sábado, 8 de noviembre de 2008

Deja Vu

Hacía tiempo no sentía que la soledad me arremetía con tanta fuerza. Tener que reprimirse tantas frustraciones pueden acabar con las ganas de luchar, y es inevitable que descuide las cosas por las que debo responder. Tal vez si tuviera alguien sobre quien derrumbarme sería más fácil conciliar las cosas, o al menos volver a ese estado de anestesia mental en el que se deja de pensar demasiado y a veces envidio. Solo queda el sentimiento de amargura, de tener tanta gente a mi alrededor que me ve como la persona más sociable y extrovertida del mundo, cuando en realidad, la máscara social solo oculta la soledad de mi interior.

Siempre fui demasiado observador, tal vez demasiado para mi edad. Después de haber sido una persona distante y aislada, reconocí los comportamientos que traían consigo la simpatía de la gente. Aprendí a manejar el público porque desde pequeño estuve al frente de grandes auditorios, y aprendí a contar historias. Me gusta creer de aquellos que dicen que hay que ser muy inteligente para hacer reír a la gente, y creo que puedo hacerlo sin demasiado esfuerzo. Sin embargo, para los que me conocían desde antes, me mantuve con el mismo perfil bajo, aislado, leyendo libros en el tiempo libre, perdiendo tardes enteras en una partitura, haciendo cosas que una persona normal no hacía. Supongo que todo hace parte de lo que me convirtió en lo que soy, aunque hay veces que nunca termino de descifrarlo bien.

Llego a un lugar y la gente empieza a animarse. Pregunto por todos, me preocupo por que todos se sientan incluídos. "Ustedes son pura alegría", eso fue lo que dijo un conocido cuando empezó a conocerme con mis amigos. Invento algo, saco un apunte, hago que todos se sacudan, se la monto a alguien, me burlo de mi mismo, digo algo sexista, miro directamente a los ojos a las mujeres del lugar. Puedo decir que tengo habilidades sociales, que puedo hablar con cualquiera sobre casi cualquier tema. Sin embargo, la máscara nunca es seria. La gente a mi alrededor a veces simplemente se queda callada esperando a que yo diga algo, que saque la chispa que haga estallar las risas, que saque el apunte que les alegre las vidas. "¿Alguien ha llevado alguna vez un diario?", dijo Asia, y yo simplemente me mantuve en silencio, dejando que la máscara se hiciera cargo de evitar la pregunta y sintiendo los comentarios de los demás hiriéndome el orgullo. 

A pesar de todo, es evidente que mi problema es no tener con quien hablar de cosas que valen la pena ser habladas, y he estado así por tanto tiempo, que simplemente creo que cuando llegue el momento de hablar de cosas más cercanas al alma, no seré capaz de decir nada. Es difícil cambiar de círculos, y la gente con la que me ha tocado convivir no me ofrecen ese estímulo para sacar de mí tantos pensamientos que merecen ser pronunciados pero que nadie está dispuesto a escuchar. La envidia que siento por aquellos que elegieron darle rienda suelta a su mente y dedicar su vida a ello no tiene fin. Mi decisión no fue cobarde, sólo miope, y no tenía tanto criterio en aquel momento, todavía no tengo nada cercano uno. 

Lo más normal de alguien como yo sería tener pareja. Pero no he podido encontrar alguien que me incite a mostrarle el sujeto detrás de la máscara. Seguiré siendo hermitaño supongo, aquel hermitaño sin montaña. Gente a mi alrededor que me aprecia, pero nadie que me entienda, nadie que quiera descubrir lo que hay por dentro. Soy demasiado exigente después de todo, poco conforme, fuera de contexto, lejos de mi elemento. El que piensa demasiado nunca puede ser feliz, el que piensa demasiado está condenado a la soledad.

No hay comentarios: