martes, 26 de agosto de 2008

Coffee & Cigarettes

Subí mi mirada interrumpiendo la lectura y me contemplé. Estaba sentado como siempre, sin decencia, ortopédicamente erróneo, casi acostado sobre la silla y con mis piernas explayadas como si fuera la mesedora de mi casa. El café aun estaba caliente, el cigarrillo estaba a la mitad y humeando en mi mano. He adoptado este nuevo ritual con agrado: termino de dictar las clases que debo hacer como práctica social, y aprovechando la cercanía al centro, camino hasta las plazas para ojear los libros y cachivaches y luego sigo hacia el mismo café sobre la 19. Compro dos cigarrillos y subo al segundo piso para leer mientras espero el atardecer. Hoy aparentemente llegué más temprano, y de las más de diez mesas, sólo un sujeto calvo leyendo el periódico y una pareja haciéndose cariños tomaban asiento. Me coloqué en la esquina al lado del ventanal y me puse cómodo. Detrás del vidrio la gente se movía como hormigas en una granja sin saber que estaban bajo el examen de mi mirada. La mesera me saludó esta vez más familiarmente y ya sabía lo que quería. Encendí un cigarrillo y me sumergí en la lectura. No sentía lo que sucedía a mi alrededor, tomaba bocanadas de humo y sorbos del café. A la mitad del segundo cigarrillo, subí mi mirada interrumpiendo la lectura y mire a mi alrededor. Estaba sólo en el lugar. 
Por un momento quise poder salir de mi cuerpo y observar la escena desde otra perspectiva. Ese instante tuvo un sabor especial. Quise tener el poder de hacer más lento el tiempo y prolongar ese momento por una eternidad. Sentía que ese momento era mío de forma natural, estaba haciendo lo que me gusta hacer, sin testigos, sin jueces. Una hora perfecta, un libro, un café y un cigarrillo. Sonreí e proseguí con mi lectura, pero no pude seguir. Subí mi mirada interrumpiendo la lectura y después de comprobar que el momento no terminaba, cerré mis ojos y me dejé llevar por la sensación sobre mis pulmones y el sabor en mi lengua. Esa gratificante sensación de victoria que nace cuando por fin eres lo que quieres ser y los problemas del mundo detrás del cristal no importan me llenó poco a poco cada centímetro de mi cuerpo. Abrí los ojos, apagué el cigarrillo, tomé el último sorbo, y después de comprobar que la oscuridad empezaba a cubrir el cielo, bajé mi mirada continuando la lectura.

domingo, 24 de agosto de 2008

La Noche de las Cervezas

"No piense... ¡Hágale!"- dijo él. Yo sólo pude hacer una mueca. Si él supiera la cantidad de cosas que suelen pasarme por la cabeza, tal vez no lo hubiera dicho con tanta ligereza, aunque no es el primero que me reprocha la pensadera. De todas formas el alcohol me tenía con la mente lejana, mis perdidos ojos no podían enfocar bien la cara de nadie, y los rasgos de las personas de esa noche se me escapan, incluida la de ella.

Este fin de semana había sido planeado desde hacía casi quince días. Pero por supuesto, como toda noche demasiado anticipada, todo se dañó a última hora y la velada fue improvisada. Dos amigos cercanos y yo teníamos una extraña y retorcida especie de cita triple con unas amigas de una mujer que se proponía a seducir con todas sus fuerzas a uno de ellos. Al final de la tarde, él se asustó frente a la posibilidad de estar en un cuarto a solas con ella, se inventó una excusa y se terminaron las posibilidades de socialización premeditada con el otro género para todos. Para mí, que veía aquella situación como un final más que predecible para la situación, no significó una pérdida especial, pero para mi otro compañero, que carga con una larga espera en materia de mujeres, significó el drama que sólo la pérdida de dos semanas de ilusiones acumuladas significa.
Desde hace ya mucho tiempo solíamos pasar nuestros viernes en el mismo lugar de siempre: Red Soul. Un bar de rock poco vistoso, pero que nos acogía como nuestro tercer hogar (después de la facultad y la casa), y nos consentía con la música que nos gusta. Al final del semestre pasado, nuestro corazón dio un vuelco cuando al intentar ingresar la policía nos retuvo mientras clausuraban el lugar para siempre. Desde entonces no habíamos logrado encontrar un lugar que se nos presentara con el mismo ambiente que aquel lugar. Con los planes olvidados, decidimos pasar toda esa noche buscando nuestro nuevo escondite. Empezamos en la segunda opción, un lugar horrible y con nombre de música tropical, donde la música no tiene ninguna continuidad en el género, y a pesar de ser rock, palidece en sonido y ambiente. Enseguida fuimos al mejor lugar cercano: Bbar. Allí los dueños nos conocen, saben que tenemos buen gusto y me dejan sentarme como me da la gana, porque nunca he aprendido a sentarme decentemente en ningún lugar. Además hay una especia de mesanine, un cuarto más cerrado e íntimo con cojines y sofás que permiten una charla más personal. El problema es que después de las siete los precios suben, y a esa hora salimos de allá, buscando un lugar más barato. La zona ofrece muchas opciones para el amante del vallenato y la música tropical, pero las elecciones para los amantes del rock suelen ser bastante mal montadas. Entramos a un bar de metal, un cuchitril pequeño y oloroso aunque acogedor, pero mi camiseta beige clara, mi bufanda café y blanca, mis jeans azules y mi chaqueta café con rojo levantaron las miradas de una docena de tipos vestidos de negro de la cabeza a los pies, lo que me hizo temer por mi integridad física. El siguiente lugar promete ser mi próximo tercer hogar: Kirlibang Café (no sé si está bien escrito). Es un segundo piso amplio, con buena música, un sonido aceptable, una pequeña tarima, mesas, y una zona con una mesa de pool y almohadas alrededor. Nos concedieron una canción, y pedimos nuestro himno: Creep de Radiohead. Escuché Stone Temple Pilots, Nine Inch Nails y Calamaro entre otras buenas elecciones. Para este punto la cantidad de cerveza ingerida ya era bastante considerable, y mis funciones motoras empezaban a brillar por su ausencia. Cantaba todo, como siempre. Una de las razones por las que estos dos sujetos son mis grandes amigos es que también tienen la locura y la falta de pena para cantar con el corazón en la mano todas las canciones que nos ponen, así que en poco tiempo siempre terminamos por ser la mesa más animada de cualquier lugar a donde entremos. Para cuando salimos de allá, mi mente estaba dispersa, mis pasos erráticos y mi bolsillo vacío.
Sin embargo, estuve lo suficientemente lúcido como para convencerlos de entrar a uno de mis lugares favoritos. Natural Flow es tal vez el único lugar por la zona donde me siento cómodo para bailar y dejar libre mi afición por el funk. Solía ser este pequeño oasis de buena música, donde se podía socializar y agitar el cuerpo, pero en los últimos tiempos se ha regado la voz de la presencia de las siempre hermosas mujeres amantes de la música electrónica, con lo que ahora hay una saturación de hombres buscando acción los fines de semana. No puedo separarme de ese conjunto de hombres solos, pero lo que me mueve a entrar a aquel es un verdadero gusto al baile, por la música, por sentir los bajos entrando en mis huesos y por mover mi cuerpo sin cadenas. Probablemente bailaría solo si no fuera algo extraño para un hombre, sobre todo si va con amigos. Nos sentamos los tres en una mesa en una esquina oscura del lado menos lleno del lugar. Debo decir que mis amigos son bastante faltos de motricidad, y cuando intentaban imitar mi forma de contornearme en la silla se notaba que era un movimiento forzado, sin coordinación con la música. Del otro lado, sin modestia, puedo decir que mi cuerpo se mueve bien con esta música. Tengo el descaro de reírme al ver a otros hombres intentar seguir los ritmos, pero me he convencido de que tengo el talento para bailar, y tal vez sea porque soy mitad costeño, aunque esta música es poco asociada con esa región.
Ella estaba en la mesa del lado. Eran tres allí: aparentemente una pareja y ella. Estaba fumando un cigarrillo y moviéndose en la silla con atino. Mis amigos notaron que mi necesidad para bailar era importante, y me dieron el visto bueno de dejarlos abandonados, como muchos otros hombres que no habían encontrado la forma de abordar a nadie en el lugar. Cuando ella y sus acompañantes se levantaron para bailar un reggae, me levanté sin pena, tal vez ayudado por el coraje que da el alcohol y le dije que bailáramos. 
Hacía mucho tiempo no sentía tanta química en el baile con alguien. Ella decía que era difícil seguirme el paso. En un momento sentía que bailaba mucho más que cualquier otra chica con la que hubiera bailado, al decírselo ella me contestó que estaba imitándome, siguiéndome el paso, lo cual me subió el ego exponencialmente. Probablemente la abusiva cantidad de cerveza en mi sistema hizo que me lanzara decididamente a explorar nuestros límites. Después de bailar un rato, nos sentamos aparte y hablamos un rato. Mi habilidad con las palabras mostró frutos rápidamente, y la simple química del baile evolucionó en un palpitante interés. Volví a la mesa con mis amigos donde recibí las felicitaciones por el manejo de la situación. Me pedían además que intentara besarla, que "le tomara las placas", que "cerrara el negocio". Por lo demás, estaban ellos más que aburridos, como muchos más hombres en el bar, para quienes el baile no funciona bien, y tampoco la socialización rápida.
Yo disfrutaba la música, bailaba solo en mi silla. Me tomaba la cerveza con los ojos cerrados mientras movía mi cuerpo con el ritmo de la música, cuando de repente una mano tomó la mía y me arrastraba. Ella, sin intimidarse por mis amigos que no hacían más que mirarnos bailar me buscó y me sacó de mi momento musical y me llevó a un espacio libre. Recuerdo que era Gettin' Jiggy wit It de Will Smith, y le mostramos al la gente la forma en la que se baila. En este punto, la cerveza apagó mi calculadora cabeza, y disfruté el momento. Ella puso su brazos sobre mi hombro, y sintió mi altura, bajó sus manos a mis caderas y sintió el contorneo de mi cuerpo. Yo hice lo mismo, y la acerqué a mí, sentí su cuerpo cerca, sentí su delgada cintura siguiendo la música. Supongo que se sorprendió de que un hombre pudiera moverse así, al sentir mi constante movimiento me apretó un poco, y se acercó un poco más. Su rostro se perdió de repente, le pregunté si le pasaba algo, pero me dijo que nada. Me tomó de las manos y me llevó a un lugar más alejado de nuestras mesas. Giró su cuerpo, me dio la espalda y movió la cadera. Su cadera rozaba mi pelvis, y  estábamos cada vez más cerca. Tomé sus manos y la abracé desde atrás. Bajo mis manos grandes las suyas eran minúsculas y delicadas. Ella sintió toda la extensión de mi cuerpo rodeándola por la espalda. La abracé con más fuerza, la acerqué hacia mí, sentí sus pequeños senos sobre la blusa, me incliné y acerqué mi rostro a su oído. Su rostro volvió a perderse. Giró, bailamos de frente, abrazados muy de cerca, me incliné para llegar a sus labios, nuestras mejillas se tocaban, su piel era suave, su cuerpo estaba completamente pegado al mío... su amiga apareció al lado nuestro. Me soltó rápidamente, sus ojos volvieron a enfocarme con seriedad, me presentó a su amiga, y ella me miró con un desprecio criminal. Sus ojos me quemaron, eran inquisidores, penetrantes, yo era un abusador después de todo. Nos detuvimos, volvimos a nuestras mesas, y el efecto de la cerveza se detuvo.
"No piense... ¡Hágale!" - dijo él. Pero era demasiado tarde, mi cabeza volvió a ser la misma de siempre, el efecto anestesiador de la cerveza desapareció, y empecé a pensar la situación que acababa de suceder. Pensé que ella simplemente buscaba una aventura para el último fin de semana de sus vacaciones, y que cualquiera que la hubiera invitado a salir tendría el mismo resultado. También tenía la hipótesis de que era una verdadera atracción física, que sus feromonas y las mías eran del mismo olor, o que simplemente el alcohol había terminado en un efecto embellecedor que nos hizo reaccionar sin pensar demasiado.
Volvimos a bailar una vez más. Esta vez mantuve mi distancia, analizaba la situación. Ella parecía decidida, en un arranque imprevisto, me preguntó que si tenía calor, y sin esperar mi respuesta, me quitó la chaqueta. Un grupo a nuestra izquierda hizo un gesto de incrédulos, una mueca de puritanos. Mis amigos estaban en la esquina, no habían dejado de seguir nuestros pasos, me quité la chaqueta y se la tiré a uno de mis compañeros. Seguimos bailando, ella tomó la iniciativa esta vez. Me abrazó y sintió mi espalda mejor definida a través de la camiseta. Después de un baile donde nuestras piernas se cruzaron, y mi muslo derecho quedó atrapado entre sus piernas volvimos a descansar en nuestras mesas. Mis amigos estaban impresionados: ya les había contado de mi habilidad para bailar, pero no me habían visto en este tipo de situación. Habían terminado la cerveza hacía mucho tiempo, estaban siendo torturados con mi aparente éxito de una manera cruel. Termine mi cerveza pensando en lo que habíamos hablado. No había nada en ella que me llamara la atención, además de una fuerte atracción física. El descanso se prolongó, mis amigos se veían en un limbo de amargura, no podía mantenerlos allí.
Decidí terminar la noche. Aquellos días donde el éxito de salir era conseguir rumbearme con alguien quedaron atrás. Quedamos en volver a vernos, aunque probablemente no suceda, la verdad no quiero que suceda, quiero creer que el alcohol fue el mayor catalizador de la situación.
Volvimos a Bbar. El letargo de haber tomado, caminado, tomado, caminado, tomado más, bailado y tomado me pegó de repente. Eran las dos de la mañana. Nos sentamos en el espacio de los sofás y las almohadas. A nuestro lado habían dos mujeres unos años mayores a nosotros. Me dejé caer sobre el sillón y con una cerveza fuí cayendo en el sueño. Me sentí maduro, adulto, tal vez demasiado. Sentí mi libertad, sentí mi poder, cerré los ojos y dejé que la música se apoderara de mi alma. Canté One Way Or Another de Blondie, lo grité, nos veían como bichos raros. Estaba borracho, poco importaba lo que los demás dijeran. Me cumplieron la petición y colocaron Where Is My Mind de Pixies, tal vez la mejor canción para describir mi embriaguez, la canté con todo el aire de mis pulmones, y me dormí. Pasó algo curioso que no voy a escribir porque es difícil de creer. Nos sacaron a las 3.30 am, pasé la noche en la casa de uno de mis amigos. Desperté con ganas de ir a ciclovía y sin guayabo. Era sábado, desistí rápidamente de la ciclovía. Había llovido toda la noche, el aire era húmedo y frío, pero el sol era tan fuerte como podía estar a las nueve de la mañana. 


Fue interesante observar lo que sería de mí si no le diera tantas vueltas a las cosas. Dejarme llevar por el momento pudo haber cambiado el rumbo de la noche. Sin embargo, aún con demasiado alcohol, me fue imposible apagar la mente por demasiado tiempo. No me lamento de mis decisiones, y por ahora no busco simple diversión sino verdadera compañía. Bailar es algo que disfruto, y nunca lo he visto como la herramienta de seducción que puede ser. La verdad disfruto más estar en un bar con buena música y cantar como loco, allí también bailo, y todas las preocupaciones de la semana pierden sentido. Soy como soy, y así como soy no necesito una mujer para una noche, necesito a alguien con quien pueda conversar, con quien poder compartir. Después de releer la historia, recuerdo bien que odio conocer mujeres en los bares. Ya había decidido hacía mucho tiempo que no valía la pena, pero quiero creer que el alcohol y la sangre latina en mis venas me hicieron volver a perder el tiempo y de paso atormentar a mis amigos. Ahora la cosa se complica: mi próximo romance debe saber llevarme el paso y también debe poder escuchar buena música. La noche de la cervezas trae un problema más: la silueta se hace cada vez más exigente.


sábado, 16 de agosto de 2008

Fiona Apple

Definitivamente una de las mejores voces contemporáneas. Sus letras y músicas llenas de sentimiento y actitud, son la mejor receta para dejar salir esos sentimientos en un grito bajo el efecto de cualquier bebida alcohólica :). Cuando una mujer me cante con suficiente sentimiento una canción de estas... me caso.. jeje.. o al menos haría algo para retribuirle. En fin, sólo queda disfrutar del poder vocal de Fiona.

Sleep To Dream

Una de las mejores, pero el video clip, que está muy bueno, no se dejó "embeber" http://es.youtube.com/watch?v=nmYD2Xi0rtw&feature=related
Esta es una versión en vivo.




Oh Sailor

Una de mis favoritas. El video es impecable, muy bien realizado, pero la canción es para escucharla con los ojos cerrados, con buena calidad, con audífonos, con una copa de vino, para sentir bien el lamento que se transmite de una forma sutil pero certera en la voz de Fiona (diría que es la canción perfecta para escuchar en una tina, en un baño de espuma *.*).



Parting Gift 
Minimalista y poderoso. La cantante con su piano. El video está aquí.

Across The Universe
Es un cover de una canción de Beatles, pero diría sin miedo que le suena mejor a ella. No está en ningún álbum, y fue parte de la banda sonora de la película "Pleasantville" que nunca he visto.




Criminal




Dos días - Flaneurie

Los últimos, fueron dos días ejerciendo mi autoproclamado y desconocido oficio de flaneur como pocas veces. Hacía rato no me daba la licencia para seguir los impulsos de ciudad, sin preocuparme de la hora de llegada, ni de los deberes acumulados.
El viernes empezó como cualquier otro: llegué tarde a la clase de la mañana, me dormí toda la segunda clase, y escuché por una hora la charla del demente profesor de constitución mientras intento de algún modo acomodarme en los estrechos pupitres antiguos y hechos para pigmeos donde se dicta esa clase. Esta vez cumplí por primera vez mis labores de monitor, y una coincidencia hizo que el monitor de un par de nuevas estudiantes de administración no asistiera y yo, como buen samaritano, me encargué de explicarles todas sus dudas. El "efecto afrodisíaco del poder" del que alguien me había hablado se notaba en sus caras de admiración. Ya había sentido esa forma en la que las estudiantes calculan sus gestos y piensan sus palabras cuando se dirigen hacia mi cuando soy el que escribe en el tablero, pero nunca he podido acostumbrarme a esa especie de alabanza. Alguien diría que soy un tonto por no utilizar ese magnetismo que el poder confiere, pero tal vez simplemente el efecto groupie no va conmigo.
Esta vez el cielo estaba despejado como pocas veces. Sólo unas pocas nubes evitaban que los rayos del sol llegaran directamente y como resultado el clima estuvo templado, con brisa leve, ideal para caminar y experimentar la ciudad. Esta vez tenía un plan, unas cervezas prometidas y el deber de comprar la boleta para el concierto de Calamaro por la que por tanto tiempo trabajé. Esta vez, igual que la semana anterior, un amigo quiso intentar seguirme el paso. De esta forma la cosa funciona distinta, la conversación hace que el camino se sienta más corto y me convierto en guía, llevando a mi amigo por los caminos que suelo tomar, mostrándole las opciones, los lugares, las historias. Un perro callejero con una cabellera brillante nos escoltó a través del Parque Nacional, y allí comprobé que la torre del reloj restaurada por suizos sigue mostrando la misma hora de siempre. El centro se me presentaba como siempre, con ese especial encanto que ejerce sobre mí y que nadie termina de sentir del mismo modo, con edificios enormes que me hacen sentir pequeño, grandes estructuras de hormigón y acero, y con el Museo Nacional, escondido entre árboles viejos y oscuros, fuera de contexto, con sus altas paredes de piedra y jardines cortos, donde me escapo de vez en cuando. Recorrí mis pasos una nueva vez, pasando por el Planetario, el pequeño bar clandestino cerca de la Plaza de Toros, el Parque de la Independencia a la sombra del edificio más alto de la ciudad, el Museo de Arte Moderno, las salas de cine erótico, la Cinemateca Distrital, teatros, comercios, tiendas de música. Al llegar a la 19, mi compañero ya estaba bastante sorprendido, y lo quedó aun más cuando le mostré que al costado norte del lugar donde mataron a Gaitán, símbolo de lo que alguna vez pudo ser la igualdad social en el país, y con cuya muerte empezaron todos los verdaderos problemas, personaje tan colombiano como la bandera, había una gran tienda de Mac Donald's, justo en el medio de unas paredes que cuentan la historia de Colombia.
Llegamos hasta la plaza de Bolívar, y por no tener una cámara conmigo me perdí una de las mejores fotos que algún día pude haber: bajo la sombra de la buhardilla de un local cerrado, sentada sobre una tela azul oscura, con una gorra roja y sucia por el tiempo, una anciana vendía manzanilla. Tenía la apariencia de haber llegado a sus 86 años tal vez, y la encontré baja, corvada, bien sentada sobre un bordillo frente la puerta en la que improvisaba su expendio. Llevaba una oscura y larga falda, unas medias cortas y unas zapatillas de tela delgadas que caracterizan a las personas de edad. Un saco de lana azul abierto terminaba su presentación, y su rostro arrugado y de mejillas bien definidas era especial. Miraba hacia el horizonte, sentada de manera ortopédicamente correcta, con las manos sobre su falda, olvidándose de su mercancía,y todas las arrugas de su rostro se alineaban de manera que sus ojos y los pliegues en la piel tuvieran el mismo punto de fuga en la mira.
La plaza estaba siendo preparada para el cierre del festival de verano. Poco después, esa misma tarima que se ensamblaba se mantuvo para rendirle tributo a la fundadora y motor del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá.
Pasamos un rato tomando las delicias del Juan Valdez de la casa de la moneda, y obtuve más monedas de recuerdo acuñadas en el lugar. Nos reunimos con un tercer amigo y subimos hasta el Chorro de Quevedo. 
En la Candelaria, cada vez que se abren los ojos, o se gira la mirada, se obtiene una postal. La arquitectura antigua le da un toque romántico al lugar, y en los fines de semana, las hordas de universitarios listos para la vida nocturna empiezan a poblar la antigua ciudad. Esa noche, la luna estaba prácticamente llena, y los ánimos estaban ideales para pasar un buen momento.
Cerveza, Rock'n Roll y amigos. Esa fue la velada. Entramos a un agradable pub cercano a la calle del embudo, con pisos de madera, escaleras de madera, y lugares íntimos y de poca iluminación. Hablamos de todo, de mujeres, de música, de la vida, del país, de música, de mujeres y de mujeres. Tal vez hablamos demasiado de mujeres, pero una de aquellas ideales que nos imaginábamos apareció de repente en una mesa cercana, haciéndonos perder el aliento y dejar volar la imaginación por un buen lapso de tiempo. Salimos, con el alcohol dentro de la cabeza, con el cansancio de la jornada, pero con una satisfacción que no sentíamos desde hacía demasiado tiempo. En el bus de regreso, tal vez víctima de una sinapsis nerviosa lenta, intenté leer otro capítulo de El Gran Gatsby, pero sólo me gané un dolor de ojos.

El sábado tuve una agradable velada solitaria, como las que solía tener. Después de la clase de la mañana donde volví a hacer el papel de profesor, saqué Los Hermanos Karamazov de la biblioteca y volví a adentrarme a la ciudad. Esta vez quería observar una exposición de fotografía en el Planetario Distrital. Caminé un rato hasta el Museo Nacional, donde hice un esfuerzo sobrenatural para subir una empinada pendiente en el costado norte del museo hacia la Carrera quinta. En la mitad del acenso prometí no volver a fumar y maldije a Dostoievski por haber escrito un libro de más de 1000 páginas que me hacía perder el aliento. Al llegar arriba, después de recuperar el aire, pedí perdón a Dostoievski y observé una hermosa exposición al aire libre de fotografía de exteriores, parte también del proyecto al que planeaba asistir. Eran fotografías en gran formato de aves de jardines silvestres. El verde de la naturaleza plasmada en las imágenes me tranquilizó, y era fácil sonreír al reconocer las aves comunes de la ciudad. Compré un sandwich, un jugo, y un par de cigarrillos y me senté en una banca sobre el Parque de la Independencia. El viento era fuerte, los caminos de ladrillo estaban repletos de hojas secas y amarillas, y se acumulaban de forma certera sobre todo el follaje, dándole un aspecto descuidado al lugar. Mientras comía, unos niños jugaban y gritaban en un carrusel olvidado por el tiempo pero revivido por la imaginación de los infantes, que soñaban sobre los corceles de pasta ya sin pintura que se mantenían estáticos sobre un eje oxidado. El viento me apagó 3 cerillas, y como en una película, la última funcionó para darme la bocanada de humo nocivo que a veces utilizo para aceitar las neuronas. Empecé a leer el libro, y miraba de vez en cuando al cielo sin nubes y a los niños ruidosos, mientras las palabras me transportaban a un lejano lugar ruso. Después de un par de capítulos, bajé al Planetario, y entre los arbustos del parque descubrí una escultura de Copérnico algo rústica, pero con la intención de celebrar la astronomía.
La exposición de fotografía fue más pequeña de lo que pensaba. El fotógrafo (René Peña creo) poseía una cámara que le permitía tomar primerísimos planos, y decidió mostrar una serie llamada ¨Man Made Materials", donde diferentes partes del cuerpo eran fotografiadas, revelando texturas impresionantes, y patrones surrealistas, todo sobre nuestra propia piel.
Al terminar allí, y comprobar que me dolía aún más que el día anterior haber perdido la posibilidad de fotografiar a la vendedora de manzanilla, decidí que mi próximo propósito es una buena cámara. La tarde terminó en un centro comercial, y con la boleta de Calamaro en la mano :)

El contraste de mis caminatas en solitario y aquellas con algún tipo de compañía fue algo necesario. Por un lado, compartir las pasiones, y tener alguien receptivo a ellas, es gratificante. Suelo ser más bien social, y compartir un paseo por la ciudad cultiva una amistad. Pero el hecho es que siempre he sido un espíritu solitario, creo que no vale la pena buscar otra forma de decirlo, aunque no por eso me sienta aislado, y he aprendido que no debo esperar que alguien tenga una locura tan específica como la mía. Flaneur después de todo, experimentando los parajes de la ciudad, cantando por la acera, mirando en las ventanas. Dos días que merecen recordarse.

sábado, 9 de agosto de 2008

Asia

La primera vez que la vi, sólo sentía muchísima curiosidad por sus rasgos asiáticos. Una reacción normal supongo, por la aparición de un rostro con facciones diferentes. Se notaba que no era completamente asiática, y en su forma de mirar se notaba la timidez, tal vez producto de estar siempre como objeto de las miradas de los transeúntes. De eso hace ya tal vez 2 años, la verdad no lo puedo decir con certeza, y me sorprende últimamente darme cuenta de que todas las cosas que recuerdo son de hace demasiado tiempo. Era una de esas semanas de la cultura japonesa, y ella, teniendo sangre de China, acudió a una de las películas que proyectaban por las fechas. 
Esa vez no reparé demasiado en ella. Debido a mis estudios de japonés he creado una extraña pero real suspicacia contra los chinos, y no fue diferente con ella. Simplemente me percaté de su existencia, y de ciertas mística que rodeaba a las personas que trataban con ella, como si fuera un animalito en vía de extinción. 

Después me di cuenta hace unos meses de que estaba tomando las mismas clases de japonés que yo solía tomar. Así que ese tonto obstáculo que me había creado se había roto. Tiene unos ojos muy expresivos. No son los ojos rasgados y cerrados de los japoneses, los de ella son perfectamente redondos y sus párpados se pueden abrir por completo, y le permiten una expresividad particular y difícil de describir, que armonizan a la perfección con un rostro ovalado y de pómulos suaves. En ese aspecto me llamó la atención, porque a pesar de ser igual de superficial que un hombre corriente, unos ojos hermosos me pueden tocar más rápidamente que un buen cuerpo. En los días en que vivimos, basta con tener el cabello arreglado y unos ojos llamativos para conseguir la atención, al menos la mía. Su forma de vestir me confirma su timidez. Chaquetas largas, siempre chaquetas largas, por debajo de la cintura, le cubren todo su cuerpo, y no se puede saberse con certeza que tipo de silueta tiene, aunque no parece que sea una que deba ser ocultada. No es demasiado alta, pero está en el promedio colombiano, y supongo que es mi culpa por ser alto que ese aspecto nunca lo dejo pasar. Hay un par de cosas que si me llaman demasiado la atención. Por un lado, por cosas de la genética y la raza, tiene la piel perfecta. Lisa, blanca, perfectamente tensa y suave a la vista. No tiene ninguna marca especial, y al mantener su rostro sin maquillaje, exhala una sensación de tranquilidad con la armonía de sus facciones. El otro elemento, sus labios. Son labios para besar. Lo noté desde la primera vez, cuando ni siquiera consideraba darle un saludo, notaba que tenía unos labios perfectos. Delgados pero carnudos, llenos, un rojo perfecto, un labio interior suficientemente prominente, labios para besar, para ser besados, que me gustarían besar.

Sus miradas llegaron después. Me recordaban otras mujeres que me miraban con intenciones y deseos escondidos, pero con su personalidad pasiva y los ojos expresivos, le correspondía la mirada y ella la desviaba. Son esos cruces casuales por lugares públicos los que hacían crecer en mí cierta curiosidad. En una ocasión, mientras bajaba por unas escaleras largas y anchísimas rodeadas por vegetación densa que comunica la parte más alta de los edificios sobre la montaña con la planta principal me encontré con ella subiendo. En ese momento nunca nos habíamos dirigido la palabra, y cruzamos las miradas. Esos ojos brillantes y grandes me miraron, y yo la mire con firmeza sin detener mi marcha. Ella tomó aire y abrió sus labios para decir algo, pero mantuvo el aire y se tomó sus palabras. Eso fue todo hasta hoy.

Desde hace ya mucho tiempo que me devoré todo lo que la universidad tiene para ofrecerme en idioma japonés. No es que tenga una obsesión especial con esto, sino que simplemente se me dio así: una vez tomé francés, me asustaron las 14 formas de pronunciar vocales y decidí matricular japonés por ninguna razón en especial. Una vez en clase me gustó, y me volví además amigo del sensei, razón por la que desde los primeros semestres decidí sacrificar mis sábados para pasar una mañana agradable con gente tranquila. Las veces que no tuve clase los sábados, ese día simplemente quedaba perdido, así que me acostumbré, y lo tomaba como una simple visita al padrino o a los tíos, el sensei es verdaderamente un personaje cálido que recibe a todos como familia. Después de tomar todos los cursos disponibles, sensei simplemente continuó dictándonos clase, sin que con ello le paguen un peso, simplemente por mantener el grupo de estudio. Hemos sido sin embargo, los desplazados de la universidad con todos los cambios de idiomas, y mantener este tiempo de práctica se ha venido dificultado. Soy probablemente uno de las 3 personas que más conocen el idioma en la universidad, y por esa misma razón, esta vez decidimos colaborar con el sensei para nivelar a unos alumnos de niveles inferiores. Hoy, ella estaba ahí, entre los estudiantes a los que ayudaría. Fue muy sutil, pero logré descubrir sus pequeñas miradas hacia mi lugar. Al acabar la clase, todos salieron a excepción del sensei, un compañero, ella y yo. Tengo que encargarme de un par de cosas esta vez, así que tenía asuntos que tratar con sensei, pero ella también esperó, aunque desconocía la razón. Hice una llamada por mi celular, y mientras lo hice, la miré directamente a los ojos. Ella estaba a un poco menos de un metro de mí, en una silla del frente, pero mientras hablaba con alguien al teléfono, nos observamos sin dudarlo demasiado. Parpadeó como en cámara lenta, y seguí sus ojos, y ella los míos. Emprendimos el camino y empezamos a hablar. Conocí su voz, que era dulce pero segura, en contraste de sus apariencias tímidas. Cuando le pregunté qué creía que estudiaba.. "seguramente algo con humanidades".. cuando me dicen eso me estremezco por dentro. Quisiera decir que estudio lo que estudio porque quiero comprar mi libertad y lograr dedicarme a lo que verdaderamente llena mi mente de éxtasis. Pero no, hice de tripas corazón y seguimos hablando. No puedo recordar su apellido porque era difícil de pronunciar y no tengo la más remota idea de la forma en que se escriba, pero su corto y latino nombre se me estampó fácil en la memoria. La conversación sólo continuó en el trayecto que va desde el aula de clase hasta la biblioteca, donde ingresé para seguir leyendo Tokio Blues (o Norweign Wood) de Murakami Haruki, paradójicamente japonés, aunque fue simple casualidad; mi último libro fue de Fedor Dostoievski, este simplemente seguía en la lista. Hablamos de pocas cosas, y simplemente reconocí en ella un amor real por la crónica escrita, una sensación zozobra por el futuro profesional, y el hecho de que tomó la cátedra de Cortázar, con lo cual no pude sino acrecentar mi curiosidad. No quedamos en nada especial, supongo que nos volveremos a ver la próxima semana, pero si me cruzo con ella seguramente la invitaré a un café. Por ahora tengo un verdadero interés en conocerla mejor, con el tiempo, tal vez, Asia.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Incapacitado

He llegado a pensar que soy incapaz de sentir. A través de tanta lectura y películas me he convencido de la idea de que soy demasiado romántico. Las caminatas por la ciudad, flaneurie, las novelas. Tal vez no sea cierto, y tal vez simplemente me gustan ciertas historias por otras razones diferentes al romance. Esa silueta de la mujer de mis sueños se fue llenando de más y más virtudes y anhelos que la hicieron casi imposible. Pero de repente, al aparecer personas que llenan ciertas partes de ella, no reacciono como creí que reaccionaría. Pensaba que al encontrar personas con alguna sensibilidad, me emocionaría con la posibilidad de lograr acercarme. En cambio, me encontré con que descarté cualquier imagen de estar en una situación cercana. Dicen que nadie sabe lo que quiere. pero esto es diferente, porque me di cuenta de que no puedo imaginarme a la persona a la cual sería capaz de abrirle mis sentimientos completamente, puedo imaginarme a la persona con la que me gustaría estar, pero no creo que sea capaz de enamorarme de ella.

Soy demasiado racional, o tal vez demasiado calculador. Pero también puedo ser demasiado pasional, demasiado irracional en ciertas ocasiones, demasiado arriesgado... soy demasiadas cosas y ninguna a la vez. La cosa se empeora ahora que descubro la dureza de mi corazón. No me puedo dejar llevar con una ilusión, tal vez nunca lo haga. Tal vez es la fobia a sentirme vulnerable, o tal vez simplemente no estoy hecho para ello, una incapacidad adquirida por pensar demasiado.

martes, 5 de agosto de 2008

Encuentros

Me tomó descuidado. Creo que ya he dicho un par de veces que la gente no sabe mantenerme la mirada. Ella lo hizo, lo hizo como si me conociera desde hacía mucho tiempo y no tuviera problemas en mirarme a los ojos sin el menor esfuerzo. 
Yo no estaba solo, simplemente pasaba para comer con mis compañeros cuando la miré y ella sonrió. Luego hizo un gesto cálido, y entrecerró un poco los párpados, y unas pequeñas arrugas aparecieron en su excesivamente blanca y redonda cara. Pude leer claramente la forma como sus labios describían la vocalización de un "hola" algo tímido. Ella también tenía compañía, pero dejó de hablar con ella para observarme y darme su atención. Sus amigos pudieron pensar fácilmente que yo era un conocido, pero estaban bien equivocados: creo que nunca la había visto en mi vida. 

Cuando dijo ese mudo saludo, yo le respondí de la misma forma, pero desconcertado. Me quedé con mi comida en las manos y de pie frente a mi silla por unos segundos. Me desconecté de repente preguntándome por esa persona que era capaz de saludarme tan familiar y cálidamente y por el mismo lapso de tiempo me dispuse a buscar en lo más recóndito de mi memoria. Al final, mis compañeros me despertaron del momento y mientras terminé de comer la miraba de reojo.
Ese gesto me retumbó todo ese día. No era una mujer excesivamente hermosa como las que se pueden observar con creciente frecuencia en mi campus, sino que era más bien una mujer de contextura  poco suntuosa, y un rostro tímido y natural. El cabello recogido, tal vez nada de maquillaje. Si continuara en mi tendencia superficial destructiva, probablemente ni siquiera hubiese notado su presencia.
Es aquí donde debo admitirlo. Tomó la iniciativa. Ese sólo gesto la puso en el plano de mujer interesante, y estuve distraído en los 20 minutos siguientes desde que me senté para comer y regresé a mi facultad. 

La cosa pudo haber terminado ese día con facilidad, una simple mirada curiosa de una mujer extraña. Sin embargo, el azar o tal vez algo más hizo que me cruzara por accidente con ella. Entré a una de las muchas cafeterías de mi universidad dispuesto a tomarme un té frío. Después de pagar el excesivo precio que mi antojo requería, me dirigí a una pequeña plaza, una playita con sillas que sirve de punto de encuentro para una monitoría que debía dictar de dos minutos. Al salir de la cafetería y bajar un piso hasta ese lugar, una mujer estaba sentada en una silla, y era la única en el lugar. La observé porque noté de inmediato que estaba haciendo todo lo posible para llamar la atención de una paloma que estaba cerca. Utilizaba los típicos gestos con los que uno llama a un perro, pero fue evidente de que la cosa no funciona con aves. Me quedé observando de pie a la distancia la escena, hasta que observé el rostro de la persona y se trataba de ella misma. Por un pequeño instante se sonrojó, pero me miró con delicadeza y trazó una curva en sus labios, a la cual respondí con mi propio sonreír. Seguí mi camino, porque en ese momento el tiempo no era mío, pero supe que estaba al tanto de mi existencia.

Por supuesto, mi cabeza no ha cesado de intentar racionalizar cada momento de las dos situaciones en busca de una explicación. Armo videos extraños donde ella resulta siendo una acosadora que me conoce por fotos y de repente se sintió con suficiente conocimiento de mi vida como para saludarme, u otra historia paralela donde intento explicarme como una persona con apariencia tan tímida pudo soportar el latigar de mi mirada en sus ojos y saludar.

Es cierto, acabo de escribir una cosa trivial, un desconocido que saluda, nada más. Probablemente sea otro de esos casos en los que pienso que encontré una persona para mí, y dentro de un par de horas cambiaré de parecer. También es posible que dentro de los 15000 alumnos de mi universidad, fueron cuestiones del azar, pero no puedo evitar mi curiosidad. La ventaja del anonimato es que puedo pensar lo que quiera sin esperar una verdadera consecuencia en mi mundo social, y del mismo modo puedo imaginar que tal vez encontró fotos mías, o leyó este blog y de repente me reconoció. Igual, mantendré mi rutina y no forzaré ningún encuentro, por lo que tal vez esta sea la última vez que hable de esta inquietud.

sábado, 2 de agosto de 2008

De "El Jugador"

Acabo de terminar "El Jugador" de Dostoievski y me encontré afortunadamente con un texto de Estanislao Zuleta. En "Elogio a la Dificultad" dice:

"(...) Dostoievski nos enseñó a mirar hasta dónde van las tentaciones de tener una fácil relación interhumana: van no sólo en el sentido de buscar el poder, ya que si no se puede lograr una amistad respetuaosa en una empresa común se produce lo que Bahro llamara intereses compensatorios: la búsqueda de amos, el deseo de ser vasallos, el anhelo de encontrar a alguien que nos libere de una vez por todas del cuidado de que nuestra vida tenga un sentido. Dostoievski entendió, hace más de un siglo, que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las cadenas, los amos, las seguridades porque nos evitan la angustia de la razón."


Es de valientes enfrentarse a la vida sólo. Alexei Ivánovich, el protagonista de El Jugador se creía completamente enamorado de Polina, y era capaz de hacer cualquier cosa que ella pidiera. Tal vez la forma más pura del amor sea la servidumbre, pero ya pase por la etapa en la que creía que mi vida solo tendría sentido si encontraba a una mujer que me calmara la severidad del pensamiento. Luego, mientras estuve con alguien, se me anestesiaron los pensamientos, y al volver a estar solo sentí como se había perdido el tiempo. Igual, Dostoievski sabe como pocos que el hombre le tiene miedo a su libertad, y la soledad puede convertirse como pocas cosas en un verdadero enfrentamiento con la posibilidad de elegir el camino. Es fácil enamorarse y dejar la vida en manos del otro, y aunque no puede decirse que es una mala elección, diría que es una salida cobarde en cuanto se renuncia a la libertad propia. El verdadero amor tiene que ser entre personas libres, que son capaces de pensar por sí mismos, con iniciativa propia y respeto intelectual. En fin... todo esto para recomendar el libro :).