miércoles, 3 de diciembre de 2008

Down

De nuevo estaba solo. De nuevo estaba la acera, el cigarrillo, mi música, y yo. De nuevo caminaba por caminos que conocía de memoria, a través de los muros pintados de grotescas figuras, testigos de mi soledad como pocos, paredes que me han visto pasar, siempre igual, siempre sin compañía, siempre burlones. La gente a mi alrededor, los rostros felices, las caras de rutina, y mi pecho dolorido sin descanso. Era un ente más, un sujeto más, nada especial, algo invisible. Llegué hasta la biblioteca, al frente del café y del museo. Dejé que el humo me aceitara la mente, y esperé a que la belleza de la locación me calmara los nervios. Los sentidos perdieron agudeza, y entraba en un limbo donde sólo se escuchaba el aleteo de la sangre en mi cabeza. Con la vieja cámara decidí tomar imágenes del tiempo. De la colección que pretendo crear, al menos una fotografía debe ser lo suficientemente buena para que la muestre al exterior, y ya que no tengo medios para aprender de otros, empezaré a tomar el asunto en mis manos. Entré al museo buscando lugares nuevos, y encontré una exposición de arte moderno. Sin embargo esta vez no me detuve a encontrarle el significado a las sillas torcidas y las fotografías en lugares extraños, tenía una misión: encontrar poesía.

La idea sonaba simple. Leer Jhon Keats, un poeta que Cortázar también leía y a quien admiraba, un sujeto que según escuché tenía la sensibilidad para identificarse conmigo, con un pensador agobiado de excesiva conciencia. Ahora que se terminó la rutina, mi mente da vueltas sin parar, pensando una y otra vez en la soledad, en dejar de pensar, en la soledad del que piensa demasiado, en la resignación del solitario que piensa demasiado, en la mente insaciable del pensador solitario cuya mente da vueltas sin parar. A veces quisiera tener un antídoto, una manera de detenerme, de sedarme, de tener una vida sin palabras, en tener una mente muda, en disfrutar la cosas triviales que parecen ser suficiente para los demás. No encontré a Keats, y me tropecé con Baudelaire. No encontré el antídoto para dejar de ser lo que soy... tal vez solo la muerte sea anestesia suficiente.

Sólo quisiera apagar las luces, seguir escuchando a Bessie Smith, y dejar que el vino se llevara mis desvaríos y mi conciencia. Una larga conversación nocturna me hizo recordar los verdaderos dolores de la soledad. La rutina de la universidad, las neuronas ocupadas en solucionar cuestiones académicas, me habían evitado el suplicio de ser Alonso Llosa. El blues hizo que mi pecho terminara de sumergirse en un mar de espinas, y cuando Bessie cantó Take it Right Back, el sentimiento me sumergió en el dolor completo. I'm down, my chest hurts. La gente me busca para que les arregle la vida, y no puedo arreglar la mía. Es una lucha entre saber que la soledad es lo único para mí, y una parte que se resigna a creerlo. Admitirlo no significa que lo haga menos doloroso, menos tormentoso. Es un gran desierto donde solo yo recorreré las arenas, y el sol me devorará poco a poco las entrañas. No encontrar refugio más que en mí mismo, hace que los gritos queden ahogados debajo de la arena. 

Lo más difícil es saber que mi máscara todavía continua puesta, que nunca me la voy a quitar, que para el mundo seguiré siendo el mismo sujeto alegre y lleno de empatía, y que nadie sabrá jamás de las noches sin sueño y las lecturas secretas.

1 comentario:

m3tam0rph0ze dijo...

Whatever you might say or believe in, there's always plenty of other owls out there. You can never know, a miracle could happen :)