lunes, 23 de junio de 2008

Observación

Nadie mira a nadie. Ya lo había dicho, pero esta vez lo observé en un bus de Transmilenio completamente lleno de personas. Hay un par de miradas, pero son miradas con deseos de sexo, aunque esas miradas también son poco apasionadas, y no generan nada. La gente no sabe mantener la mirada. Cuando descubro a alguien mirándome, miro a la persona a los ojos, y los desvía con rapidez. En algún párrafo recuerdo haber leído que la persona que podía mantener la mirada tenía el poder de determinar a los demás y tal vez es la razón por la que me obsesioné con el tema. Cuando una persona baja la mirada su ego queda a un nivel inferior que la de la persona que la mantuvo. Sólo con esa acción la conciencia queda a un nivel superior que los demás. Es difícil que me derroten en ese juego, y la mirada la puedo mantener por tiempos que se hacen eternos hasta que mi oponente cae con dolor, aunque claro, también he perdido.
Hoy estuve un trayecto larguísimo en el sistema, y me dio tiempo para pensar en las personas que se encontraban a mi alrededor. Debo decir que era el único que cambiaba el rumbo de su mirada. Creo que acierto al decir que la mayoría de las personas entran en un estado de coma con ojos abiertos al acomodarse de algún modo en el vagón. Es difícil creer que algo pase por sus mentes. Siempre me he preguntado si también se llenan de tribulaciones, de dilemas, de ideas, de locuras como lo hago yo, pero la verdad es que el común denominador es un rostro muerto y carente de señales de sinapsis nerviosa. A veces los envidio, como envidio a todos aquellos que aseguran que pueden poner su mente en blanco a través de meditaciones y mantras, porque siempre he creído que pensar demasiado es mi maldición. De nuevo, aparece aquí también el juego de las miradas, pero esta a un nivel completamente inferior al nivel de las personas buscando contacto en un bar. El silencio reina, las personas que vienen juntas hablan, pero el estado semivegetativo que se induce hace que sea lo mismo hablar frente a una pared. Supongo que con este criterio es fácil reconocer a un ladrón, y me doy cuenta de lo sencillo que debe ser robar en un estado tan carente de reacción. Hay un interruptor, tal vez visual, que devuelve a las personas a la vida faltando unos metros para llegar al destino. Me mira una chica, y esconde su mirada al descubrirla, juega con su cabello y es demasiado evidente. Un par de amigos le arrojan miradas a una chica de mi edad que al notarlo hace cara de pocos amigos. La proximidad de los olores me produce náuseas, pero es llevadero después de un tiempo en extrema cercanía corporal. Una mujer 10 años mayor que yo me mira, y agacha su mirada cuando la descubro. La gente mira hacia el pavimento, sin observar nada en particular. Se desvía la mirada al leer alguna valla publicitaria, y regresan al mismo punto fijo. Yo observo el cielo, la calle 23 (la calle de mi Mambo querido), miro un perro atravesando la calle, miro a los demás y me doy cuenta de que no tengo una cámara para la toma perfecta. Miro mis zapatos, y miro los zapatos de los demás. Trato de descifrar a la mujer de los converse de colores, es del tipo que me interesa, pero es de demasiado mal gusto aproximarse a a un desconocido en la calle, o al menos no es mi estilo. El atardecer en la sabana fue hermoso: las montañas donde se ocultó el sol estaban completamente nubladas de nubes anchas y regordetas, y el resto de la ciudad estaba con un cielo despejado sin nubes. El color de todo el cielo despejado dependió de lo que quisieron dejar pasar las nubes sobre las montañas, lo que resultó en un espectacular desvanecimiento de los colores rojos y morados hasta transformarse en la noche capitalina. Salud por la Luna llena de anoche.

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