miércoles, 28 de marzo de 2012

babe
babe
babe

is our Psalm

viernes, 23 de marzo de 2012

El tobillo y la metafísica

Hace falta un acto irremediablemente violento para reconocer la fragilidad de la existencia corporal. Un esguince y el indescriptible dolor asociado me hizo reconsiderar la existencia de un plano metafísico.

Duele. Duele como debe doler un castigo en el infierno. El dolor puede estar en la cabeza, pero mi cabeza decía que había perdido un miembro, decía que un tren de carga había aplastado mi extremidad; en mi cabeza era el final de los tiempos, y por unos alargados instantes, sentí que no tenía una razón para vivir. Quería alejarme de mi pie, abandonarlo a su ya estropiada suerte, dejar mi cuerpo atrás y volar a un lugar donde no interese la carne. Un adorado y cálido lugar sin tobillos.
Dolor. Físico dolor. Dolor pragmático y persuasivo. Dolor sin sangre ni simbolismo. Dolor de nervios y articulaciones. Dolor repugnante. Dolor de mierda.

El cuerpo vale poco. Es un recipiente demasiado sencillo para albergar tanta estupidez y drama.


Empiezo a sufrir de la mente tormentosa del escritor apaciguado.

lunes, 19 de marzo de 2012

The show is over. We took for granted that life's supposed to be a movie. We even made it a soundtrack. We explored every corner of the universe and yet we get shocked by traffic jams. We got connected, endlessly, trying to find value in shouting words to the very thin air of virtuality. We publish our life in an attempt to find a meaning in it. We work, we fuck, we eat. We gave away the leftover, the breadcrumbs of passive beings. We don't stop (They don't let us stop) We choose the same and make the safest to subdue. Then, we die.

De anchoas y rostros

Soy el ingeniero que lee Kafka.

El rumor de la humanidad te arrastrará aunque te tapes los oídos y te alejes de la ventana. Los sonidos familiares de tu casa se llevaran prematuramente los gritos de tu mente intranquila.
Fumo porque me aceita las neuronas. La dulce intoxicación pulmonar es una manera consiente de repudiar la realidad corporal y la esclavitud intelectual. No hay frustración ni resignación, ni siquiera una búsqueda especial de sentido o un odio real por las sonrisas de la sociedad. Solo un andar inerte en el río del tiempo humano. Una piedra más en el fondo del caudal planetario. Un insignificante pez más en un cardumen de anchoas.

Hay algo hermoso en el anonimato de las miradas. La primera vez que leyó El Hombre de La Multitud pensó que se trataba de otra historia obscura de Poe. Se dio cuenta, sin embargo, que en la historia existen personajes que necesitan las masas para no afrontar el mundo. En mi caso, después de recorrer las calles con un verdadero hambre de ciudad, éstas se volvieron ahora caminos conocidos y valorados no por la aventura de flaneur sino por el anonimato de los rostros. No busco que las multitudes dirijan mi camino, busco perderme en las miradas anónimas, mezclarme como un personaje del escenario y desaparecer. Ser completamente único, completamente solo, y zambullirme sin preámbulos en un mundo sin rostros.

domingo, 11 de marzo de 2012

Leer afuera

Kafka pensó en un animal. El topo era perfecto para los monólogos y la descripción a partir de los sonidos. La cucaracha era perfecta para describir el encierro de la familia. La alegoría del caballo era demasiado evidente.

J. pensó en iniciar por describir la escena del café. Nunca se había percatado que a veces no era necesario delinear el escenario más que por algunas pinceladas. Lo importante era marcar el tiempo de la acción. Tendría que utilizar correctamente las palabras requeridas para documentar el paso de los segundos.

Kafka en Praga. La ciudad que conoció de primera mano la historia europea sin ser la protagonista de los libros de historia. Sufrió de las inclemencias de las guerras, hambrunas, invasiones, tergiversaciones ideológicas, socialismo, capitalismo, feudalismo, estupidez. Kafka pertenecía a esa raza capaz de entender el dramatismo del alma humana sin caer en el fatalismo del alma rusa de Dostoievsky, sin caer en el optimismo romántico del renacimiento francés, sin el sensible fatalismo de occidente. Cuando un occidental lee a Kafka, no encuentra Nihilista. Cuando un oriental lee a Kafka lo encuentra ridículamente neutro.

J. se quitó los lentes. Su miopía era la misma miopía de los pintores impresionistas. A la distancia, en las horas de los árboles iluminados por la amarilla luz artificial del farol de la avenida, reconoció la caricia del viento frío de la noche en la ciudad. A más de tres metros, las imágenes parecían más pinceladas que fotografías, y los rostros eran versiones difuminadas de retratos en pastel, sin bordes. Prefería su visión difusa a un mundo perfectamente delimitado. Solo se preguntaba cuántas estrellas más veían los demás en el cielo.

Parejas. El hombre tiende a juntarse en pares. Solía observar con detalles las expresiones corporales a su alrededor. En la noche, el café solía llevarse de parejas que intentaban ocultar sus intenciones tras una conversación. Un hombre en un costado de las pequeñas mesas circulares y al otro lado una mujer. Al sentarse, se traza una línea invisible en el diámetro de la mesa que no pueden atravesar las manos de los jugadores. El juego inicia con cada pieza del tablero en su costado.
Piden algo de tomar. Las blancas mueven: el hombre propone un brindis y lleva la copa hasta el borde de su territorio, adentrándose por primera vez en las defensas todavía expectantes de las fichas negras.
Las negras mueven: responden con un cierre temporal del tránsito por el canal de acceso, se cruza de brazos y toma un sorbo de coctel mientras mira a otro lugar.
J. identifica el turno en el tablero del el ángulo del tronco del cuerpo de él sobre la silla. Es matemático. En cada maniobra, el jugador intenta acercarse más al terreno contrario, y su ángulo pélvico se reduce. Al terminar la jugada, el ángulo vuelve a su posición inicial o se torna obtuso en una jugada de defensa.

J. se toma un sorbo de cerveza negra. La cerveza negra y el Tom Collins son los únicos placeres por los que le interesa conservar un mal pago trabajo de oficina. Se acaba la gasolina en su encendedor y desiste de prender un nuevo cigarrillo., Se tiende sobre la silla incómoda y su ángulo pélvico es ahora obtuso: era el turno de la soledad.

Kafka se burla del hombre en 1912.

Se acaba la cerveza negra y pide la cuenta.