sábado, 5 de abril de 2008

Con Luz

Salí de casa sin los lentes. La costumbre hizo que regresara por ellos, pero los dejé en el bolsillo. En estos momentos tengo dolor de cabeza, y debe ser una combinación del esfuerzo de mis ojos y las ganas de comer que me suele invadir a estas horas del día. La panorámica que observo es algo difusa, pero delineada y distinguible. Es una gran cuadro expresionista en movimiento. Las hojas de los árboles las observo como manchas con movimiento, como pequeñas pinceladas que zozobran con la suave oscilación de la brisa de la mañana. No puedo ver los rostros de las personas a más de 5 metros con facilidad, lo que hace que la imagen completa adquiere un tinte irrealista a pesar de que se trata de un simple defecto visual. Dicen que los impresionistas tenían miopía, y no puedo evitar encontrar bases sólidas en ese argumento.

Tengo cosas que hacer, pero estos ratos de inspiración llegan cada vez más escasos y tuve la oportunidad de darle rienda suelta a mi mente por un tiempo. Estoy en la biblioteca, mi querida biblioteca. Aliada de mis lecturas y mis películas, la fuente de la que extraigo todos los placeres de la mente y el intelecto. La gente a mi alrededor está preocupada por sus estudios y deberes mientras que yo paseo sus corredores por placer. Me encuentro en el quinto piso, en un cuarto largo rodeado de ventanas en lugar de paredes y con vista hacia unos jardines pequeños y un cúmulo de árboles que ocultan la avenida más contaminada de la ciudad. Detrás de mí encontré un nido de palomas. Debo decir que los pichones ya están más bien grandes, y son feos, y no inspiran la más mínima ternura además de emitir un grito horrible y exasperante que contrasta con el hermoso plumaje de los padres que pasean alrededor del nido. A mi izquierda hay una linda chica concentrada en sus estudios, y su silueta enmarca la sencillez del tipo de mujer que busco. Un cuerpo poco pretencioso, vestimentas sencillas y femeninas y un cabello arreglado. El hecho de que esté estudiando un día como hoy muestra determinación, y el orden de sus notas muestra dedicación. Las gafas sobre sus libros me dice que también tiene ese toque que tanto me fascina para adornar el rostro de una mujer.
Es un día con luz, un día para escribir, un día para caminar al centro (plan aplazado debido a las cosas con valor que llevo conmigo) e inspirarme en el parque. Un día perdido para la academia pero enriquecedor para el alma que se complementará con un ensayo con la banda (debo comprar baquetas) y una cerveza con amigos. Esta semana  la banda sonora ha sido Placebo y Weezer toda la semana. Un contraste entre las letras melancólicas y ambientes densos de la banda británica y el sonido de garaje, la sencillez y poca seriedad de Rivers.

Así, con luz, me doy cuenta de que poco a poco estoy asimilando los dos lados de la moneda en mi interior, donde poseo la sensibilidad al arte y la naturaleza de siempre pero en los impersonales lugares en los que debo reportarme día con día. He perdido liderazgo y radicalismo, pero el resultado me ha complacido y funciono mejor en todo los aspectos. Falta aún esa mujer ideal, pero ya he dejado de buscarla en cada rostro que no puedo ver sin lentes. Esta chica tiene un lunar sobre el labio superior, de esas cosas que me estremecen. Pero la historia terminará aquí, y ella simplemente serán dos párrafos en mi vida, no porque no tenga el valor, porque lo tengo, sino que simplemente tengo demasiado idealizado el momento en que la conoceré, y también porque ya me convencí de que debe suceder de forma natural donde no debo forzar el encuentro. Será por accidente, porque así debió ser, o porque el encuentro era inevitable, y mis intenciones nunca serán ser correspondido en un saludo. Inconcluso pero en tiempo real dejo libre un momento en el tiempo sin trascendencia y demasiadas palabras para describirlo.

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