miércoles, 16 de enero de 2008

Gris

Es extraño darme cuenta de repente del envejecimiento de mi padre. Aún sigue siendo el sustento de la familia, y sus instintos en el trabajo son impecables, pero cada vez más se marca el paso del tiempo. Es difícil notarlo, y pareciese que ese cabello gris siempre fue así, pero al observar el autorretrato en óleo que dibujó cuando yo era tan solo un niño es imposible cuestionarse por el paradero de los cabellos oscuros. Es más alto que yo, llegando al 1.92 por encima de mis suficientes 1.86, y siempre parece tener más energía que yo, por lo que siempre lo veo hacia arriba, y parece él el dueño de un corazón de 20 años. 
Los cambios son de comportamiento, de frases, de características que sólo la edad trae a sus espaldas. Ahora es más terco que de costumbre, más intenso en sus actividades, más perspicaz en su andar. Al hablar de fútbol con él no puede hacer más que pensar en extrañas conflagraciones para arreglar partidos, y observa confabulaciones en cada esquina. Ha perdido la capacidad de reconocer sus errores, y ahora espera que la gente siempre este a su disposición sin importar la hora ni las diligencias de cada uno.

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