viernes, 11 de enero de 2008

La neblina empezaba a tomar forma por las calles desiertas de la ciudad en la madrugada. Miraba hacia atrás y solo el roce entre mis ropas parecía seguirme. La noche era fría, solitaria, tenebrosa, y sólo en ese momento parecía que era libre. Veía hacia el cielo, y las pocas estrellas que sobrevivían al filtro de las luces citadinas me llenaban los ojos de sentido místico. Tenía los ojos más abiertos que de costumbre, y me sentía alto, grande e insignificante. 

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