lunes, 21 de diciembre de 2009

December

Loneliness seems to be the only place to find myself. I can't blame people around who feel I'm leaving them behind. I've been through so many faces: the colorful charming bachelor, the dark politic rebel, the electro dancing funky guy.... all of those were mere masks, made just to deny myself, made to fit somewhere. Fitting is actually easier than it may sound, a matter of mastering your speech to whatever person wants to hear, just a slow teasing that helps you getting inside other's thoughts. These last months were heavy, and I chose it to be that way to be sure I could get to a closure. But the side effects weren't worth it. Resignation, alienation, blindness. I have no masks now, and the bare skin seems boring... just a misplaced loner who thinks too much and makes no much about what he thinks.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Primera foto: Flaneur e Infancia

Todavía el sol se reflejaba en los vidrios de la ciudad. “En Bogotá, los muertos no reviven”, pensó. Cansado de malgastar las pocas neuronas que tenía en estudiar abstracciones matemáticas que no le arreglaban nada en la vida, decidió caminar sin rumbo en la ciudad, como hacía cada vez que tenía un momento de lucidez o siempre que sentía que debía alejarse de la rutina académica para encontrarse consigo mismo. Era un tipo alto, delgado y en exceso despeinado. Su postura nunca era la adecuada y su piel era el reflejo fiel de una raza mestiza: un zambo de ojos dormidos y expresión seria, de labios gruesos y de una envejecida mirada obtenida por exceso de reflexiones y falta de sueño. Tenía la altura necesaria para distinguirse en la multitud, y una miopía permanente le encarceló los ojos en vidrio. Con ese semblante siempre parecía mantener una distancia inicial a primera vista, aunque desarrolló con el tiempo una empatía especial para poder conversar con cualquiera. “Cuestión de retórica” decía cada vez que le preguntaba como hacía para lograr ciertas cosas o cuando decía el apunte perfecto para hacer reír a su público. Igual sufría de exceso de pensadera, de paranoia política, de mamertismo seudointelectual, de idiotez burguesa, de mala memoria, de fiebre de fútbol y de dolor de espalda.


Siempre iniciaba sus caminatas en un parque, así que mantuvo la tradición y al lado de un arbusto compró un cigarrillo. Nunca fumaba, pero sentía que caminar y fumar era bueno para la salud, la nicotina funcionaba como aceite para la cabeza, y los pensamientos salían sin rechinar, chocándose contra el asfalto y las multitudes de las calles del centro.


Le gustaba observar. Utilizar sus ojos para encontrar los detalles del mundo que la mayoría ignora por la falta de tiempo o por la ceguera crónica que parecía caracterizar a la gente de su tiempo. Observaba los jardines, observaba los colores de las bufandas, la mágica forma de cruzar los semáforos de los perros callejeros, la forma de caminar de las abuelas olvidadas, los ojos de los enamorados, las medias de las secretarias, los movimientos de militares mirando el culo de las mujeres de manera militar, los zapatos de los lamebotas, los colores de las nubes, las desagradables crías de palomas, los ancianos cogidos de la mano, las muecas en el teléfono de señoras cuarentonas que solo saben gritarle a la tecnología, los colores de la piel, el grafiti contra la dictadura. Se llenaba a diario de fotografías mentales que archivaba juiciosamente como no hacía con otros conocimientos prácticos del día, igual que disfrutaba de la fotografía y el cine, aunque nunca sabía con certeza en que parte del calendario habitaba. Al caminar dejaba que sus pensamientos tuvieran una efímera vida, y aunque corta, eran al menos libres de nacer fuera de un sistema cuadriculado y eficiente.


“En Bogotá los muertos no reviven. La ciudad no tiene alma de fiesta, no hay comunión con el más allá. Si estuviera muerto no aparecería por acá, no vale la pena el esfuerzo. Tal vez en la costa, o en un lugar más caliente donde se tome más ron”. Estaba orgulloso de no haber nacido en ese lugar. Se aferraba a los quince días que duró la estadía de su madre después de que lo parió sin anestesia en Pereira, la trasnochadora, querendona y bohemia, por un capricho de su padre que quería un hijo nacido en su misma tierra. Del lugar en el que nació solo le quedó el apellido, un gusto por las arepas, una excusa para negarse cachaco y una forma de hablar que mezclaba el acento cafetero de su padre con las relajaciones léxicas del acento costeño de su madre y la formalidad del hablar de los niños pudientes con los que se crió en el colegio. Recordaba esto mientras aspiraba a medias el humo del cigarrillo que no sabía sujetar. A pesar de la falta de pasión, la ciudad le parecía imponente, un escenario perfecto para Poe y Keats, un destilador de grises, de edificios altos y aire delgado, un lugar donde se reunían culturas de ambos océanos, de sonidos fuertes y pretensiones europeas, un buen lugar para ser fantasma. El centro le parecía mágico, sentía que viajaba en el tiempo al caminar por sus calles, pensaba que podría vivir en un lugar así, de café en café, dejando el ritmo cosmopolita para el resto de barrios.


Mientras sentía el espeso y frío aire de la ciudad, intentó recordar su vida para encontrar las contradicciones primeras que lo volvieron un sabueso de lo cotidiano encerrado en una jaula de trivialidad. Su recuerdo más antiguo era él corriendo detrás de una pelota azul. Estaba en un overol café, y tenía el cabello rizado y largo, aunque no estaba seguro si era un recuerdo propio o una de esas imágenes que había visto en alguna fotografía y la imaginación forzó a tatuarla como recuerdo.

Nació en una época donde mostrar el ombligo todavía era pecado. Se imaginaba a los curas mojigatos de los años ochenta combatiendo los demonios corporales de la revolución sexual tardía de Colombia. “Es pecado también mirar el ombligo. Hay que tener especial cuidado con aquellas mujeres que, buscando la perdición del prójimo, se dejan poseer por demonios y fantasmas libidinosos y mantienen la maldad al descubierto. Es un agujero negro que succiona toda la vergüenza y la desfachatez de la perversión humana, dejando por el piso toda la moral y las buenas costumbres de una sociedad de bien. Una mujer que lo insinúa está jugando las cartas con el diablo. Los tiempos modernos trajeron consigo la perdida del temor a la desnudez y poco a poco el infierno atenta a nuestros jóvenes (¡Amén!, padre). Es un punto de fuga, una inflexión lumínica que atrae la visual con una bala de culpa que se dispara directo al alma. Porque si bien el cristiano bautizado de bien es por naturaleza inocente, cuando el mal arrastra sus sentidos la debilidad de la carne sale a flote. A partir de ese punto, esa referencia inicial, todos los demás pecados corporales se hacen explícitos y más notables. La vista se fija en otras prominencias que deben evitarse (Amén)...”. Veinte años después, cada vez que su novia se estiraba para bostezar y el agujero del mal aparecía, pecaba de pensamiento para entrar unas cuatro eternidades en las tinieblas, y aunque solía pensar que nació en el tiempo equivocado, al menos la idea de poder ver ombligos le calmaba la onda retro.

Su infancia temprana fue feliz. O al menos eso creía recordar, y los dos álbumes gruesos de fotos de su infancia que mantenía su madre debajo del mantel de una pequeña mesa circular que le servía de altar parecían confirmarlo. Las fotos de sus rizos tempranos aparecen en centenares de instantáneas, donde un pequeño niño moreno con una sonrisa hace piruetas y muecas. Su cara cambió bastante con el pasar de lo años, y su mueca se hizo diferente y macabra a veces. Tenía muchas fotos con niños que no conocía, aunque en el jardín hizo una amistad que le había durado toda la vida, un Montoya desdeñado y de andar cansino que seguramente asistiría a su funeral. Su hermana nació cuando él tenía tres años, y lucho desesperadamente por la hegemonía de los derechos del hijo como cualquier par de hermanos suele pelearse, aunque ella mantuvo siempre una agresividad al responder, un carácter volátil y difícil de manejar, mientras que él se mantuvo relajado e indiferente. Para cuando estaba en edad de entrar en un colegio grande, su madre convenció a su padre de sentenciarlo a 10 años de estudios forzados en uno de los mejores colegios de la ciudad, donde se vería obligado a compartir el crecimiento y la pubertad con otros niños de su edad, pero nacidas en las cunas de oro de la clase alta bogotana. Desde muy temprano se dio cuenta de que no encajaba del todo bien, y comprendió rápidamente la preocupación constante de sus padres para continuar sus estudios.

A sus ocho años, su padre lo inscribió en la escuela de fútbol de Santafé para realizar su sueño de hacer un hijo futbolista. Aunque falló completamente, hereda una afición desmedida por el deporte y logra darle la mano a Adolfo “El Tren” Valencia, que para la época representaba la cúspide del fútbol, el perfil griego del gol, el dios de la esférica. Una vez que sus formadores dieron cuenta de su anatomía de pensador y no de deportista, fue el final de las aspiraciones de gloria.

Su vida en el colegio es completamente correcta. La estricta disciplina de su madre, la educación de los padres agustinos, y la falta de otras actividades adicionales, hicieron de él un estudiante de buenas notas. Sus padres sufrían de la paranoia de las personas que vienen de otras regiones para la capital: cada segundo por fuera del interior de las cuatro paredes propias es un segundo más cerca de ser robado. Con este axioma fue adoctrinado y por mucho tiempo no conoció otro lugar que su habitación, y sus únicos amigos fueron los que hacía estudiando. Nunca tuvo un mejor amigo, un único sujeto con el que mantuviera conversaciones interminables, sino que fue cambiando de amistades cada vez que veía necesario no estar solo leyendo historias de Julio Verne.


Al caminar, la gente no se fija demasiado en los demás. Caminar en una multitud es más solitario que caminar en el desierto. Rostros desconocidos, conversaciones recortadas, y ojos evasivos es lo que encontraba a su paso. Él siempre buscaba el contacto visual, intentaba buscar un rostro que mereciera la pena recordar, un espejismo de sensatez en la córnea de alguien. Con la repetición se dio cuenta que las personas simplemente existen en pequeñas burbujas aisladas de dos brazos de largo, y la mayoría de sucesos afuera de esa burbuja no tiene relevancia a la hora de tomar decisiones. Se sentía cómodo así, anónimo en medio de las burbujas, y eran solo sus ideas y el asfalto y el sonido de sus pasos.

En su obsoleto reproductor de música empezó a sonar Bessie Smith mientras los oficinistas salían por montones a buscar transporte público. El blues más clásico, por sobre otros géneros musicales, lograban afectarlo punzantemente, en especial en esos momentos en que vagaba solitario sin rumbo.


Nobody knows you when you down and out

In my pocket not one penny

And my friends I haven't any

But If I ever get on my feet again

Then I'll meet my long lost friend

It's mighty strange, without a doubt

Nobody knows you when you down and out

I mean when you down and out


Sentía que pertenecía a alguna secta especial cada vez que sucedía aquellos momentos. ¿Cuántas personas en la ciudad estarían escuchando música de 1930 en ese instante? Eso no lo hacía mejor que nadie, pero sentía que tenía algún mérito el mantener la inquietud por conocer esos pequeños tesoros que se lleva el tiempo, experiencias sensoriales reservadas para los dementes, además sabía que con ese tipo de elecciones se alejaba de cualquier subcultura o medio masivo que definía las acciones de personajes con menos temperamento. Se imaginaba a Bessie con la orquesta detrás y trescientos negros vestidos de paño apretados en un teatro oscuro, mientras ella gritaba su melancolía bajo unos antiguos reflectores eléctricos primitivos que parecían un paraguas al revés. Las mujeres asintiendo (you are damn right Mama!), y los hombres secándose el sudor bajo el sombrero con pañuelos blancos.

Recordó entonces el importante papel de la música en su vida. Su iniciación con la música fue precoz. Sus padres le pidieron elegir entre el fútbol y la música, y así se decidió que ingresaría a un conservatorio clásico. Aunque al principio se trataba de una actividad adicional normal, con el tiempo se convirtió en una de sus pasiones más fuertes. El único signo de rebeldía de toda su crianza lo tuvo allí y fue elegir un instrumento de interpretación. Mientras sus compañeros buscaban aprender violín o piano para mantenerse en el sistema, el decidió tomar un saxofón, que para el contexto de la música clásica significaba salir de los estándares sinfónicos y convertirse en un renegado musical. Se sentía orgulloso, podría ser la rebelión más tonta de la historia de la humanidad, pero era una batalla ganada para un niño normalmente resignado a tomar la opción más segura y socialmente aceptada. Tuvo su primera presentación en público rápidamente, tocando una sencilla melodía antes sus compañeros de primaria, y le dieron un cartón con una felicitación que aún conserva en una de las paredes de su casa. A partir de allí, empezó una pequeña carrera en el circuito de los actos culturales de los colegios de la ciudad. No era de los que les gustaba llamar la atención, pero aprendió rápidamente a perder el miedo a públicos numerosos de hasta unos miles de almas poco concentradas en su música. La reputación de músico que ganó le permitió zafarse de clases aburridas para pasar tiempo con su profesor de música y con los otros miembros del séquito musical juvenil. Se volvió natural en los escenarios, y empezó a desarrollar esa facilidad para dirigirse al público que algunos parecen forzar durante años.


Empezó a cantar en la calle. La gente empezó a mirar hacia otro lado, esperando que al ignorarlo desapareciera. “En Bogotá los locos somos fantasmas, y los muertos no reviven”.

sábado, 22 de agosto de 2009

ReInicio

Dos años desde el primer post es demasiado tiempo. Este espacio nació cuando era un sujeto atormentado por sus propias ideas, disminuido por ser algo que no quería ser del todo, escapándose constantemente, escribiendo bajo un nombre que ni siquiera inventó él pero que le permitía su ejercicio masoquista de recordarse los demonios. Creo que ahora me doy cuenta de que a pesar de mis constantes quejas, el tiempo no ha pasado en vano. Ahora sé lo que soy, y toda esa presión que sentía de ser alguien en la vida se ha venido disipando en mi propia necesidad de tener un lugar donde existir como soy. He llegado silenciosamente a una seudo adultez que todavía tengo que terminar de descifrar. De repente el plan de ir a apretujarse y tomar café me seduce mucho más que terminar borracho cantando Creep. Por ahora me mantengo ocupado en ese consejo que dice que los artistas deben tener una carrera. Al leer mi pasado me doy cuenta de la falta de escritura que tenía en mi historial, de la falta de lectura (aunque ahora solo tengo como dos libros más), de la falta de criterio, de lo llorón que llegué a ser. A pesar de todo, reconozco que el tiempo nos cambia las palabras, las facciones, pero no la forma de ver el mundo... soy lo mismo, pero más decidido y con más visión. La soledad, el tinte dominante de este oscuro espacio, que poco a poco se ha venido desvaneciendo: existen las Asias, y existen las lechuzas y los selenitas azules. Se necesita otra alma para dejar de ser la única, y al menos la sola existencia debería dejar de lado esa maldición.

Para este espacio, no sé que venga. Hubo un tiempo en que mantenía actualizadas las sugerencias de música y cine, pero ahora tengo tantas cosas estúpidas encima que no tengo tiempo para mí mismo. Mis largos silencios siempre se debió a períodos donde olvidé que escribía para mí... el más reciente porque pensaba que alguien todavía me leía, y porque no quería llenar esto de la vida melosa que me ha tocado experimentar ultimamente. Además de una decisión: me aburrí de escribir de lo mismo. En tres años nunca me decidí a escribir una ficción, o una historia que no fuera mis propios soliloquios escritos de maneras diferentes. Ahora quiero convertirme en poeta mediocre, y tal vez con eso transformarme en un narrador al menos comprensible. En fin... Felices tres años de papeles olvidados en el fondo de mi mochila.

RePost

Inicio

Inicio sin convencimiento, sin saber si esto sirve para algo más que para el ejercicio de escribir. Solo quería un lugar para dejar volar mis pensamientos, dejarlos ir, no darles tantas vueltas al asunto. Pensar demasiado es mi maldición, mi manera es seguir observando lo mismo, lo hecho, lo que está por venir. El lector de esto parece escaso, porque parece que nadie en el mundo quiere razonar, y porque las esperanzas de un alma que te entienda son reducidas. No quisiera que alguien que conociera lo leyera, nadie conoce esa parte profunda de mí. No sé si le escribo a alguien, o si lo escribo para mí. Tal vez todo ayude a llevar la vida de soledades y falta de romance. Será la esquina donde están desordenados los libros, el fondo de la mochila con los papales arrugados. Mi esquina.

Alonso
Estoy en el punto exacto donde debo elegir si debo soñar o seguir. Puedo seguir y dejar que la resignada realidad me absorva y deje atrás la música, las ciudades, los cafés.... Puedo soñar y tirar todo, y morirme de hambre pero dejar la soledad.

5 minutos en la enredadera

Me gusta como se ve el pelo. Siento que me falta sentirla más tiempo a mi lado. Tal vez debería ponerme serio y concentrarme en terminar algo. No sé como me sigo engañando si no me voy a despertar temprano. Mi cara es rara, pero con la camiseta a rayas me veo bien. Tal vez si logro cambiar el reloj... si.. el reloj es la culpa de los problemas... tal vez si tuviera más control sobre el tiempo. ¿Qué sería capaz de hacer por amor?, tiene que ser amor si estoy pensando en el tiempo. Me gusta como suena ahora la batería cuando la toco, ahora todo se ve demasiado simple, aunque para ser Buddy Rich... tal vez un monólogo no era la mejor opción para esta hora, pero tengo frío y pereza, y tengo que ponerme a alzar pesas para crecer los brazos. A ella le gustan mis brazos, pero después de media cuadra el izquierdo me falla. Pensar demasiado siempre fue mi maldición, esa frase la dije demasiadas veces, pero qué pasa si alguien te quiere escuchar. Cuándo será que voy a dejar la pereza y me dedico a cantar, es cuestión de la guitarra. Tal vez el pitido de los oídos se pase mañana, pero fue delicioso escuchar el nuevo bajo. Tal vez es la cama, que se me hace pequeña unas veces, pero vacía. Me gusta como se ve el cabello, me gusta como me comía con la mirada P...... ¿ya te casaste?... si, tengo dos hijos.... pero te quiero comer en mis sueños. Y yo solo pienso en la mía, en ella, la de la luz que se extingue hasta mis zapatos... tener musa es una buena opción, y me gusta cada centímetro de su piel. Su mamá interpreta en sus sueños mi destino. Tal vez a M. le hicieron voodoo, o no acepta que ya no puede tener sexo con S. No sirve de nada seguir mirando si creo que ya encontré lo que buscaba. Es difícil mirar 5 años pasar en vano.... es extraño sentir que maduré, y que ahora soy menos de lo que debería ser, y más de lo que odio. "Las decisiones que tomé no las puedo tomar a la ligera porque me cuelgo de un globo rojo y me voy volando y me suelto y me parto todo". "Usted fue el que dijo que nunca se iba a enamorar", si, lo sé..... le duele el páncreas al pobre hombre, y no me explico otra razón más que esa mujer que se consiguió, y lo sé por una horrible experiencia propia. Le regalé una libreta y ahora escribe con fecha. Necesito ser una lechuza cada vez más.

Mi Zapato Izquierdo

domingo, 9 de agosto de 2009

Camisa

Hoy me puse una camisa. No me había puesto una camisa por mi propia voluntad en demasiado tiempo, años, desde la época en que mi mamá me escogía la ropa para salir a la calle, o cuando tocó ponerse la camisa para alguna presentación especial, fiesta, coctél, o cosas demasiado formales para mi gusto, todas con corbata. Nunca he sido un tipo de camisas, y rara vez me siento cómodo con un pedazo tieso de tela alrededor de mi cuello... me siento snob cuando utilizo la palabra "polo". De todas formas, me puse una camisa para tomarme una foto. Una foto que llegará a mi universidad, la mirarán muchas personas, que se la reenviarán a cuarenta empresas donde más personas aburridas mirarán mi camisa y dirán: al menos parece serio. También notarán que tengo un peinado serio, pero jamás pensarán que estuve con un gorro puesto durante cuarenta horas para lograr que se quedara quieto y aplastado, como la cabeza de un político lambón. Y es que me siento lambón, arrodillado, cuadriculado, prostitulado, y muchos lados que me quedan del repudio de verme a las puertas de entrar a la bolsa laboral colombiana. Ser el esclavo de alguien por una modica suma. Meterme de lleno en una carrera que nunca debí iniciar, y sonreír, bien peinado, mientras me pongo en cuatro patas y digo gracias.... al menos parezco serio.

Odio la Hp camisa.

miércoles, 5 de agosto de 2009

domingo, 2 de agosto de 2009

Un día, me cansé de hablar de soledad.

sábado, 1 de agosto de 2009

Cadaver Exquisito No.3

Diálogo


Fotografías agrias de vientos ausentes
que navegan por los desiertos del alma
con gritos violetas de grillos canallas
me pides ser canalla? o valiente? igual ninguna de las dos tienes sentido
valiente para pisar el fuego fresco
o los horizontes con vidrios partidos
canalla para olvidar la melodía rota
recuerdos de una lira desafinada, de sonidos sucios
de un sueño alcanzado, de una desilusión sin horizonte
horizontes de humo líquido, de viajes prohibidos
de gritos sordos de pájaros ciegos
que sueñan con ver un mundo de color rosa
de flores muertas por muerte natural
que descansa en las micropartículas del tiempo
de partituras sin tono y encajes de vinagre
Y qué pasa cuando el vinage adquiere cuerpo? pierde su tono, su melodía
se vuelve cansancio, se vuelve vejez
Se encaja en un recuerdo
en humo de infancia, en grito de anís
en olor de anís, olor de infancia
caminatas de plátano, de relojes al revés
de escalada por un reloj de arena
de vidrio oscuro, de arena dulce

dame la mano, tal vez me detengas para no morir pelean contra la corriente y tratando de alimentarme de un dulce recuerdo
los recuerdos gimen para ser recordados... la corriente es el olvido.. la mano es la vida
vida que se detiene cuando un olvido gime por ser recordado
el cielo de siempre, las estrellas de siempre
que se desvanecen en polvo de estrellas
y forman el roloj de arena que corre al revés


Le Bleu Flaneur

Cadaver Exquisito No.2

Libros desiertos de inspiración aturdida,
de lenguajes de fuego, de sonidos oscuros,
con pájaros sordos de gritos naranja
y ciudades de calamares de tinta distraída
sol de verano, de tardes sin sal.

Riñón podrido de sueños tardíos,
en lluvia seca de tierras cansadas.
Soneto de gritos y cabellos
de rojo cangrejo en ojos de niños.


Llosa Alunado

Cadaver Exquisito No.1

Llosa:
Chillido rojo del grillo
Pared percudida de frío y angustia
La casa del gringo sonriente
Dedos expertos de carpintero viejo
Rumor de Calles y Soledades


Final:

Sus labios entran en mi como la brisa.
El perro se derrite en la cocina.
Aire que no respiro, es fuente de su ausencia:
rumor de calles y soledades.


Ciudad de calamares de tinta distraída

domingo, 1 de marzo de 2009

Final Cambiado


Él solía ser bastante bueno en relacionarse con las mujeres, o al menos con las desconocidas que le interesaban. No es atractivo, pero correspondía a ese grupo de personajes que tienen cierto atino en las palabras y que pueden comunicarse con facilidad y seguridad, y creía con certeza en su talento para descifrar a las personas. Cada vez que iba a un bar, sabía desenvolverse y expresarse de la forma adecuada para impresionar cierto grupo de personas del género opuesto. En lugares como aquellos, donde siempre hay más hombres que mujeres, lograba triunfar en el juego de miradas, y avanzar desde un simple hola hasta verdaderos trofeos en una sola salida de cacería. Para él, la cosa era simple observación, simple provocación, simple seguridad, simple proyección. 
Jugaba el juego sin motivación. Al final de cada noche sabía que se iba a encontrar a otra de aquellas mujeres que se impresionaban demasiado fácil cuando les contaba algo acerca de lo avanzado de sus estudios, de su pasión musical, o simplemente de lo natural que parecía verse cierto baile en él. Lo vacío de sus encuentros lo tenían pasmado. Había perdido la fe en la humanidad hacía demasiado rato, tal vez porque sentía que no valía la pena pensar en un lugar donde nadie quiere escuchar las ideas y estaba completamente resignado a sentirse completamente solo, a llegar a otro final repetido, a vivir en un mundo donde el exceso de conciencia se tilda como locura. Así que siguió jugando, porque le gustaba manipular por las palabras, intentar descifrar las intenciones en los ojos, leer el lenguaje corporal, levantar las cejas y hablar con voz ronca para que ellas se mordieran el labio y abrieran más los ojos. Le gustaba sentir que podía ser extrovertido y con empatía cuando se lo proponía. Le gustaba creer que podía pasar desapercibida su soledad.

Ahora descubrió que es adicto a ella.

Adicto a la melancolía, a las noches en vela, a las caminatas solitarias. Ahora tiene la oportunidad de dejar las soledad y no la toma, deja pasar el bote en el embarcadero sin siquiera mirarlo con recelo. Encontró a alguien que cree que su locura es interesante, a alguien que le gusta la forma en la que habla de las cosas de manera neutral como si fuera un espectador lejano, a alguien que parece reconocer en sus ojos las arrugas de alguien reflexivo, que sonríe cuando él ignora el mundo para dedicarse a cantar. Aún así, después de vagar en una rutina adormecedora por encontrar esas reacciones, no puede terminar de abrir su corazón. No ha podido descifrar su forma de actuar, no ha logrado dejar de lado la suspicacia y disfrutar. Es un viejo ogro en lo espeso de un bosque sordo y lleno de maleza que no deja avanzar. Se mantiene al tanto de las noticias de la humanidad, pero si la vida desapareciera de repente, no podría derramar una lagrima. Una vez quiso escribir una historia alegre con final feliz, pero lo arruinó como muchas otras historias más.

sábado, 28 de febrero de 2009

Febrero

Hacía mucho tiempo que tenía aplazada la escritura. Supongo que he estado sumergido por demasiado tiempo en el mundo de las cosas, de la rutina, de la vida académica, y a pesar de todo esta vez, seguramente por haber logrado superar una franja de prolongada angustia y gritos de soledad, siento que estoy, al menos parcialmente, tranquilo con la forma en la que ha llegado a manifestarse mi existencia. En este intervalo estoy más ocupado que en cualquier otro momento de mi vida, y sin embargo, siento que he tenido más espacio para ser lo que soy sin ocultárselo a nadie. He descubierto que la felicidad no es más que la posibilidad de tener un lugar para ser. No creo que halla llegado a un estado de felicidad, tal vez el adjetivo es demasiado directo y utópico, además de que suena a los odiosos libros de autoayuda, pero creo que estoy experimentado un nuevo y renovado momento de paz, de aparente ausencia de malparidez existencial, de claridad mental. Tal vez simplemente me cansé de sonar tan Emo. 


Asumo que es probable que me esté volviendo viejo, y los caprichos y problemas que agobian a la juventud están lejos de mí (ahora parece que puedo decir juventud y creerme del otro lado), aunque al mismo tiempo están bastante cercanos, pero ahora simplemente los veo de otro modo. Diría que la dinámica es bastante clara: cada vez que me sumerjo en la rutina, en la ocupación, en la falta de necesidad de pensar, me envuelve una sensación de angustia, de vacío, una sensación que muestra lo absurdo de estar completamente alienado por entes externos a mi propia voluntad. Así que grito, escucho blues, fumo, aceito las neuronas, flaneureo, me distraigo, dejo volar la imaginación, y encuentro la falta de sentido en las cosas que solían ser importantes en otro tiempo. Este ciclo se repite sin cesar, y cada vez que me muevo de un lugar a otro, dejo de escribir, dejo de gritar, porque es un grito para mí interior, una rabia con mi falta de fortaleza, una protesta contra mi propia inseguridad, y que no encontrará respuesta en un lugar sin escuchas. Sin embargo, ahora me siento relajado, los demonios internos han hecho tregua con mis ganas de dormir, me concentro como nunca en terminar lo que empecé sin demasiado criterio hace algún tiempo, y dejo que Alonso Llosa viva fuera de la pequeña interfaz negra de letras blancas en la que suele apenas respirar un par de veces cada mes. 


He llegado al punto en que soy uno solo, y he fracturado la máscara que representaba la ambigüedad de mi existencia. Creo que acepté de una vez por todas que no vale la pena ocultar ciertas aficiones al mundo, y que el mundo es el que se debe acostumbrar a mis desvaríos. Supongo que ha sido todo un proceso: reconocer los errores, reconocer la máscara, reconocer la existencia de la inquietud que me domina, reconocer la falta de libertad a la que me someto, reconocer la soledad que sólo la inquietud trae, reconocer la existencia de la máscara, reconocer que soy uno solo a pesar de todas las encarnaciones que me inventé. Aunque ha sido un descubrimiento solitario, debo reconocer la ayuda que brindó la existencia de personas que me permitieron encontrar oídos receptivos a mis locuras sin conexión, después de todo, el espacio que me ha permitido conciliar mis dilemas han estado en otras almas atormentadas.


Así las cosas, ahora he decidido darle un espacio a cada cosa, y respetarlo a morir. Eso no me ha hecho más responsable ni ordenado con el tiempo, pero al menos ahora, no me preocupo por gastar tiempo en algo diferente a los deberes, sino que sé que no es el tiempo de los deberes, lo que me quita la sensación de estar procrastinando, o la culpa por creer que pierdo el tiempo. Llevo un cuaderno para dibujar al que llamo El Cuaderno de Procrastinar y le muestro mis horribles dibujos a todo el mundo, y lo saco cada vez que la clase es demasiado aburrida y cada vez que me vuelo al café de siempre a tomar un tinto con brownie o cada vez que decido hacer un descanso en una jornada larga. Es evidente que no nací para hacer bocetos, pero el ejercicio de dejar llevarse por impulsos mentales es suficiente estímulo para no ahogarse por completo en la monotonía del día a día.


Hay unas cuantas personas que han sido importantes, sólo por el hecho de estar, en darme una esperanza de doble filo (porque la esperanza en una soledad insoluble duele), en escuchar, en opinar, que terminaron en hacerme sentir real, y me ayudaron a descubrir mi identidad. Una esta al otro lado del océano, una fotocopia de mi mente en otro empaque, y la otra parece que nunca tiene suficiente de mí: tal vez tiene demasiado sentido que halla terminado saliendo con una periodista amante de la literatura y de la crónica. A Asia (de la que escribí hace mucho tiempo) incluso le gusta que cante a toda hora, en cualquier lugar, sin razón aparente, mientras que al resto del mundo le parezco un loco (además cada vez que digo algo en mi triste y escaso manejo del francés me abraza con fuerza). También he dejado que mi aburrida conciencia se manifieste en los entornos de siempre, y reconozco los buenos amigos porque aparentemente, siempre reconocieron esos atisbos de locura, y ahora la aceptan sin demasiado drama. Solo me queda terminar, seguir en la rutina que ahora parece llevadera, dejar que mi mente vuele sin más obstáculos que la realidad, y dejar de preocuparme por el futuro, mientras veo la forma de explorar mis pasiones y seguir siendo.


martes, 20 de enero de 2009

Ella dijo:
"Tengo un poema favorito. Dice:

La campana de la soledad
tañe sin ser tocada
melancólicamente es la segunda naturaleza de un hombre nostálgico
pero se es más extranjero viviendo aquí
con nostalgia en casa
como si hubieras vagado por años
y de pronto, recordarás un familiar sendero bajo la luz de la luna"

Tengo que leer más poesía asiática

viernes, 16 de enero de 2009

Días

Hay días en que nada tiene sentido. Hay días en que parece que no hay nada que valga la pena. Días sin objetivos, días sin razones. Días en los que se pierde el horizonte. No sirve la anestesia, no sirven las distracciones, solo queda la nada y la resignación. 

¿Cómo no caer en el existencialismo si parece que nadie se preocupa por algo diferente a la supervivencia?¿cómo vivir sabiendo que no existe la magia?... La soledad es la razón del exceso de conciencia, pero depender de otra persona para encontrar razones para vivir significa que una vida solitaria no tiene argumentos reales, o tal vez el único argumento que se necesita es encontrar a alguien más que no sepa qué hacer con su vida. Tal vez por eso tantas almas deciden acabar con una existencia sin sentido, o al menos carece de sentido en la soledad. Tal vez yo tampoco soporte demasiado tiempo una mente que nunca se calla.

lunes, 12 de enero de 2009

Del viaje a tierras caribes


Hay días en que la falta de viento hace que las hojas de los árboles se mantengan inertes, estáticas, muertas, y en esos días no existe un escondite para huir del calor. Hay otros días en los que la brisa no deja caminar, y es necesario hacer posturas extrañas para romper la resistencia del aire. A la brisa, la llaman ¨la loca¨, y no es precisamente por ser racional. En los días sin brisa, el ventilador que decora cada cuarto solo mueve aire igual de caliente a la temperatura, y la vida se vuelve pesada, sofocante, cada movimiento se piensa de acuerdo a la cantidad de exposición al sol que se necesite. La gente se refugia en la sombra, y dejan de luchar contra el impulso de quitarse la ropa.

Santa Marta es el lugar donde creció mi madre, en medio de obstáculos y necesidades. Ser mitad costeño aparentemente me ha traído una que otra ventaja en el mundo, pero para ser un costeño completo hay que crecer en la costa, y poco ha sido mi contacto con ese lugar. La vida es más difícil, no hay muchas oportunidades, pero las cosas son más simples. Las fiestas de fin de año tienen una atmósfera especial, un aire de felicidad, de familia, de unidad, y se olvidan los problemas del resto del año. 

La gente es completamente diferente a la del interior. Por un lado, el calor hace que las vestimentas sean ligeras, y entre las mujeres es una lucha entre lucir demasiado atrevidas o aguantarse el calor, lo cuál se refleja en una constante examinar de los hombres. La música juega un papel fundamental en continuar con una cultura de calentura, de tradición, de trópico. El vallenato y la champeta suena en cada esquina, y la gente ha desarrollado un nivel de audición que les permite escuchar la voz de otra persona en medio del ruido, aunque puede fallar en ausencia de sonido. La familia es sagrada, los vecinos son familia, la hospitalidad una tradición. El fútbol se juega a pies descalzos, y dos piedras son un arco para un balón viejo y desinflado con el que han jugado varias generaciones en las calles. La ausencia de trabajo y la facilidad del acceso han hecho que las motocicletas se tomen las calles (como en muchas otras ciudades), y no es extraño ver familias completas de 4 personas en una sola moto, o una señora de avanzada edad con un bastón y sentada de lado en la parrilla. Las casas recuerdan a una Habana multicolor, las mismas construcciones de un piso con patio y alberca. Los morrocoy, gallinas y perros crecen sin demasiado cuidado en las casas, las calles se llenan de hojas secas de Mango, Almendro y Mamoncillo mientras el olor a fruta se extiende por todas las esquinas.

Las sonrisas en medio de la pobreza hacen preguntarse repetidamente sobre las cosas necesarias para alcanzar la felicidad. Para final de año, para muchos samarios parece bastante evidente que sólo se necesita un colchón, y un par de parlantes de 2 metros de altura para alcanzar la felicidad. Es la ciudad del rebusque, y el turismo trae consigo un abanico de oportunidades nuevas. El cachaco huele desde lejos, además de que siempre pronuncia la "s" (en Cartagena es la "r"), utiliza gafas de sol y tiene la cara roja.

Las playas son las más hermosas del país. En los puentes festivos, caravanas completas de barranquilleros inundan las playas del Rodadero para disfrutar del mar tranquilo y la arena clara. Taganga siempre aparece como un pequeño paraíso escondido, lejos de la ciudad, lejos de todo, que a pesar de volverse comercial en los último tiempos, sigue manteniendo el misticismo de un paraíso secreto. 



Tuve tiempo para relajarme, descansar, dejar que el tiempo pasara sin preocuparme por exprimirle cada segundo a un minuto, pude dejar de pensar tanto, de razonar demasiado. Logré sentir por un instante la tranquilidad que no se experimenta en la ciudad, y simplemente sentarme y sentir la brisa del ventilador. El exceso de familia me hizo reunirme con mis raíces, recordar el cariño de una bandada completa de primos pequeños, recordar el paso del tiempo con mis parientes, escuchar a cuatro comadres hablar de los días de antaño. El abanico de melodías y ritmos que escuché, me hizo sentirme humilde y respetuoso por todas las músicas, y me di cuenta que para muchas personas los ritmos tropicales significan tanto como el jazz, rock, blues y funk representan para mí, y que por eso mismo no puedo desprestigiar ninguna expresión musical, sino que debo apropiarme de ellas, como buen melómano, mientras reconocí que lo verdaderamente colombiano está en lo popular. El atardecer y la luna me llenaron de tranquilidad, la brisa y el mar, de serenidad.