mucho que he cambiado en todo este tiempo. Entré de nuevo a la biblioteca de mis amores, y terminé viendo de nuevo Ciudadano Kane. Maravillado por la notoriedad de la actuación de Orson Welles, compré un tinto y un pastel y me fuí a una pequeña playa esperando encontrarme con el toque de una banda de la facultad de música. La cosa nunca terminó de cuajar, y era lógico teniendo en cuenta de que no han empezado clases y los primíparos están apenas empezando a adaptarse al campus. Con algo de decepción, pero maravillado por el equipo de micrófonos con el que cuenta la universidad para estos eventos, me encaminé de nuevo al centro.

Y es lo de siempre, entre al Parque Nacional como siempre lo hago, y me sorprendió ver un gran número de los mismos prímiparos de primer semestre intentando socializar entre ellos y jugando fútbol entre los árboles, sin saber que ese era el espacio reservado de toda la vida para los constructores en horas de descanso. Seguí mi rumbo acostumbrado, hacia la torre del reloj en el interior del parque. Es una zona llena de árboles enormes, y contiene otra pequeña plaza con jardines hermosos y una fuente en el centro. Alrededor tiene un pequeño pasaje, un camino en ladrillo y paredes cubiertas de enredaderas. Un lugar mágico donde suelo sentarme a encontrar inspiración. El sol ardiente que en estos días visita la ciudad no me permitió decidirme del todo, así que seguí mi caminata hacia el centro de la ciudad. 
Esta vez tome otra ruta, más cerca de la montaña, más complicada, pero con un rumbo algo definido. Quería como siempre llegar hasta el Museo de Arte Moderno, pero esta vez a comprar unos cuadernos diferentes que sólo venden en las tiendas Taschen. La ruta nueva me permitió observar nuevas arquitecturas, nuevas locaciones, nuevos lugares para pensar en la historia de la ciudad. Pasé por el Colegio Mayor de Cundinamarca y la parte de atrás del Museo Nacional. Me dió algo de nostalgia al enterarme de que el Círculo de Lectores había decidido mudarse para el norte, pero pude entender la necesidad de una clientela más prolija. Seguí mi rumbo hasta el Planetario y la Plaza de Toros, ya que también tenía la intención de conocer el lugar donde se encuentra Socorro Bar, donde parece que puede surgir la posibilidad de tocar con la banda. Camine al Parque de la Independencia y quedé maravillado de inmediato. No suelo llegar hasta este punto, y mi preferencia por la cercanía del Parque Nacional había opacado mis intenciones de conocerlo. Quede sorprendido por lo organizado de sus jardines, y la presencia de caminos estrechos alrededor de un sendero inclinado que le dan cierta presencia. Esboce una sonrisa al darme cuenta de que este lugar se encuentra bajo la sombra del edificio más alto de Colombia, y que sin embargo parecía extremadamente alejado del bullicio y la confusión del centro de los negocios del país. Al fin encontré ese pequeño puente que desemboca al Mambo (Museo de Arte Moderno de Bogotá) y llegué inspirado y feliz sólo para darme cuenta de que era la hora del almuerzo y la tienda estaba cerrada. Estoy convencido de que este lugar es inhóspito para la mayoría de los personajes que estudian mi carrera, y eso me llena de sentido de pertenencia. Reconocí un grafiti en una pared, y reflexioné un rato sobre lo complicado del arte callejero. Proseguí mi rumbo, y llegué a la Cinemateca Distrital buscando algo en la programación que me sacara de la acera, pero la proyección siguiente estaba algo alejada. Entré a unas casas musicales y pregunté por la armónica que tanto he querido pero cada vez aparece más esquiva. Luego, un bus y de regreso a casa.

Ahora caminar el centro en soledad se me hace algo natural y poco extraño. Ya he dejado de sentir nostalgia por esa incursión furtiva entre multitudes de personas. Cada persona es diferente, y supongo que esta es una de las cosas que me distinguen. Sin embargo, por alguna razón, nadie conoce este ritual. Lo he querido mantener en secreto, no por miedo a que me vean extraño, sino porque no sirve de nada tener impulsos de ese tipo en los círculos sociales donde debo moverme. Lo repito sin cansancio cada vez que se me cruza el tema, cuando camino sin rumbo sólo estamos la acera, yo y mis pensamientos. Soy yo. Soy más yo que nunca. El anonimato que brinda los ríos de personas son el ideal para pasar desapercibido y no esperar ninguno tipo de juzgamientos de nadie. Parece que es contradictorio con ese corazón romántico que tengo, pero en el fondo, al no aparecer nadie, la soledad no parece nada malo. Al menos tengo tiempo para estos fogueos que me satisfacen al animal curioso dentro de mi mente. Pensar y caminar, ese es mi ritual.

1 comentario:

Laura dijo...

Recomendando: "Pasear" de Thoreau... muy acorde