domingo, 1 de abril de 2012

El Club

El vino nutrió las sensaciones exaltadas del cierre del club de lectura. 

El humo y la música llenó la atmósfera del café. Yo había escogido el lugar, un lugar con blues y jazz donde me manejo con facilidad. Pensadores, tratando de socializar. El experimento social de los tímidos y los raros, los lectores de Kafka, Camus y Derrida. Tres filósofos, una literata y yo. Confesiones de las obsesiones particulares. Mi obsesión con el lenguaje. Charlas sobre Kierkegaard y la influencia en Kafka. Sentirme cómodo hablando del problema de la libertad del ser humano y el papel de la literatura como herramienta de la filosofía. Embelesarnos tanto en la conversación y el vino que se nos olvida lo difícil que es vivir de la producción intelectual en el país. Risas, recuerdos, pasiones. Una caminata y una noche. Una botella de vino para una conversación que jamás había tenido por fuera de un salón académico. Encontrar la pasión por la literatura en los ojos de otras personas. Sentirse de repente en el contexto perfecto, en un lugar fértil para expresar las locuras de mi cabeza. Reírse sin razón por el dulce sabor de la uva. Caminar de nuevo por la noche sintiendo que todos llevamos un secreto. 


Si. Un club de lectura. En el 2012 en Bogotá. Suena a un espacio fantasma pero fue real por 7 sábados seguidos (siete y ni un día más) y fue suficiente para sentir que el día adquiría mayor significado que otros fines de semana sin ningún recuerdo particular. Ahora de vuelta a los sábados de cine y de andar rechazando las personas que quieren acabar con mi soledad.




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