lunes, 16 de junio de 2008

Ella - La Bailarina

Apareció una clase de un sábado cualquiera. Desde el segundo semestre (ahora estoy en octavo) me he acostumbrado a la clase de los sábados, aunque también me acostumbré a llegar tarde. Hasta ese momento siempre habíamos sido los mismos, y la clase se desarrollaba sin sobresaltos, entre la misma gente aburrida y yo, donde desarrolle la fama de chico malo y fiestero simplemente por llegar tarde. Ella estaba ahí, al otro lado del salón, al lado de las persianas. No tenía nada particular que hiciera voltear la mirada de los hombres, pero no pude evitar sentir algo que me estremeció, un magnetismo singular, un perfume que sólo yo podía oler. La única vez que cruzamos las miradas ella me correspondió con una sonrisa y fue suficiente para cautivarme.
La clase solía tener un pequeño receso, donde salgo con dos de mis compañeros a tomar unas galletas y una malta, y seguí el pequeño protocolo para no parecer desencajado. Ellos hablaban de video juegos y mundos mágicos de los que no tenía la más remota idea aunque escuchaba y lucía interesado. Cuando regresamos la escena me dejó paralizado: estaba esperando sola leyendo un libro. Si, tal vez suene alto trivial, pero se trataba de una tabla larga que está sobre las paredes del aula, y ella tenía sus piernas recogidas cerca de su pecho, y el libro sobre sus rodillas y una mirada apasionada sobre las páginas. Me distraje, perdí la serenidad que me caracteriza por un instante y el tiempo pasó despacio. Eso sucedió hace tal vez más de un año, pero lo recuerdo demasiado bien, y me sorprende que recuerde también los detalles. Ella llevaba un pantalón café o verde oscuro, y un saco verde de lana, recuerdo también que llevaba unos mocasines oscuros, nada demasiado casual, nada demasiado pretencioso. Terminó la clase, no supe su nombre, debe ser unos dos años mayor que yo.
Toda esa semana elaboré un plan para intentar reconocer en ella la sensibilidad artística que hasta ahora nunca pude encontrar en nadie a mi alrededor. Fue la época en que estaba leyendo Rayuela de Julio Cortázar. El plan funcionó demasiado bien: llegué tarde como siempre a clase y tuve la oportunidad de sentarme a lado de ella. La sonrisa me cautivó cuando la saludé con lo ojos. Tiene una cara dulce, armónica, redonda, con mejillas generosas y unos ojos grandes y  completamente negros. Eran en verdad completamente negros, un negro brillante pero profundo, comparable tal vez con el resplandor de un cristal en medio de la noche pulido. El brillo era peculiar, era sobrenatural, eran unos ojos pintados, unos ojos sin pupila, o al menos perdida en la oscuridad del iris. Mantuve mi cordura, y mientras hacía como si estuviera buscando mis notas, saqué el libro de Cortázar, esperando cualquier reacción. Estoy seguro que se dio cuenta, estoy seguro de que pudo leer el título sin dificultad, estoy seguro de que logré que ella se diera cuenta de que tenía algo de sensibilidad. Hablamos de los temas de la clase, trabajamos un par de copias juntos, nunca escuché su nombre.
Pasaron muchas clases, pero ella aparecía esporádicamente. Las veces que aparecía, me saludaba con una sonrisa. Sólo una vez, este semestre, cuando las clases se pasaron a los viernes en la noche (so long night life), pude hablar con ella. Algún recuerdo vago en mi cabeza registra que me dijo su nombre, pero no lo recuerdo. Simplemente estaba cautivado por esos ojos y esa sonrisa, y no puedo recordar nada. Cuando intenté centrarme y racionalizar realmente la situación es cuando puedo recordar algo del momento, y estoy seguro de que hace alguna doble carrera de cosas completamente distintas. Pero no recuerdo nada de lo que hablamos, nada de lo que hicimos, algún apunte sobre Supermán, alguna frase de un ladrón, cosas que no recuerdo.... estaba perdido en el poder de sus ojos, en el perfume, en el magnetismo de su sonrisa. La última clase fue frontal, fue impresionantemente suspicaz. Estábamos en extremos opuestos del salón con más de diez personas, y no entendíamos nada de lo que hablábamos. Cada vez que decían algo extraño, nos mirábamos a través de la gente y hablábamos con la mirada. Fue especial, fue una conversación completa con los ojos, ella decía "¿Entiendes algo de lo que dicen?" y yo le respondía "no tengo la más remota idea". Nuestros labios no tuvieron que hacer nada, nuestras miradas lo decían todo. Yo decía "estoy perdido y mareado".. ella respondía "no me pidas ayuda a mí". Esas pequeñas frases oculares continuaron por toda la clase. De repente llego ella- la anhelante (otra historia), y mi atención se disipó, y aunque ella no lo notó, sentí una aprehensión de ella hacia ella- la anhelante, y mi mente se preguntó si también ella podía leer mi pensamiento. La clase terminó, y nuestras miradas cesaron. Era la última clase, y con sus visitas esporádicas, tal vez podía ser la última vez que nuestros ojos se encontrarían. Nuestro sensei dijo que tomaríamos clases los sábados en vacaciones, y ella dijo que no podría asistir y dio sus razones. La esperé, quería poder sellar nuestra conversación oralmente, pero salió con velocidad. En el último momento se detuvo y habló con un compañero y yo estaba a su lado, me miró con sus ojos negros y brillantes por última vez. No recuerdo su nombre. "Espero que asistan, es en la Libélula Dorada"... Es bailarina de Ballet.

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