martes, 20 de enero de 2009

Ella dijo:
"Tengo un poema favorito. Dice:

La campana de la soledad
tañe sin ser tocada
melancólicamente es la segunda naturaleza de un hombre nostálgico
pero se es más extranjero viviendo aquí
con nostalgia en casa
como si hubieras vagado por años
y de pronto, recordarás un familiar sendero bajo la luz de la luna"

Tengo que leer más poesía asiática

viernes, 16 de enero de 2009

Días

Hay días en que nada tiene sentido. Hay días en que parece que no hay nada que valga la pena. Días sin objetivos, días sin razones. Días en los que se pierde el horizonte. No sirve la anestesia, no sirven las distracciones, solo queda la nada y la resignación. 

¿Cómo no caer en el existencialismo si parece que nadie se preocupa por algo diferente a la supervivencia?¿cómo vivir sabiendo que no existe la magia?... La soledad es la razón del exceso de conciencia, pero depender de otra persona para encontrar razones para vivir significa que una vida solitaria no tiene argumentos reales, o tal vez el único argumento que se necesita es encontrar a alguien más que no sepa qué hacer con su vida. Tal vez por eso tantas almas deciden acabar con una existencia sin sentido, o al menos carece de sentido en la soledad. Tal vez yo tampoco soporte demasiado tiempo una mente que nunca se calla.

lunes, 12 de enero de 2009

Del viaje a tierras caribes


Hay días en que la falta de viento hace que las hojas de los árboles se mantengan inertes, estáticas, muertas, y en esos días no existe un escondite para huir del calor. Hay otros días en los que la brisa no deja caminar, y es necesario hacer posturas extrañas para romper la resistencia del aire. A la brisa, la llaman ¨la loca¨, y no es precisamente por ser racional. En los días sin brisa, el ventilador que decora cada cuarto solo mueve aire igual de caliente a la temperatura, y la vida se vuelve pesada, sofocante, cada movimiento se piensa de acuerdo a la cantidad de exposición al sol que se necesite. La gente se refugia en la sombra, y dejan de luchar contra el impulso de quitarse la ropa.

Santa Marta es el lugar donde creció mi madre, en medio de obstáculos y necesidades. Ser mitad costeño aparentemente me ha traído una que otra ventaja en el mundo, pero para ser un costeño completo hay que crecer en la costa, y poco ha sido mi contacto con ese lugar. La vida es más difícil, no hay muchas oportunidades, pero las cosas son más simples. Las fiestas de fin de año tienen una atmósfera especial, un aire de felicidad, de familia, de unidad, y se olvidan los problemas del resto del año. 

La gente es completamente diferente a la del interior. Por un lado, el calor hace que las vestimentas sean ligeras, y entre las mujeres es una lucha entre lucir demasiado atrevidas o aguantarse el calor, lo cuál se refleja en una constante examinar de los hombres. La música juega un papel fundamental en continuar con una cultura de calentura, de tradición, de trópico. El vallenato y la champeta suena en cada esquina, y la gente ha desarrollado un nivel de audición que les permite escuchar la voz de otra persona en medio del ruido, aunque puede fallar en ausencia de sonido. La familia es sagrada, los vecinos son familia, la hospitalidad una tradición. El fútbol se juega a pies descalzos, y dos piedras son un arco para un balón viejo y desinflado con el que han jugado varias generaciones en las calles. La ausencia de trabajo y la facilidad del acceso han hecho que las motocicletas se tomen las calles (como en muchas otras ciudades), y no es extraño ver familias completas de 4 personas en una sola moto, o una señora de avanzada edad con un bastón y sentada de lado en la parrilla. Las casas recuerdan a una Habana multicolor, las mismas construcciones de un piso con patio y alberca. Los morrocoy, gallinas y perros crecen sin demasiado cuidado en las casas, las calles se llenan de hojas secas de Mango, Almendro y Mamoncillo mientras el olor a fruta se extiende por todas las esquinas.

Las sonrisas en medio de la pobreza hacen preguntarse repetidamente sobre las cosas necesarias para alcanzar la felicidad. Para final de año, para muchos samarios parece bastante evidente que sólo se necesita un colchón, y un par de parlantes de 2 metros de altura para alcanzar la felicidad. Es la ciudad del rebusque, y el turismo trae consigo un abanico de oportunidades nuevas. El cachaco huele desde lejos, además de que siempre pronuncia la "s" (en Cartagena es la "r"), utiliza gafas de sol y tiene la cara roja.

Las playas son las más hermosas del país. En los puentes festivos, caravanas completas de barranquilleros inundan las playas del Rodadero para disfrutar del mar tranquilo y la arena clara. Taganga siempre aparece como un pequeño paraíso escondido, lejos de la ciudad, lejos de todo, que a pesar de volverse comercial en los último tiempos, sigue manteniendo el misticismo de un paraíso secreto. 



Tuve tiempo para relajarme, descansar, dejar que el tiempo pasara sin preocuparme por exprimirle cada segundo a un minuto, pude dejar de pensar tanto, de razonar demasiado. Logré sentir por un instante la tranquilidad que no se experimenta en la ciudad, y simplemente sentarme y sentir la brisa del ventilador. El exceso de familia me hizo reunirme con mis raíces, recordar el cariño de una bandada completa de primos pequeños, recordar el paso del tiempo con mis parientes, escuchar a cuatro comadres hablar de los días de antaño. El abanico de melodías y ritmos que escuché, me hizo sentirme humilde y respetuoso por todas las músicas, y me di cuenta que para muchas personas los ritmos tropicales significan tanto como el jazz, rock, blues y funk representan para mí, y que por eso mismo no puedo desprestigiar ninguna expresión musical, sino que debo apropiarme de ellas, como buen melómano, mientras reconocí que lo verdaderamente colombiano está en lo popular. El atardecer y la luna me llenaron de tranquilidad, la brisa y el mar, de serenidad.