jueves, 11 de octubre de 2007

Carta

Hay veces que la soledad te invade. Sueltas palabras al viento para que nadie las escuche, y tu mente recorre melancólica el pasado. Es un efecto que no puedes evitar, porque la memoria funciona para que recuerdes mejor los instantes felices, y logran parecer eternos y lejanos, y le das una y otra vez la vuelta, y te comparas con el ahora. La imaginación permite que viajes en el tiempo y encuentres el punto de convergencia que hubiera cambiando todo el álbum de los recuerdos, y te creas películas con otros guiones donde los personajes realizaron elecciones distintas. Es en el silencio de la ausencia de compañía en que el futuro es más anhelado, y te creas la silueta que te servirá de consuelo. Una sonrisa, un peso al lado tuyo al despertar, con eso te conformás y aparece lejano, poco definido y borroso, y primero tienes que terminar ciertos asuntos, y en algún punto la conocerás, y te sonrojarás, y no soportarás el poder de la mirada porque la creaste con ojos mágicos que descifran el alma.
Después de viajar en el tiempo regresarás al punto muerto que te impulsó el vuelo inicial. Te encontrarás de nuevo aislado y perplejo ante la falta de argumentos para mantenerte a flote. La rutina te consumirá poco a poco, y la única forma para que no te pierdas la intuición será sedándote con distracciones. Anestesiado y apasiguado te darás cuenta de que es inevitable continuar igual, y que lo que buscas no lo encontrarás rápido, y que la espera será mucho más larga de lo que puedes soportar. Probablemente terminarás por seguir otra opción que no contemplabas, y que se vé opacada por la elección primera. Y sigues, y sigues, y sigo. Por otro lugar lejano preguntándote lo mismo que me retuerce los sesos todos los días. Llego sin esperanza, espero que no sea tu caso y que me puedas reconocer cuando se dé el contacto. Busco la mirada mágica, busca la mirada apagada. Te busco ya por costumbre. Encuéntrame si puedes.

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