martes, 3 de junio de 2008

La Noticia

Para entender mis reacciones es complicado describir el contexto. Desde el momento en que empecé mi bachillerato el milenio anterior, nunca había perdido una sola materia hasta el día de hoy. Sin embargo, mi actitud relajada hizo que no me deprimiera por haber perdido. La rabia vino después, cuándo me doy cuenta de que tal vez era la persona en todo el salón que mejor conocía el tema. El tipo al que le preguntaban, la persona que resolvía inquietudes. Perdí por inocente, por confiado, por ingenuo, y no hubo forma de darle reversa.

Salí sólo, después de la noticia, para intentar asimilar la situación. En el camino me encontré con un amigo que lleva un par de años de atraso y perdió de nuevo todo. Estaba fatal, yo no tenía derecho a sentirme mal. Sin embargo, a diferencia de él, yo no puedo darme el lujo de esperar varios semestres más para graduarme, porque simplemente es imposible económicamente. El segundo tiempo del partido de la selección con Francia empezaba en unos minutos, así que entré en el lugar que más odio, donde ponen la música que más odio, y me tomé una cerveza mientras miraba el juego. Esta vez, (y tenía que ser esta vez que no tenía ganas de nada y no otra) una grupo de mujeres se sentó al lado mío, y era evidente que no estaban allí por el fútbol. Sin embargo, en el letargo del sinsabor que tenía, sólo tuve ojos para la pelota de fútbol y la cerveza que me entraba sin demasiada facilidad.
Salí de allá, algo mareado, sin una pizca de ganas de luchar, sin una gota de optimismo, y con ganas de ir a ningún lugar y quedarme olvidado en el limbo. Dentro de toda la maraña de pensamientos negros, alcé mi mano y tomé un bus hacia el centro testigo de mis pesares.
Esta vez tampoco me defraudó. Llevaba el portátil en mi mochila, y la reserva que esto me trajo me hizo al menos concentrarme un poco. Paré en la 23, dónde siempre paro, con la firme intención de ir a la Cinemateca Distrital. La función ya había iniciado, así que caminé un rato más y entré a una tienda de discos. No encontré nada fascinante, así que fue fácil elegir la opción de siempre y entrar al Museo de Arte Moderno. La exposición era sobre Rodin. El mismísimo Pensador en persona apareció frente a mí. La obra fue impresionante. El completo dominio de la anatomía humana es impresionante. Auguste Rodin junto con varios artistas me quitaron hicieron olvidar las guerras perdidas a punta de escultura dinámica. La obra de Rodian es fuerte. Sus siluetas no tienen texturas lisas perfectas del renacimiento sino que cuentan con una fluidez oscura que en la forma del cobre recuerda espacios macabros. Cuerpos dinámicos, músculos tensos en movimientos, y figuras andróginas que asombran al observador. La puerta del infierno es una obra de arte, sólo imaginarme todas estas esculturas en un sólo tótem monumental fue el único ingrediente necesario para regresarme el alma. Camine y me esmeré como pocos en intentar dilucidar la complejidad de cada escultura. Desde su concepción y la complicada interconexión muscular que bajo ciertas tensiones permiten ciertas poses que son modeladas a mano, hasta el complejo proceso de vaciado en cobre para lograr telas con movimiento. 
Siempre he sido sensible al arte, y era evidente que necesitaba algo como eso para seguir caminando. Una exposición sobre la estética de lo macabro, sobre el amor y los cuerpos, sobre los rostros y sobre la naturaleza dinámica humana. En el último piso estaba una pareja, y esa mujer me hizo recordar mi propia soledad. Nunca he encontrado alguien con quien compartir esta sensibilidad secreta, y darme cuenta de que ese tipo de mujeres existe me partió la existencia, y simplemente sollocé para dentro un aullido de injusticia. 
Al salir del museo no pude sino esbozar una sonrisa, y mi confianza me regresó de repente. Al subir en un transporte sentí de nuevo un par de miradas y mi ego creció. Al llegar a casa, no pude sino entrar en un estado de aceptación y rabia, pero esta vez conciliada y racionalizada.

La sonrisa del museo no es más que una forma de recordar que mi alma no esta gobernada por los cálculos abstractos que puede realizar una calculadora. Ese momento en el centro es lo que me hace distinto de todos mis compañeros. Ese éxtasis que me produce ver una figura de un torso en bronce es lo que después de todo me salvará de ser igual a ellos. Hoy pude volver a decir ellos, y yo soy un bicho raro entre ellos. La noticia resultó entonces ser un catalizador para retornar a mis bases sensoriales, y volver al centro de mi corazón, y al centro de mi alma.
Faltó algo, eso sí lo sentí. Quería tener alguien para poder derrumbarme, alguien para poder desnudar mi alma y mostrar la fuente de mis empresas. No tengo ese alguien. Y creo que por esa misma razón he empezado a buscar un alma compañera en lugares donde jamás pensé buscarlos. En fin, un día lleno de emociones que valía la pena ser narrado.

No hay comentarios: