domingo, 13 de enero de 2008

Espacios

Hay momentos especiales donde la creatividad debe ser explotada. En mi caso, cuando acabo de despertarme, mi imaginación se desborda. Debe ser la existencia de ese umbral entre el sueño y la realidad donde el subconsciente se apodera de mi cuerpo y tiene libertad para desarrollar su potencial de creador. Es un diminuto lapso, que se prolonga durante todo el tiempo que duro en la ducha. No canto, sueño. En la ducha he estado tocando mi música frente a miles de personas en estadios alrededor del mundo. He creado proyectos, hecho planes. He terminado historias de principio a fin. Es además el único momento donde realmente se percibe cierta sensación de privacidad, y soy yo con mis ideas locas. Se ha transformado poco a poco en el hervidero de ideas de esta confusa personalidad, y me desconecto del mundo real a medida que el agua purificadora se lleva toda la contaminación de la realidad de la que somos presas. Me sumerjo en un mar de posibilidades, un charco de ideales, un manantial de variables. Son sueños descabellados después de todo, y cada vez más me culpan por los aumentos en la factura del acueducto. No puedo evitarlo, es el impulso de esos delirios matinales lo que me dan el empuje para continuar con la jornada.

Todo sería bueno hasta ahí, si no fuera porque cada vez que salgo de la ducha, olvido cada melodía y letra que produzco. Es un efecto extraño, pero por más que he buscado una solución, siempre las ideas vuelan a parajes lejanos de mi memoria. He lamentado por semanas la falta de retención de una creación que nadie fuera de las baldosas pálidas han escuchado. Supongo que pasa porque de repente despierto, y mi subconsciente se guarda para su horario nocturno. La imaginación muere durante buena parte del día, o al menos al mismo nivel desaforado con el que se manifiesta en los momentos de somnolencia. Entonces componer se me transforma en una actividad que requiere concentración y menos espontaneidad.

Mi lugar favorito para componer música es, y siempre será, el Parque Nacional. El hecho de que mi universidad esté tan cerca facilita las cosas, y lo utilizo como un escondite de la rutina que me asedia. No importa lo complicado que se pueda poner las situaciones del ambiente de trabajo, los árboles nunca te recriminarán por ningún deber. Es además el anonimato que me brinda el lugar el mejor escenario para ser como soy sin alguien para criticarme. Hay una plaza circular alrededor de una torre de un reloj que siempre da la misma hora desde hace años que la visito. Los niños, los abuelos, los perros, son los asiduos personajes con los que me cruzo. Me recuesto en una silla y me pongo a leer, o de repente saco el lápiz y el cuaderno viejo y lleno las hojas en blanco con ideas de todos los colores. El olor de la pureza de la naturaleza inspira, el cantar de los pájaros son la mejor banda sonora para una creación cálida. La gente pasa, mira, te revisa, pero te deja tranquila. Los poetas callejeros buscan las parejas que vienen a mirarse el uno al otro por horas completas. No he encontrado a nadie más que decida venir al lugar por el simple placer que brinda la lectura al aire libre. Solía pensar que era cosa de tiempo para encontrarme a alguien similar, pero cada vez me convenzo de que es especial sólo para mí. La gente ha dejado de leer, y escenarios como este solo tienen significado para pocos.
Fotos, fotos, debo recordar tener una foto de aquel jardín de tantos suspiros, y del lugar con la palma en el centro donde las líneas fluyen con facilidad. Cuando me siento satisfecho con mi trabajo, tengo la posibilidad de caminar hacia el centro y seguir disfrutando mis pensamientos caminando en el anonimato. Un par de veces he llegado hasta el Mambo y entrado por el placer de ver la última exposición de fotografía  (salud por fotográfica Bogotá) o mirado la cartelera de la Cinemateca Distrital. Cuando la inspiración llega, el hambre por el arte se hace incontenible.

Hay otro momento de imaginación y creatividad. Es esta noche de cansancio y estrellas de las que salen otras ideas. Aunque sea de otro tipo, las palabras fluyen sin tapujos, y la quietud de una ciudad dormida brindan cobijo al sonido del teclado y el lienzo virtual que tanto me ha gustado. El sueño me domina, y es así, cuando las letras se me empiezan a nublar por el abatimiento, cuando soy sincero y me exploro con facilidad. Mañana será otro día, otras historias desde la ducha, otro sueño sin memoria, otra rutina sin resaltos, otro día normal. Quedan las palabras, las ideas, las fotografías del día en mi cabeza: Esos niños jugando en el parque llenos de barro y cansados con una pelota desinflada y una sonrisa que atravesaba el rostro, ese perro fiel que buscaba entre los desperdicios algo de comer para su amo, la cara de una niña tomando su biberón con parsimonia. En fin, pocas cosas que hacen esbozar una sonrisa y le dan calor al alma. Son estos los espacios que me inspiran y me permiten continuar en un mundo descabellado y sin sabor.

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