domingo, 16 de diciembre de 2007

El Receso

Ha pasado ya bastante tiempo desde el último post, y no puedo evitar darle vueltas a mi cabeza por las razones por las que dejé de escribir este íntimo diario de memorias. Primero debo decir que el semestre académico ha terminado, y que el tiempo aquel por el que reclamaba y anhelaba ha vuelto de cierto modo. Reconozco entonces que escribir en este lugar fue una de las pocas cosas que me mantuvieron a flote durante los tiempos de estrés y que probablemente hubiera perdido la razón dentro del hervidero de dilemas que solía dominar mi mente, que encontraron en este espacio la fuga de presión. El concierto de Soda me dió además la tranquilidad de mente para continuar subiendo la pendiente, y al final de todo, la cumbre fue conquistada. Una concentración criminal del último mes me ha dejado con pocas neuronas para concentrarme demasiado bien. Eso me justifica la ausencia por un par de semanas.



Ahora debo entrar a trabajar, ayudar a mi papá en la oficina, cosa que hago por el cargo de conciencia que me da la gran inversión de cada semestre. La verdad es que no quisiera hacer más que dormir, y perder el tiempo sin reparos ni cargo de conciencia, pero la situación es distinta. La rutina regresa, cortando los deseos de un camino vagabundo, y veo como pasa el tiempo, sin trascendencia, en la soledad que una pantalla de computador puede ofrecer durante horas y horas seguidas. El próximo año no es demasiado prometedor, pero al menos el choque con la realidad no será tan feroz. Se me escapa la música, y sólo puedo ensayar con mi banda unas pocas horas los fines de semana, a pesar de haber prometido comprometerme de lleno en estas épocas. La sensación de que nada vale la pena de verdad me invade muy a menudo. La resignación a la rutina la he asimilado sin darme cuenta. La rebeldía por caminar en el centro desaparece. Envejezco y soy uno más. A mi edad debería estar disfrutando de las cosas más banales que exhortan los sentidos, pero una madurez adelantada me ha dejado aislado de un entorno social estable. Las festividades me han parecido esta vez momentos intrascendentes, y daría igual si tuviera 20 o 50 años, las reacciones son las mismas. Lo único rebelde es mi cabello, que empieza a enroscarse de lo largo y formar rizos simpáticos. De repente aparece el fantasma: no sé ya si soy Alonso Llosa, el sujeto que escribe y se cree bohemio, o el muchacho que esconde su nombre y se somete a la rutina y los malestares de una sociedad sin espacios. He perdido el romance, y eso acentúa la situación de sometimiento. He dejado de mirar a la luna, y la recompensa parece ser demasiado vacía. ¿No es posible acaso llevar una vida tranquila y llena de arte?... la verdad carezco de una base que me diga que vale la pena, que hay personas que cómo yo disfrutan de la literatura y la música a niveles sanguíneos. Supongo que sólo queda dejar el sololoquio al viento y esperar que le de la vuelta al planeta para regresar a mortificarme.