sábado, 27 de octubre de 2007

Esquizofrenia

Tener delirios de psicólogo es algo que siempre he poseído. Aprender a leer las personas es bastante fácil si eres lo suficientemente observador. Siempre miro los zapatos de la gente y me doy cuenta del nivel social del que provienen. Miras su cabello y te das cuenta de su dedicación en la imagen, por lo que también se preve la educación. Las ropas complementan el paisaje, y la manera de caminar comprueba las teorías.
La lectura también se manifiesta en la expresiones faciales, y la forma en la que mantienen la mirada revela las intenciones.

Ahora no analizo a nadie, me analizo a mí. Me doy cuenta de que mis monólogos se transforman cada vez más en polémicas. Cada una de mis facetas se manifiesta sin trabas cada vez que llego a temporadas como esta en la que el tiempo dedicado para mí es particularmente pequeño.

En silencio se manifiesta el reflexivo. El pensador. El que observa el mundo y lee. El que escribe el blog y el que se muere por el cine clásico y los cuentos de Poe, Cortázar y Borges. El que escucha radio de opinión y lee las editoriales. El que tiene el programa cultural en la mochila, el que lloró cuando acabó la exposición en el museo de arte moderno.

El músico esta siempre presente. Es el que canta al caminar por la calle, el que empieza a tocar una batería imaginaria con los dedos en los momentos menos esperados y desespera a la gente. Al que le brillan los ojos es a él cuando ponen una de las mías, y es el nostálgico cuando pasa por un conservatorio o escucha música de banda. En este hay dos: el saxofonista y el baterista. Cada uno con gustos musicales propios y a veces complementarios, y es aquí donde empiezo a bailar sin tregua.

El romántico es bastante interior. Esta siempre presente en las discusiones, pero no se ha poseído lo suficiente demasiadas veces. Es la falta de compañía lo que lo reprime, y es el que saca las metáforas y mira la luna. Ayuda mucho en la composición, pero es tímido para mostrarse.

Al científico lo he intentado dejar de lado, pero he llegado al punto de necesitarlo para sacar adelante los estudios. Es demasiado bueno, de los mejores del país, pero es en el que menos me quiero convertir, debido a lo cerrado que se me puede volver el conocimiento. Este lo utilizo mucho, y su agilidad es impresionante a veces. También colabora con lo de la psicología.

El charlador es gracioso, el alma de la fiesta y coquetea con cada palabra. Este es el que me lleva a tomar cerveza, a hablar de cosas sin profundidad ni sentido. Lo tengo pulido, y me permite desenvolverme socialmente como un obtuso superficial más. Es muy seguro de sí mismo, y proyecta confianza en los demás. Es ese yo que los demás observan la mayor parte del tiempo. Poco serio y despreocupado, aparentemente sin metas, pero es lo que me identifica. Relajado, predomina en mi exterior, pero por su impulsividad suele ser vetado en los monólogos.

Hay muchos más dentro de esta mente encerrada. Suficientes para enloquecer a cualquier loquero con moderado estudio. Suficiente para confundirme cuando necesito confianza. Soy una combinación extraña de arte, matemáticas, retórica y bohemia, nada demasiado homogéneo, y cada vez más a la deriva. Una gelatina que no cuajó bien, una raza sin nombre. Caído del zarso, bailarín de sangre, amante del sancocho, lector sin compromiso, nada neurótico, estudiante de japonés. Nada concreto, nada definido, silueta borrosa de un proyecto que tenía esperanzas. Falta de sueño y exceso de pensamiento. Esquizofrenia.

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