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jueves, 21 de octubre de 2010

Excusas

  1. La tesis fue como una traga maluca: pensaba en ella día y noche, trasnochaba incesantemente, soñaba con sus curvas; cuando algo funcionaba habían sonrisas y mariposas en el estómago, pero rápidamente me volvía a desilusionar cuando no salían las cosas, el sinsabor de la existencia se apoderaba de las noches. "No había tiempo ni para los amores".
  2. El trabajo: 8AM a 6PM. Inicié Manscupio suponiendo que las tardes iban a ser mías y con la idea de recolectar personajes en medio de todo. El cansancio de no hacer nada. 8 horas frente al computador, de corbata y zapatos lustrados, de pelo corto, de dolores de estómago retenidos, de reuniones, de estupideces, de compañeros de trabajo sin vida. Al final se llega a casa y no se quiere pensar... hasta resulta a veces atractivo prender el televisor y dejar morir el tiempo hasta la hora del sueño.
  3. La impaciencia, la falta de encontrar algo bueno para contar. Parece que con el trabajo la vida se pasa sin sobresaltos, sin cosas interesantes. A las 7pm de cada día, pareciera que no hice nada que valiera la pena para el mundo, aunque los patrones ganan dinero y se limpian las hemorroides con billetes que tienen la sangre de los esclavos de la compañía. "Eficiente, proactivo, lambón y jodido".
  4. Después de un tiempo, enfrentar la pantalla en blanco es más difícil. Se vuelve a la fuerte autocrítica de la primera vez donde el afán por la perfección hace descartar cualquier redacción que no parezca de un escritor. Se postpone la escritura, se aplaza la lectura, se deja para cuando parezca apropiado. Tal vez 8 meses después.
  5. Perdí demasiadas noches por mirar El Encantador de Perros.
  6. Perdí la capacidad de vivir en las noches.
  7. Me volví mejor lector con la esperanza de tener alguna herramienta adicional para mejorar la escritura.
  8. Lo último que escribí parece demasiado bueno para ser mío.

8 meses de excusas... eso es la definición de procrastinación.

domingo, 24 de enero de 2010

Manscupio

Entré a trabajar. Tanto tiempo estudiando algo que no me apasiona y se reduce a esto: conseguir un trabajo cómodo y bien pago que me permita hacer las cosas que siempre hago. Cuando supe que estaba en la facultad equivocada llegar a este punto fue una de las razones por las que decidí dejar mis prejuicios en una esquina y sumergirme en un mar de tecnicismos (mi madre no entiende mi tesis). Es inevitable sentirme como una puta, pero ahora sé mejor que antes que una puta tiene los mismos dilemas que cualquier otro empleado. Un trabajo repetitivo, fingir una sonrisa, rebuscarse algo que apasione en medio de la monotonía.
De todas formas, y por exceso de mamertismo, me siento fuera de lugar, y como buen observador de la estupidez humana, he decido crear un espacio para burlarme y rajar de la vida en corbata de las plásticas oficinas del mundo capitalista.

Presento a mis pocos lectores, Manscupio.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Primera foto: Flaneur e Infancia

Todavía el sol se reflejaba en los vidrios de la ciudad. “En Bogotá, los muertos no reviven”, pensó. Cansado de malgastar las pocas neuronas que tenía en estudiar abstracciones matemáticas que no le arreglaban nada en la vida, decidió caminar sin rumbo en la ciudad, como hacía cada vez que tenía un momento de lucidez o siempre que sentía que debía alejarse de la rutina académica para encontrarse consigo mismo. Era un tipo alto, delgado y en exceso despeinado. Su postura nunca era la adecuada y su piel era el reflejo fiel de una raza mestiza: un zambo de ojos dormidos y expresión seria, de labios gruesos y de una envejecida mirada obtenida por exceso de reflexiones y falta de sueño. Tenía la altura necesaria para distinguirse en la multitud, y una miopía permanente le encarceló los ojos en vidrio. Con ese semblante siempre parecía mantener una distancia inicial a primera vista, aunque desarrolló con el tiempo una empatía especial para poder conversar con cualquiera. “Cuestión de retórica” decía cada vez que le preguntaba como hacía para lograr ciertas cosas o cuando decía el apunte perfecto para hacer reír a su público. Igual sufría de exceso de pensadera, de paranoia política, de mamertismo seudointelectual, de idiotez burguesa, de mala memoria, de fiebre de fútbol y de dolor de espalda.


Siempre iniciaba sus caminatas en un parque, así que mantuvo la tradición y al lado de un arbusto compró un cigarrillo. Nunca fumaba, pero sentía que caminar y fumar era bueno para la salud, la nicotina funcionaba como aceite para la cabeza, y los pensamientos salían sin rechinar, chocándose contra el asfalto y las multitudes de las calles del centro.


Le gustaba observar. Utilizar sus ojos para encontrar los detalles del mundo que la mayoría ignora por la falta de tiempo o por la ceguera crónica que parecía caracterizar a la gente de su tiempo. Observaba los jardines, observaba los colores de las bufandas, la mágica forma de cruzar los semáforos de los perros callejeros, la forma de caminar de las abuelas olvidadas, los ojos de los enamorados, las medias de las secretarias, los movimientos de militares mirando el culo de las mujeres de manera militar, los zapatos de los lamebotas, los colores de las nubes, las desagradables crías de palomas, los ancianos cogidos de la mano, las muecas en el teléfono de señoras cuarentonas que solo saben gritarle a la tecnología, los colores de la piel, el grafiti contra la dictadura. Se llenaba a diario de fotografías mentales que archivaba juiciosamente como no hacía con otros conocimientos prácticos del día, igual que disfrutaba de la fotografía y el cine, aunque nunca sabía con certeza en que parte del calendario habitaba. Al caminar dejaba que sus pensamientos tuvieran una efímera vida, y aunque corta, eran al menos libres de nacer fuera de un sistema cuadriculado y eficiente.


“En Bogotá los muertos no reviven. La ciudad no tiene alma de fiesta, no hay comunión con el más allá. Si estuviera muerto no aparecería por acá, no vale la pena el esfuerzo. Tal vez en la costa, o en un lugar más caliente donde se tome más ron”. Estaba orgulloso de no haber nacido en ese lugar. Se aferraba a los quince días que duró la estadía de su madre después de que lo parió sin anestesia en Pereira, la trasnochadora, querendona y bohemia, por un capricho de su padre que quería un hijo nacido en su misma tierra. Del lugar en el que nació solo le quedó el apellido, un gusto por las arepas, una excusa para negarse cachaco y una forma de hablar que mezclaba el acento cafetero de su padre con las relajaciones léxicas del acento costeño de su madre y la formalidad del hablar de los niños pudientes con los que se crió en el colegio. Recordaba esto mientras aspiraba a medias el humo del cigarrillo que no sabía sujetar. A pesar de la falta de pasión, la ciudad le parecía imponente, un escenario perfecto para Poe y Keats, un destilador de grises, de edificios altos y aire delgado, un lugar donde se reunían culturas de ambos océanos, de sonidos fuertes y pretensiones europeas, un buen lugar para ser fantasma. El centro le parecía mágico, sentía que viajaba en el tiempo al caminar por sus calles, pensaba que podría vivir en un lugar así, de café en café, dejando el ritmo cosmopolita para el resto de barrios.


Mientras sentía el espeso y frío aire de la ciudad, intentó recordar su vida para encontrar las contradicciones primeras que lo volvieron un sabueso de lo cotidiano encerrado en una jaula de trivialidad. Su recuerdo más antiguo era él corriendo detrás de una pelota azul. Estaba en un overol café, y tenía el cabello rizado y largo, aunque no estaba seguro si era un recuerdo propio o una de esas imágenes que había visto en alguna fotografía y la imaginación forzó a tatuarla como recuerdo.

Nació en una época donde mostrar el ombligo todavía era pecado. Se imaginaba a los curas mojigatos de los años ochenta combatiendo los demonios corporales de la revolución sexual tardía de Colombia. “Es pecado también mirar el ombligo. Hay que tener especial cuidado con aquellas mujeres que, buscando la perdición del prójimo, se dejan poseer por demonios y fantasmas libidinosos y mantienen la maldad al descubierto. Es un agujero negro que succiona toda la vergüenza y la desfachatez de la perversión humana, dejando por el piso toda la moral y las buenas costumbres de una sociedad de bien. Una mujer que lo insinúa está jugando las cartas con el diablo. Los tiempos modernos trajeron consigo la perdida del temor a la desnudez y poco a poco el infierno atenta a nuestros jóvenes (¡Amén!, padre). Es un punto de fuga, una inflexión lumínica que atrae la visual con una bala de culpa que se dispara directo al alma. Porque si bien el cristiano bautizado de bien es por naturaleza inocente, cuando el mal arrastra sus sentidos la debilidad de la carne sale a flote. A partir de ese punto, esa referencia inicial, todos los demás pecados corporales se hacen explícitos y más notables. La vista se fija en otras prominencias que deben evitarse (Amén)...”. Veinte años después, cada vez que su novia se estiraba para bostezar y el agujero del mal aparecía, pecaba de pensamiento para entrar unas cuatro eternidades en las tinieblas, y aunque solía pensar que nació en el tiempo equivocado, al menos la idea de poder ver ombligos le calmaba la onda retro.

Su infancia temprana fue feliz. O al menos eso creía recordar, y los dos álbumes gruesos de fotos de su infancia que mantenía su madre debajo del mantel de una pequeña mesa circular que le servía de altar parecían confirmarlo. Las fotos de sus rizos tempranos aparecen en centenares de instantáneas, donde un pequeño niño moreno con una sonrisa hace piruetas y muecas. Su cara cambió bastante con el pasar de lo años, y su mueca se hizo diferente y macabra a veces. Tenía muchas fotos con niños que no conocía, aunque en el jardín hizo una amistad que le había durado toda la vida, un Montoya desdeñado y de andar cansino que seguramente asistiría a su funeral. Su hermana nació cuando él tenía tres años, y lucho desesperadamente por la hegemonía de los derechos del hijo como cualquier par de hermanos suele pelearse, aunque ella mantuvo siempre una agresividad al responder, un carácter volátil y difícil de manejar, mientras que él se mantuvo relajado e indiferente. Para cuando estaba en edad de entrar en un colegio grande, su madre convenció a su padre de sentenciarlo a 10 años de estudios forzados en uno de los mejores colegios de la ciudad, donde se vería obligado a compartir el crecimiento y la pubertad con otros niños de su edad, pero nacidas en las cunas de oro de la clase alta bogotana. Desde muy temprano se dio cuenta de que no encajaba del todo bien, y comprendió rápidamente la preocupación constante de sus padres para continuar sus estudios.

A sus ocho años, su padre lo inscribió en la escuela de fútbol de Santafé para realizar su sueño de hacer un hijo futbolista. Aunque falló completamente, hereda una afición desmedida por el deporte y logra darle la mano a Adolfo “El Tren” Valencia, que para la época representaba la cúspide del fútbol, el perfil griego del gol, el dios de la esférica. Una vez que sus formadores dieron cuenta de su anatomía de pensador y no de deportista, fue el final de las aspiraciones de gloria.

Su vida en el colegio es completamente correcta. La estricta disciplina de su madre, la educación de los padres agustinos, y la falta de otras actividades adicionales, hicieron de él un estudiante de buenas notas. Sus padres sufrían de la paranoia de las personas que vienen de otras regiones para la capital: cada segundo por fuera del interior de las cuatro paredes propias es un segundo más cerca de ser robado. Con este axioma fue adoctrinado y por mucho tiempo no conoció otro lugar que su habitación, y sus únicos amigos fueron los que hacía estudiando. Nunca tuvo un mejor amigo, un único sujeto con el que mantuviera conversaciones interminables, sino que fue cambiando de amistades cada vez que veía necesario no estar solo leyendo historias de Julio Verne.


Al caminar, la gente no se fija demasiado en los demás. Caminar en una multitud es más solitario que caminar en el desierto. Rostros desconocidos, conversaciones recortadas, y ojos evasivos es lo que encontraba a su paso. Él siempre buscaba el contacto visual, intentaba buscar un rostro que mereciera la pena recordar, un espejismo de sensatez en la córnea de alguien. Con la repetición se dio cuenta que las personas simplemente existen en pequeñas burbujas aisladas de dos brazos de largo, y la mayoría de sucesos afuera de esa burbuja no tiene relevancia a la hora de tomar decisiones. Se sentía cómodo así, anónimo en medio de las burbujas, y eran solo sus ideas y el asfalto y el sonido de sus pasos.

En su obsoleto reproductor de música empezó a sonar Bessie Smith mientras los oficinistas salían por montones a buscar transporte público. El blues más clásico, por sobre otros géneros musicales, lograban afectarlo punzantemente, en especial en esos momentos en que vagaba solitario sin rumbo.


Nobody knows you when you down and out

In my pocket not one penny

And my friends I haven't any

But If I ever get on my feet again

Then I'll meet my long lost friend

It's mighty strange, without a doubt

Nobody knows you when you down and out

I mean when you down and out


Sentía que pertenecía a alguna secta especial cada vez que sucedía aquellos momentos. ¿Cuántas personas en la ciudad estarían escuchando música de 1930 en ese instante? Eso no lo hacía mejor que nadie, pero sentía que tenía algún mérito el mantener la inquietud por conocer esos pequeños tesoros que se lleva el tiempo, experiencias sensoriales reservadas para los dementes, además sabía que con ese tipo de elecciones se alejaba de cualquier subcultura o medio masivo que definía las acciones de personajes con menos temperamento. Se imaginaba a Bessie con la orquesta detrás y trescientos negros vestidos de paño apretados en un teatro oscuro, mientras ella gritaba su melancolía bajo unos antiguos reflectores eléctricos primitivos que parecían un paraguas al revés. Las mujeres asintiendo (you are damn right Mama!), y los hombres secándose el sudor bajo el sombrero con pañuelos blancos.

Recordó entonces el importante papel de la música en su vida. Su iniciación con la música fue precoz. Sus padres le pidieron elegir entre el fútbol y la música, y así se decidió que ingresaría a un conservatorio clásico. Aunque al principio se trataba de una actividad adicional normal, con el tiempo se convirtió en una de sus pasiones más fuertes. El único signo de rebeldía de toda su crianza lo tuvo allí y fue elegir un instrumento de interpretación. Mientras sus compañeros buscaban aprender violín o piano para mantenerse en el sistema, el decidió tomar un saxofón, que para el contexto de la música clásica significaba salir de los estándares sinfónicos y convertirse en un renegado musical. Se sentía orgulloso, podría ser la rebelión más tonta de la historia de la humanidad, pero era una batalla ganada para un niño normalmente resignado a tomar la opción más segura y socialmente aceptada. Tuvo su primera presentación en público rápidamente, tocando una sencilla melodía antes sus compañeros de primaria, y le dieron un cartón con una felicitación que aún conserva en una de las paredes de su casa. A partir de allí, empezó una pequeña carrera en el circuito de los actos culturales de los colegios de la ciudad. No era de los que les gustaba llamar la atención, pero aprendió rápidamente a perder el miedo a públicos numerosos de hasta unos miles de almas poco concentradas en su música. La reputación de músico que ganó le permitió zafarse de clases aburridas para pasar tiempo con su profesor de música y con los otros miembros del séquito musical juvenil. Se volvió natural en los escenarios, y empezó a desarrollar esa facilidad para dirigirse al público que algunos parecen forzar durante años.


Empezó a cantar en la calle. La gente empezó a mirar hacia otro lado, esperando que al ignorarlo desapareciera. “En Bogotá los locos somos fantasmas, y los muertos no reviven”.

sábado, 22 de agosto de 2009

ReInicio

Dos años desde el primer post es demasiado tiempo. Este espacio nació cuando era un sujeto atormentado por sus propias ideas, disminuido por ser algo que no quería ser del todo, escapándose constantemente, escribiendo bajo un nombre que ni siquiera inventó él pero que le permitía su ejercicio masoquista de recordarse los demonios. Creo que ahora me doy cuenta de que a pesar de mis constantes quejas, el tiempo no ha pasado en vano. Ahora sé lo que soy, y toda esa presión que sentía de ser alguien en la vida se ha venido disipando en mi propia necesidad de tener un lugar donde existir como soy. He llegado silenciosamente a una seudo adultez que todavía tengo que terminar de descifrar. De repente el plan de ir a apretujarse y tomar café me seduce mucho más que terminar borracho cantando Creep. Por ahora me mantengo ocupado en ese consejo que dice que los artistas deben tener una carrera. Al leer mi pasado me doy cuenta de la falta de escritura que tenía en mi historial, de la falta de lectura (aunque ahora solo tengo como dos libros más), de la falta de criterio, de lo llorón que llegué a ser. A pesar de todo, reconozco que el tiempo nos cambia las palabras, las facciones, pero no la forma de ver el mundo... soy lo mismo, pero más decidido y con más visión. La soledad, el tinte dominante de este oscuro espacio, que poco a poco se ha venido desvaneciendo: existen las Asias, y existen las lechuzas y los selenitas azules. Se necesita otra alma para dejar de ser la única, y al menos la sola existencia debería dejar de lado esa maldición.

Para este espacio, no sé que venga. Hubo un tiempo en que mantenía actualizadas las sugerencias de música y cine, pero ahora tengo tantas cosas estúpidas encima que no tengo tiempo para mí mismo. Mis largos silencios siempre se debió a períodos donde olvidé que escribía para mí... el más reciente porque pensaba que alguien todavía me leía, y porque no quería llenar esto de la vida melosa que me ha tocado experimentar ultimamente. Además de una decisión: me aburrí de escribir de lo mismo. En tres años nunca me decidí a escribir una ficción, o una historia que no fuera mis propios soliloquios escritos de maneras diferentes. Ahora quiero convertirme en poeta mediocre, y tal vez con eso transformarme en un narrador al menos comprensible. En fin... Felices tres años de papeles olvidados en el fondo de mi mochila.

5 minutos en la enredadera

Me gusta como se ve el pelo. Siento que me falta sentirla más tiempo a mi lado. Tal vez debería ponerme serio y concentrarme en terminar algo. No sé como me sigo engañando si no me voy a despertar temprano. Mi cara es rara, pero con la camiseta a rayas me veo bien. Tal vez si logro cambiar el reloj... si.. el reloj es la culpa de los problemas... tal vez si tuviera más control sobre el tiempo. ¿Qué sería capaz de hacer por amor?, tiene que ser amor si estoy pensando en el tiempo. Me gusta como suena ahora la batería cuando la toco, ahora todo se ve demasiado simple, aunque para ser Buddy Rich... tal vez un monólogo no era la mejor opción para esta hora, pero tengo frío y pereza, y tengo que ponerme a alzar pesas para crecer los brazos. A ella le gustan mis brazos, pero después de media cuadra el izquierdo me falla. Pensar demasiado siempre fue mi maldición, esa frase la dije demasiadas veces, pero qué pasa si alguien te quiere escuchar. Cuándo será que voy a dejar la pereza y me dedico a cantar, es cuestión de la guitarra. Tal vez el pitido de los oídos se pase mañana, pero fue delicioso escuchar el nuevo bajo. Tal vez es la cama, que se me hace pequeña unas veces, pero vacía. Me gusta como se ve el cabello, me gusta como me comía con la mirada P...... ¿ya te casaste?... si, tengo dos hijos.... pero te quiero comer en mis sueños. Y yo solo pienso en la mía, en ella, la de la luz que se extingue hasta mis zapatos... tener musa es una buena opción, y me gusta cada centímetro de su piel. Su mamá interpreta en sus sueños mi destino. Tal vez a M. le hicieron voodoo, o no acepta que ya no puede tener sexo con S. No sirve de nada seguir mirando si creo que ya encontré lo que buscaba. Es difícil mirar 5 años pasar en vano.... es extraño sentir que maduré, y que ahora soy menos de lo que debería ser, y más de lo que odio. "Las decisiones que tomé no las puedo tomar a la ligera porque me cuelgo de un globo rojo y me voy volando y me suelto y me parto todo". "Usted fue el que dijo que nunca se iba a enamorar", si, lo sé..... le duele el páncreas al pobre hombre, y no me explico otra razón más que esa mujer que se consiguió, y lo sé por una horrible experiencia propia. Le regalé una libreta y ahora escribe con fecha. Necesito ser una lechuza cada vez más.

domingo, 9 de agosto de 2009

Camisa

Hoy me puse una camisa. No me había puesto una camisa por mi propia voluntad en demasiado tiempo, años, desde la época en que mi mamá me escogía la ropa para salir a la calle, o cuando tocó ponerse la camisa para alguna presentación especial, fiesta, coctél, o cosas demasiado formales para mi gusto, todas con corbata. Nunca he sido un tipo de camisas, y rara vez me siento cómodo con un pedazo tieso de tela alrededor de mi cuello... me siento snob cuando utilizo la palabra "polo". De todas formas, me puse una camisa para tomarme una foto. Una foto que llegará a mi universidad, la mirarán muchas personas, que se la reenviarán a cuarenta empresas donde más personas aburridas mirarán mi camisa y dirán: al menos parece serio. También notarán que tengo un peinado serio, pero jamás pensarán que estuve con un gorro puesto durante cuarenta horas para lograr que se quedara quieto y aplastado, como la cabeza de un político lambón. Y es que me siento lambón, arrodillado, cuadriculado, prostitulado, y muchos lados que me quedan del repudio de verme a las puertas de entrar a la bolsa laboral colombiana. Ser el esclavo de alguien por una modica suma. Meterme de lleno en una carrera que nunca debí iniciar, y sonreír, bien peinado, mientras me pongo en cuatro patas y digo gracias.... al menos parezco serio.

Odio la Hp camisa.

viernes, 16 de enero de 2009

Días

Hay días en que nada tiene sentido. Hay días en que parece que no hay nada que valga la pena. Días sin objetivos, días sin razones. Días en los que se pierde el horizonte. No sirve la anestesia, no sirven las distracciones, solo queda la nada y la resignación. 

¿Cómo no caer en el existencialismo si parece que nadie se preocupa por algo diferente a la supervivencia?¿cómo vivir sabiendo que no existe la magia?... La soledad es la razón del exceso de conciencia, pero depender de otra persona para encontrar razones para vivir significa que una vida solitaria no tiene argumentos reales, o tal vez el único argumento que se necesita es encontrar a alguien más que no sepa qué hacer con su vida. Tal vez por eso tantas almas deciden acabar con una existencia sin sentido, o al menos carece de sentido en la soledad. Tal vez yo tampoco soporte demasiado tiempo una mente que nunca se calla.

lunes, 22 de diciembre de 2008

PD

Soy un melómano que creyó que el futuro era demasiado importante.
Soy el caminante anónimo de la multitud.
Soy el fotógrafo de lo cotidiano.
Soy el ermitaño sin montaña.
Soy el escribano de la soledad.
Soy el cantante sin público.
...


Al menos soy algo.

domingo, 16 de noviembre de 2008

El Cielo y la Ciudad

Terminó más rápido que de costumbre la pequeña clase que dicta los sábados porque no quería que lo atrapara la lluvia en un intento más de llegar ha ningún lugar en una de sus caminatas sin destino. Siempre dicta esa pequeña clase como forma de agradecerle a su profesor de idiomas las clases gratis que suele darle, y aunque tome demasiado la noche anterior, y aunque a veces no llegue a casa, la mañana del sábado no puede faltar a la cita. El mediodía era un típico mediodía bogotano, suficientemente claro para convidar a los transeúntes a salir, pero suficientemente nublado para esperar un diluvio. Desayunó tarde, y sin demasiada prisa por la comida del mediodía, prendió un reproductor de música viejo, y escuchando una elección propia de rock independiente británico, y empezó a caminar de nuevo hacia el sur por la acera principal, sin saber a donde lo llevaría esta vez el impulso de caminar. Esta vez, a diferencia de la mayoría de veces, lo único que cruzaba su mente eran las melodías y las letras de las canciones vibrando en el par de audífonos, y mientras daba un paso, sus manos seguían el recorrido de los trastes imaginarios de una guitarra imaginaria, y tomaban con fuerza las baquetas imaginarias de una batería imaginaria, mientras cantaba a un volumen suficientemente alto como para que lo consideraran un loco.
Caminó más lento que de costumbre, tal vez esperando que la hora de la comida o la amenaza de lluvia terminaran por quitarle el impulso de adentrarse en la ciudad, pero la indecisión se desvaneció, y encendió un cigarrillo en un kiosco en el momento en que empezaban a caer gotas de cielo. Se quitó los lentes, tomó un par de bocanadas de humo, y subió el rostro, disfrutando la forma en que las gotas frías tocaban su piel. Siguió caminando, y disfrutó el momento hasta que sintió que el vértigo de la lluvia aumentaba fuertemente. Buscó refugio rápido en un techo corto a la entrada de una panadería cercana, y terminó el cigarrillo mientras la gente corría de un lado para otro buscando escapar del agua. 
El tiempo pasó al ritmo de la música que escuchaba, el salpicar de las gotas sobre los charcos lo mantuvo distraído por un buen rato. Estaba serio, distante, miraba el cielo, miraba la gente correr. Pensaba en lo poco preparado que estaba para un cambio de clima, pensaba en que tal vez su camino terminaría ahí. Examinó el interior del local. Un par de mujeres estaban refugiándose del cielo, compraron unos panes, y hablaban de algo que no podía distinguir mientras que se reían nerviosamente después de que él las mirara sin ningún interés en particular. Una niña pequeña, con unas botas de caucho y un trapero viejo estaba determinada a combatir la entrada del agua al sótano. Una niña más pequeña aún llegó hasta la puerta, habló sobre un aguacero y le regaló una sonrisa. Cuando él le devolvió con la misma sonrisa, el par de mujeres se conmocionaron, tal vez porque lucía demasiado distante y frío como para sonreír.
El tiempo pasó, compró unas galletas con chocolate con la intención de engañar a su estómago, y observó las noticias de un televisor dañado. Cuando sintió que la lluvia cedía, salió del local y caminó con las manos en los bolsillos de nuevo por la acera. Esta vez el agua lo empapó en cada centímetro seco, y el agua inundó el interior de sus zapatos de tela. Volvió a subir la mirada y sentir las gotas sobre su rostro. Tomó otra estación, y se puso a bailar al ritmo de Futureheads en las escaleras de un edificio viejo. Un sujeto con pocos cabellos en su calva, se tapaba con una agenda la cabeza. Siguió caminando, observaba la gente refugiada, los carros nadando, los árboles inquietos. Entró en un centro comercial, esperó otro rato más al frente de un banco, llegó al frente de un museo y decidió regresar. Tomó el bus, se sentó al lado de una mujer con una perforación en el labio, una chaqueta de jean, y un gorro azul. El diluvio hizo que el tráfico fuera extremadamente lento y en el punto de mayor afluencia vehicular, un par de carros de bomberos termino por paralizar el flujo. Cerró los ojos y se dejó vencer por el tedio y los gases nocivos de los carros. La mujer a su lado también parecía dormir, aunque sintió que se apoyaba cada vez más en él de manera intencional. Llegó a su casa una hora después, cansado, mojado, y sin demasiada satisfacción. El cielo no quiere a la ciudad, e hizo lo posible para convencerlo de su posición.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Deja Vu

Hacía tiempo no sentía que la soledad me arremetía con tanta fuerza. Tener que reprimirse tantas frustraciones pueden acabar con las ganas de luchar, y es inevitable que descuide las cosas por las que debo responder. Tal vez si tuviera alguien sobre quien derrumbarme sería más fácil conciliar las cosas, o al menos volver a ese estado de anestesia mental en el que se deja de pensar demasiado y a veces envidio. Solo queda el sentimiento de amargura, de tener tanta gente a mi alrededor que me ve como la persona más sociable y extrovertida del mundo, cuando en realidad, la máscara social solo oculta la soledad de mi interior.

Siempre fui demasiado observador, tal vez demasiado para mi edad. Después de haber sido una persona distante y aislada, reconocí los comportamientos que traían consigo la simpatía de la gente. Aprendí a manejar el público porque desde pequeño estuve al frente de grandes auditorios, y aprendí a contar historias. Me gusta creer de aquellos que dicen que hay que ser muy inteligente para hacer reír a la gente, y creo que puedo hacerlo sin demasiado esfuerzo. Sin embargo, para los que me conocían desde antes, me mantuve con el mismo perfil bajo, aislado, leyendo libros en el tiempo libre, perdiendo tardes enteras en una partitura, haciendo cosas que una persona normal no hacía. Supongo que todo hace parte de lo que me convirtió en lo que soy, aunque hay veces que nunca termino de descifrarlo bien.

Llego a un lugar y la gente empieza a animarse. Pregunto por todos, me preocupo por que todos se sientan incluídos. "Ustedes son pura alegría", eso fue lo que dijo un conocido cuando empezó a conocerme con mis amigos. Invento algo, saco un apunte, hago que todos se sacudan, se la monto a alguien, me burlo de mi mismo, digo algo sexista, miro directamente a los ojos a las mujeres del lugar. Puedo decir que tengo habilidades sociales, que puedo hablar con cualquiera sobre casi cualquier tema. Sin embargo, la máscara nunca es seria. La gente a mi alrededor a veces simplemente se queda callada esperando a que yo diga algo, que saque la chispa que haga estallar las risas, que saque el apunte que les alegre las vidas. "¿Alguien ha llevado alguna vez un diario?", dijo Asia, y yo simplemente me mantuve en silencio, dejando que la máscara se hiciera cargo de evitar la pregunta y sintiendo los comentarios de los demás hiriéndome el orgullo. 

A pesar de todo, es evidente que mi problema es no tener con quien hablar de cosas que valen la pena ser habladas, y he estado así por tanto tiempo, que simplemente creo que cuando llegue el momento de hablar de cosas más cercanas al alma, no seré capaz de decir nada. Es difícil cambiar de círculos, y la gente con la que me ha tocado convivir no me ofrecen ese estímulo para sacar de mí tantos pensamientos que merecen ser pronunciados pero que nadie está dispuesto a escuchar. La envidia que siento por aquellos que elegieron darle rienda suelta a su mente y dedicar su vida a ello no tiene fin. Mi decisión no fue cobarde, sólo miope, y no tenía tanto criterio en aquel momento, todavía no tengo nada cercano uno. 

Lo más normal de alguien como yo sería tener pareja. Pero no he podido encontrar alguien que me incite a mostrarle el sujeto detrás de la máscara. Seguiré siendo hermitaño supongo, aquel hermitaño sin montaña. Gente a mi alrededor que me aprecia, pero nadie que me entienda, nadie que quiera descubrir lo que hay por dentro. Soy demasiado exigente después de todo, poco conforme, fuera de contexto, lejos de mi elemento. El que piensa demasiado nunca puede ser feliz, el que piensa demasiado está condenado a la soledad.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Desvelos

Últimamente he estado agobiado de demasiados deberes que no pueden aplazarse. Descubrí en la cafeína la mejor herramienta para aprovechar la noche, y en la noche es cuando mi mente está más despierta, aunque el resto del día a veces parece que pierde el brillo. Tres noches seguidas he mantenido mis párpados abiertos gracias a grandes dosis poco saludables de tinto negro fuerte. Después de un tiempo intentando trabajar, simplemente empiezo a distraerme con facilidad y a intentar hacer demasiadas cosas al mismo tiempo. Me quedo dormido mientras intento escribir, incluso cierro mis ojos y me imagino las palabras que atraviesan mis dedos sin demasiados rodeos. Nadie dijo que esto era fácil, pero mi cuerpo ya me está cobrando las veladas sin descanso que he tenido que soportar.

El sueño es brutal, tal vez si cierro mis ojos lo próximo que salga vendrá directamente del subconsciente. Ya van casi dos párrafos borrados por incoherencias que pronuncian mis dedos cuando cierro los ojos.... lo que siga lo escribiré otro día.

En los últimos días me dejé absorber por completo por los deberes y la rutina. Por un par de semanas fue necesario dejar la pensadera y convertirme en un autómata que simplemente trabaja y trabaja para conseguir una calificación decente. La noche siempre ha sido mía, el momento de mayor lucidez, pero dejar la noche para los trabajos me ha desgastado de una manera considerable, y siento que me encierro en una jaula cada vez que tengo que darle mis mejores minutos a algo que no me motiva demasiado. Me consumo, me desvanezco, y mi mente se anestesia en el proceso. Me vuelvo igual a todo el mundo. Quiero convencerme de que estos momentos son sólo temporales, que al menos una vez cada cierto tiempo debo concentrar mis energías en luchar por terminar las cosas que he comenzado, aunque cada vez es más difícil de conseguir. Después de hacer por tanto tiempo cosas que no me gustan, empiezo a odiarlas.

Me desvelo siempre, me desvelo por gusto. La noche es mía y la luna es mi testigo. No sé en que momento empecé a robarle tiempo a mi noche para otras cosas ajenas. Debería empezar a madrugar para aprovechar mejor el día, pero es imposible para alguien como yo. Quisiera decir que he perdido el horizonte, pero es evidente que nunca he tenido uno. La idea de dejar tirado todo y escapar a un lugar lejano me invade demasiado seguido. Tres mil dólares para irme a Inglaterra, cuatro mil dólares para irme a Japón, viajar, cambiar de aire.... todo se reduce a dinero... para tener dinero tengo que trabajar... para trabajar de una manera digna debo terminar... para terminar tengo que seguir soportando las veladas sin sentido.... dinero para compararme la libertad... esclavitud antes de libertad.... esclavitud antes de la esclavitud para lograr la libertad. Por ahora solo me queda maldecir en la noche.

domingo, 26 de octubre de 2008

Pasiones

Cada vez que conozco a una persona nueva siempre hace la misma pregunta, y yo siempre respondo igual: "¿Qué estudias?"- y yo - "¿Qué parece?". Con la del sábado ya van dos veces que me responden literatura. Cuando me responden, tengo una lapso donde me cuesta volver a la calma, donde hay muchos sentimientos desbordados y encontrados con los que siempre debo lidiar. Entre los pensamientos que se cruzan, me llega una sensación de tranquilidad por saber que a pesar de que estudio lo que estudio, al menos mi rostro quiere reflejar mis pasiones. La melancolía también es muy fuerte. Saber que la vocación está en otro lugar es duro, y trato de convencerme de que con el tiempo y el trabajo podré alcanzar a dedicarme en alma a mis verdaderos gustos. Para el que me preguntó, simplemente suspiré, y seguramente es difícil decidir si lo hice por soltar presión o por simple tristeza.

Supongo que es lo más normal de este mundo el preguntarse por la verdadera vocación. Cada vez se ve muy lejano aquella época donde tuve que decidir que carrera iba a estudiar. Decidí estudiar aquello en lo que era más habilidoso, y dejé de lado todas las cosas que me llenaban de mayor excitación. Ya han pasado los años, y es cada vez más claro que ciertas decisiones es mejor tomarlas con el corazón y no con la lógica. 

Quiero escribir. No soy bueno en escribir, pero tengo claro que lo quiero hacer. Probablemente sea malo para la literatura, en parte porque no puedo imaginarme una historia completa nacer desde cero. Mis metáforas son malas, cuadriculadas y repetitivas, y mis descripciones son vagas y poco esclarecedoras, y aún así sé que quiero escribir. Quiero ser un cronista, quiero mostrarle al mundo lo que pasa en algún lugar. La crónica escrita es algo que me enloquece de una manera especial, quiero que la gente conozca a través de mis palabras, quiero que alguien vaya formando la imagen de lo que sucedió a través de cada una de mis líneas. Soy malo en eso, pero supongo que también es cuestión de práctica. Probablemente soy el único tonto de mi carrera que escribe cosas tontas unas cuantas veces al mes, pero este pequeño espacio es de las pocas cosas de las que me siento orgulloso. Soy un cuentero, me gusta creer que lo soy, un narrador de cosas cotidianas, y es una virtud que creo que los que me conocen también me reconocen. De todas formas, siento que, a pesar de no ser el mejor en ello, escribir es una prueba de la existencia, y hay veces que escribir es lo único que se necesita para saberse vivo. Eso, por un lado.

L0s miles de adjetivos que tenemos para describir las cosas no son suficientes para describir la sensación de improvisar jazz, blues, o cualquier música. Sólo alguien que escucha con los ojos cerrados y con mucho volumen Love Supreme de Jhon Coltrane, siguiendo cada cadencia del saxofón, o cada cambio del ritmo podría llegar a sentir parte del éxtasis que provoca lograr compenetrarse lo suficiente con la música como para sentirlo en las piernas. Hace un tiempo que tengo mi instrumento principal abandonado, todo por la falta de una rutina. Todavía recuerdo aquellos momentos sensorialmente extremos cuando improvisaba con una banda de reggae que tocaba bossa nova, cuando cerraba los ojos y hablaba a través del saxofón, y charlaba en ese idioma con la guitarra, y el mundo desaparecía, y quedaba ciego, en un limbo sin partituras ni notas, donde las frases eran melodías, y los bajos el paisaje de fondo. Recuerdo también el capítulo 17 de Rayuela, el mejor capítulo para el amante de la buena música de otras épocas. No estudié música por huevón. Era la elección más próxima y sencilla, una evolución natural de lo que siempre anduve haciendo, una extensión natural de un proceso que llevaba desde pequeño. Sólo el paso del tiempo hizo que la gente dejara de preguntarme del porqué no lo hice, y ahora que vuelvo y me pregunto, no queda sino la rabia conmigo mismo. Ahora, cuando mi cabeza vuela creando nuevas melodías, no puedo dejar de recriminarme que tengo aún lo necesario para triunfar, incluso de cantaor. Eso por otro lado.

Me puedo quedar horas viendo una fotografía. Me puedo quedar horas planeando una fotografía. Una fotografía crea en mi un manantial de sensaciones sin mucho esfuerzo, aún cuando esté mal tomada. Cuando voy a una exposición de fotografía, mi corazón da vuelcos desaforados cuando encuentro algo especial, y cada foto siempre tiene algo especial. No tengo técnica, no tengo un criterio influenciado por algún conocimiento previo, pero creo que puedo identificar una buena fotografía. También es por eso que me duele cada vez que veo una foto perfecta y no tengo una manera de tomarla. Esa es mi próxima compra, la cámara ideal. Ya he averiguado lugares para pagarme un curso de un nivel decente, pero de nuevo el dinero es lo que se me atraviesa en el camino, y no me queda más que seguir esperando.

Una evolución natural de mi gusto por la música y la narración es la radio. No puedo evitarlo, pero tampoco vale la pena ignorar el hecho que soy el único que le gusta escuchar programas de radio de opinión, el espacio cultural de Radiónica, o el programa de historia de los sábados. Del mismo modo, la creación audiovisual es una evolución natural de mi gusto por la narración y por la fotografía. Mi oficio ideal es muy especifico: director de la Sub30, el magazine juvenil de señal Colombia. Esto suena muy especifico, pero hay que admitir que el gremio de las comunicaciones está dominado por un puñado de personas, y ese medio es demasiado superficial para mí. Eso es algo más bien lejano e improbable, pero fantasear es gratis todavía. Es lo más opuesto de lo que voy a hacer cuando termine de estudiar.

Quiero viajar. Quiero conocer el mundo. Soy flaneur después de todo. Seré un nómada por algún tiempo, para empezar tengo que reunir los tres mil dólares para irme a Londres a vivir de lo que sea. Caminar un nuevo país es algo que sólo he podido hacer una sola vez con muchas dificultades. Escribir sobre mis recorridos, grabar el mundo entero. Esto lo haré con certeza, es algo que tengo claro y hay muchas cosas aplazables a excepción de esa. 

Hay muchas más cosas. Intentarle arreglar la vida a la gente no sé si tenga nombre propio, pero aparentemente es de las cosas que más me gustan hacer. Si se pudiera vivir de leer, sería un oficio ideal para mí. Si me pagaran por pensar, sería el hombre más feliz del mundo. Si dejara de pensar en las noches, tal vez podría aprender a despertar a tiempo. Si el mundo te recompensara por ser lo que quieres ser, la vida sería tal vez demasiado fácil.

jueves, 16 de octubre de 2008

De otras cumbres

De repente me veo envuelto cada vez más en un mundo en el que no pertenezco. Es uno nuevo, uno diferente a aquel al que me suelo mover, pero este es aún más desgarrador y alienador. No sé que es lo que tengo que siempre me veo rodeado en entornos que no tienen nada que ver con lo que quiero a mi alrededor, pero la desesperación se me está acumulando poco a poco. He ignorado por demasiado tiempo la falta de identificación con el lugar donde estoy, y en estos días poco me ha faltado para dejarlo todo y salir corriendo hacia las montañas, esperando cualquier excusa para que me caiga encima una avalancha de lodo y selva que se lleve consigo todo lo que alguna vez pretendí ser y nunca terminé de completar.
Ya no me entiendo. Ahora resulta difícil seguirme el rastro que antes parecía ser claro y es irónica la forma en que se mueve la marea a la que mi estado de conciencia se somete cada tiempo. Conformismo, tranquilidad, pertenencia... luego desprecio, incertidumbre, desarraigo... luego de nuevo tranquilidad... luego de nuevo locura. Aquel que piensa demasiado nunca será feliz completamente. Pensar demasiado las cosas, calcular las posibilidades, preguntarse por los argumentos, por las personas, por el país, por el mundo, por la soledad, todo termina en una cachetada a la seudo tranquilidad que domina al sujeto incauto y del que a veces es imposible dejar de sentir envidia. Una vida tranquila, sin pensamientos demasiado profundos, mecánica, biológicamente adecuada, medida, incluso impuesta... todo es deseable en ciertos momentos en que no se puede bajar el fusible del sobrecalentamiento mental. De repente es fácil encontrar en las subculturas urbanas una forma fácil de olvidarse de la libertad individual y de la necesidad de tomar elecciones, y aparece un resentimiento por lo que se puede lograr en una situación tal donde las elecciones más sencillas y superficiales parecen ser mucho más satisfactorias que las mías. Al final del día, todo es cuestión de la soledad acumulada. 

Mi máscara social a veces me asombra. Mi capacidad para entablar una conversación, crear un canal de diálogo, o bromear en un grupo nuevo es ciertamente buena. Recuerdo que solía ser un tímido completo sin más, pero ahora se leer la mejor forma que existe para aproximar a las personas, y mi capacidad de improvisación y manejo de gentes debe ser envidiada. Sin embargo, no deja de ser una máscara. La máscara puede estar muy bien confeccionada, y puede parecer muy real, y la he utilizado por tanto tiempo que nadie conoce con certeza que exista algo debajo. Eso es lo más triste, que ya no me sé quitar la máscara, que con el paso del tiempo de me tomé el papel muy en serio, y me toca recordarme cada cierto tiempo la verdadera cara detrás del cuero podrido que la adorna. 

He llegado a la conclusión que el fatídico problema para despertarme temprano es una combinación de falta de interés en el mañana y una falta de sueño por amor a la noche.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Borroso

Tantas cosas tenía en mente por escribir que terminé por no escribir nada. Cada tarde llegaba a mirar el espacio en blanco y buscaba el inicio perfecto para tener la narración perfecta, el párrafo ideal, la frase memorable. Nada surgió, y ahora que debería aprovechar el tiempo para adelantar deberes es que me pongo a escribir de nada en particular.
Muchas cosas han pasado por mi desordenada cabeza en los últimos días. Siempre he sabido que soy demasiado maduro para mi edad, pero poco a poco he descubierto que además de eso, es cierto que he madurado, al menos en una pequeña medida. Hay cosas que me hacen sentir viejo, o al menos de una generación pasada, sobre todo cuando descubro la ligereza del pensamiento de los nuevos adolescentes. Entre rock sin sabor y ritmos isleños denigrantes, creen vivir en un cuento de hadas. Solo escribir eso me hace sentir viejo, pero no puedo evitar cierta sorpresa al escuchar comentarios sobre situaciones serias.... en fin... eso es lo que menos me ha pasado por la cabeza, son solo esos momentos donde una imagen estúpida es difícil de borrar de la memoria.
Que uno encuentre la verdadera vocación al llegar a la recta final de la carrera es una cosa cruel. No vale la pena dejar todo tirado, simplemente me adapto, porque tampoco me disgusta las cosas que tengo que hacer, pero es cierto que me gustaría sentirme apasionado todos los días, y ese tipo de éxtasis está ausente de mi rutina. Terminaré claro, y después que logre cierta independencia económica haré con mi vida lo que quiera, al menos esa es la idea. Solo quisiera poder regresar en el pasado y decirle a ese tonto que escogió sin demasiada convicción y más por descarte que por amor al oficio que uno es lo que hace, y que es mejor ser pobre y feliz, y que la elección debe hacerse basado en lo que más apasiona y no en lo que se es habilidoso. 
Sin embargo la vocación no es una cosa que tenga delineada. Sólo se que es todo lo opuesto a lo que hago, y lidiar con la ausencia de ciertas cosas es complicado. Quiero ser muchas cosas y me doy cuenta que no he terminado de ser nada todavía. Una vez fui más músico que otra cosa, pero ahora lo soy a medias, no leo tanto como quisiera leer, no escribo tanto como quisiera escribir, no camino tanto como un flaneur debe caminar, no observo tanto como debería observar. La conclusión es que no soy nada por completo, soy una suma de demasiadas cosas poco definidas, y no me puedo clasificar como nada porque no he terminado de componer nada. Así que veo al futuro y no veo mucho, y me gusta así, aunque pueda que termine de mala forma. Tengo un par de certezas, como que me quiero pagar el curso de fotografía, como que quiero vivir en el centro, como que algún día tendré una vida en Europa, como que caminaré las calles parisinas que recorría Horacio en Rayuela, como que nunca dejaré de hacer música, como que alguna vez utilizaré todo el japonés que he aprendido. Pero eso es todo, son cosas borrosas en el futuro, no me imagino en ningún lugar, en ningún trabajo. Es irónico que someterse a la rutina de un trabajo sea la única forma de comprarse la libertad, y la verdad es que siempre seremos esclavos de algo o alguien. Conseguir la libertad no es tan fácil.

Poco a poco la gente a mi alrededor se da cuenta que soy más un pensador que un incauto robot de carne y hueso que hace las cosas mecánicamente. A pesar que aprecio mucho a mis amigos, es imposible ocultar que hay demasiadas cosas que con ellos no puedo explorar. La lealtad hace que mi conciencia me atormente cada vez que me cruza la idea de cambiar de amigos, pero una parte mía lo necesita, y es así que me di cuenta que no es una cosa fácil. Con los años es más difícil lograr nuevas amistades tan fuertes como las que he llegado a tener, y empezar a conocer a gente de cero sin tener una persona conocida en la mitad es una tarea meticulosa.

Llevé a un par de amigas a los lugares que más me estimulan la mente. La velada terminó con los tres tomando vino en algún lugar de la Candelaria donde ponían son cubano. "Lástima, este tipo de vida no está acorde con lo que hacemos". Los retorcijones de mis entrañas me cambiaron la mueca. Era una frase sincera, no podía hacer nada para argumentar lo contrario, no es algo que se pueda debatir, no puedo fingir ceguera a algo que siempre sé pero que no me gusta admitir, pero es cierto que en el fondo sé que no pertenezco, que estoy sometido a un mundo que nubla el pensamiento.

Si son ciertas las probabilidades, y el mundo se va acabar cuando los científicos reunidos entre Suiza y Francia activen el gran acelerador de partículas (reuniendo suficiente materia oscura para crear un agujero negro) en los próximos meses, habré desaparecido sin haberme sentido enamorado. Si son ciertos los rumores, alcanzaré a ver a Calamaro en vivo y luego todo terminará, y tener un mes para hacer algo al respecto me hace ya dejar de lado la idea de siquiera intentarlo. Supongo que no es para todos.

Terminé la práctica social, en una emotiva charla entre las personas involucradas en el proceso. Ahora tengo una verdadera y renovada conciencia social, y las palabras "apostolado de la presencia" las llevaré conmigo para lo que me quede de vida. Probablemente pagaré los dos mil pesos extra que me representan ir hasta mi café desde la universidad para mantener el ritual de la lectura de los martes, así que tengo una mezcla entre nostalgia y tranquilidad por terminar la experiencia, no sería el mismo sin una dosis decente de cafeína en un buen lugar.

Volví a levantar las pesas que tenía debajo de la cama y se me entumieron los bíceps por toda la semana. A pesar de eso, me gusta mi cuerpo, y aunque estoy muy dejado en mi aspecto, a veces quisiera saber si los demás me ven tan bien como yo me lo creo a veces. 

Estoy leyendo a Virginia Woolf, y estoy encantado. 

Me hace falta el cine, ya no veo ánime, ya no leo manga, mi hermana y mis amigos geeks me lo recriminan todos los días.

Cancelaron NIN, pero la cantidad absurda de dinero que me gasté la semana de receso hace que REM y The Mars Volta queden en un tal vez. Han pasado tantos eventos en los que quise estar que ya la madre de mi falta de solvencia económica debe tener las orejas rojas.

Volví a tocar la batería después de una larga ausencia causada por el guitarrista de la banda, y fue renovador, una dosis de energía que necesitaba desde hace mucho tiempo.

El país se viene a pedazos, las instituciones colapsan, el capitalismo se tambalea, los niños sufren y los periodistas son unas fieras sin escrúpulos.

Más mensajes desde la esquina del purgatorio un día que no tenga que madrugar (también me hace falta bailar).

sábado, 20 de septiembre de 2008

La Carta

Llegó el martes de la semana pasada. Estaba dando mi clase de informática para adultos de la práctica social en una tarde gris del invierno bogotano cuando me sonó el teléfono. Mi madre sabe bien que estoy en clase, pero llamó de todas formas, y  no pude evitar pensar que había sucedido cualquier cosa horrible. Estaba conmocionada, extrañada, llena de curiosidad, "¡te llegó un correo desde España!". Me desconecté por un instante de la realidad y pensé en Sole mientras me invadía una cálida sensación que sólo se siente cuando llegan buenas noticias de un verdadero amigo del que no se sabe nada desde hacía un tiempo. La sonrisa que me dominó por el resto de la tarde solo se compara con el rostro de ausente que tuve que tener cuando pude leerla. Esa tarde no fui al café de siempre, y llegué rápidamente a casa. Le explique a mi mamá y a mi hermana la procedencia de la carta, "es de una amiga en España, se casa en estos días, le dije que me enviara la invitación".  Estaba en un sobre sencillo, marcado con simpleza, y con un sello de Paterna, España. Me escribió de su vida, de sus planes, y me invitó a unírmele en la aventura. Por alguna razón, la caligrafía era como ella, directa y libre, al igual que la foto, los 10 pesos de Chile y los centavos de Euro que añadió. 
Hoy estoy en la biblioteca de siempre, pero no me quieren vender las hojas de papel que necesito para responderle x_x. Desde que me imaginé la forma en la que ella estaba en un escritorio escribiendo con sus propias manos las palabras que leí, el carelibro y el correo electrónico me pareció demasiado impersonal para comunicarme, al menos con ella, y aunque durante todo este tiempo había pensado en las palabras que debía escribirle, tenía muy claro que era mejor tener el papel y dejar que las palabras volaran solas, sin premeditación. 
Ahora me doy cuenta que soy muy perezoso, y mis manos se acostumbraron a las teclas en lugar de la madera y el grafito, pero debe ser suficiente motivación el pensar que mi carta recorrerá un océano completo al igual que la carta de ella. Probablemente le añadiré un sobre del café colombiano, una moneda, y mi amistad. 

domingo, 24 de agosto de 2008

La Noche de las Cervezas

"No piense... ¡Hágale!"- dijo él. Yo sólo pude hacer una mueca. Si él supiera la cantidad de cosas que suelen pasarme por la cabeza, tal vez no lo hubiera dicho con tanta ligereza, aunque no es el primero que me reprocha la pensadera. De todas formas el alcohol me tenía con la mente lejana, mis perdidos ojos no podían enfocar bien la cara de nadie, y los rasgos de las personas de esa noche se me escapan, incluida la de ella.

Este fin de semana había sido planeado desde hacía casi quince días. Pero por supuesto, como toda noche demasiado anticipada, todo se dañó a última hora y la velada fue improvisada. Dos amigos cercanos y yo teníamos una extraña y retorcida especie de cita triple con unas amigas de una mujer que se proponía a seducir con todas sus fuerzas a uno de ellos. Al final de la tarde, él se asustó frente a la posibilidad de estar en un cuarto a solas con ella, se inventó una excusa y se terminaron las posibilidades de socialización premeditada con el otro género para todos. Para mí, que veía aquella situación como un final más que predecible para la situación, no significó una pérdida especial, pero para mi otro compañero, que carga con una larga espera en materia de mujeres, significó el drama que sólo la pérdida de dos semanas de ilusiones acumuladas significa.
Desde hace ya mucho tiempo solíamos pasar nuestros viernes en el mismo lugar de siempre: Red Soul. Un bar de rock poco vistoso, pero que nos acogía como nuestro tercer hogar (después de la facultad y la casa), y nos consentía con la música que nos gusta. Al final del semestre pasado, nuestro corazón dio un vuelco cuando al intentar ingresar la policía nos retuvo mientras clausuraban el lugar para siempre. Desde entonces no habíamos logrado encontrar un lugar que se nos presentara con el mismo ambiente que aquel lugar. Con los planes olvidados, decidimos pasar toda esa noche buscando nuestro nuevo escondite. Empezamos en la segunda opción, un lugar horrible y con nombre de música tropical, donde la música no tiene ninguna continuidad en el género, y a pesar de ser rock, palidece en sonido y ambiente. Enseguida fuimos al mejor lugar cercano: Bbar. Allí los dueños nos conocen, saben que tenemos buen gusto y me dejan sentarme como me da la gana, porque nunca he aprendido a sentarme decentemente en ningún lugar. Además hay una especia de mesanine, un cuarto más cerrado e íntimo con cojines y sofás que permiten una charla más personal. El problema es que después de las siete los precios suben, y a esa hora salimos de allá, buscando un lugar más barato. La zona ofrece muchas opciones para el amante del vallenato y la música tropical, pero las elecciones para los amantes del rock suelen ser bastante mal montadas. Entramos a un bar de metal, un cuchitril pequeño y oloroso aunque acogedor, pero mi camiseta beige clara, mi bufanda café y blanca, mis jeans azules y mi chaqueta café con rojo levantaron las miradas de una docena de tipos vestidos de negro de la cabeza a los pies, lo que me hizo temer por mi integridad física. El siguiente lugar promete ser mi próximo tercer hogar: Kirlibang Café (no sé si está bien escrito). Es un segundo piso amplio, con buena música, un sonido aceptable, una pequeña tarima, mesas, y una zona con una mesa de pool y almohadas alrededor. Nos concedieron una canción, y pedimos nuestro himno: Creep de Radiohead. Escuché Stone Temple Pilots, Nine Inch Nails y Calamaro entre otras buenas elecciones. Para este punto la cantidad de cerveza ingerida ya era bastante considerable, y mis funciones motoras empezaban a brillar por su ausencia. Cantaba todo, como siempre. Una de las razones por las que estos dos sujetos son mis grandes amigos es que también tienen la locura y la falta de pena para cantar con el corazón en la mano todas las canciones que nos ponen, así que en poco tiempo siempre terminamos por ser la mesa más animada de cualquier lugar a donde entremos. Para cuando salimos de allá, mi mente estaba dispersa, mis pasos erráticos y mi bolsillo vacío.
Sin embargo, estuve lo suficientemente lúcido como para convencerlos de entrar a uno de mis lugares favoritos. Natural Flow es tal vez el único lugar por la zona donde me siento cómodo para bailar y dejar libre mi afición por el funk. Solía ser este pequeño oasis de buena música, donde se podía socializar y agitar el cuerpo, pero en los últimos tiempos se ha regado la voz de la presencia de las siempre hermosas mujeres amantes de la música electrónica, con lo que ahora hay una saturación de hombres buscando acción los fines de semana. No puedo separarme de ese conjunto de hombres solos, pero lo que me mueve a entrar a aquel es un verdadero gusto al baile, por la música, por sentir los bajos entrando en mis huesos y por mover mi cuerpo sin cadenas. Probablemente bailaría solo si no fuera algo extraño para un hombre, sobre todo si va con amigos. Nos sentamos los tres en una mesa en una esquina oscura del lado menos lleno del lugar. Debo decir que mis amigos son bastante faltos de motricidad, y cuando intentaban imitar mi forma de contornearme en la silla se notaba que era un movimiento forzado, sin coordinación con la música. Del otro lado, sin modestia, puedo decir que mi cuerpo se mueve bien con esta música. Tengo el descaro de reírme al ver a otros hombres intentar seguir los ritmos, pero me he convencido de que tengo el talento para bailar, y tal vez sea porque soy mitad costeño, aunque esta música es poco asociada con esa región.
Ella estaba en la mesa del lado. Eran tres allí: aparentemente una pareja y ella. Estaba fumando un cigarrillo y moviéndose en la silla con atino. Mis amigos notaron que mi necesidad para bailar era importante, y me dieron el visto bueno de dejarlos abandonados, como muchos otros hombres que no habían encontrado la forma de abordar a nadie en el lugar. Cuando ella y sus acompañantes se levantaron para bailar un reggae, me levanté sin pena, tal vez ayudado por el coraje que da el alcohol y le dije que bailáramos. 
Hacía mucho tiempo no sentía tanta química en el baile con alguien. Ella decía que era difícil seguirme el paso. En un momento sentía que bailaba mucho más que cualquier otra chica con la que hubiera bailado, al decírselo ella me contestó que estaba imitándome, siguiéndome el paso, lo cual me subió el ego exponencialmente. Probablemente la abusiva cantidad de cerveza en mi sistema hizo que me lanzara decididamente a explorar nuestros límites. Después de bailar un rato, nos sentamos aparte y hablamos un rato. Mi habilidad con las palabras mostró frutos rápidamente, y la simple química del baile evolucionó en un palpitante interés. Volví a la mesa con mis amigos donde recibí las felicitaciones por el manejo de la situación. Me pedían además que intentara besarla, que "le tomara las placas", que "cerrara el negocio". Por lo demás, estaban ellos más que aburridos, como muchos más hombres en el bar, para quienes el baile no funciona bien, y tampoco la socialización rápida.
Yo disfrutaba la música, bailaba solo en mi silla. Me tomaba la cerveza con los ojos cerrados mientras movía mi cuerpo con el ritmo de la música, cuando de repente una mano tomó la mía y me arrastraba. Ella, sin intimidarse por mis amigos que no hacían más que mirarnos bailar me buscó y me sacó de mi momento musical y me llevó a un espacio libre. Recuerdo que era Gettin' Jiggy wit It de Will Smith, y le mostramos al la gente la forma en la que se baila. En este punto, la cerveza apagó mi calculadora cabeza, y disfruté el momento. Ella puso su brazos sobre mi hombro, y sintió mi altura, bajó sus manos a mis caderas y sintió el contorneo de mi cuerpo. Yo hice lo mismo, y la acerqué a mí, sentí su cuerpo cerca, sentí su delgada cintura siguiendo la música. Supongo que se sorprendió de que un hombre pudiera moverse así, al sentir mi constante movimiento me apretó un poco, y se acercó un poco más. Su rostro se perdió de repente, le pregunté si le pasaba algo, pero me dijo que nada. Me tomó de las manos y me llevó a un lugar más alejado de nuestras mesas. Giró su cuerpo, me dio la espalda y movió la cadera. Su cadera rozaba mi pelvis, y  estábamos cada vez más cerca. Tomé sus manos y la abracé desde atrás. Bajo mis manos grandes las suyas eran minúsculas y delicadas. Ella sintió toda la extensión de mi cuerpo rodeándola por la espalda. La abracé con más fuerza, la acerqué hacia mí, sentí sus pequeños senos sobre la blusa, me incliné y acerqué mi rostro a su oído. Su rostro volvió a perderse. Giró, bailamos de frente, abrazados muy de cerca, me incliné para llegar a sus labios, nuestras mejillas se tocaban, su piel era suave, su cuerpo estaba completamente pegado al mío... su amiga apareció al lado nuestro. Me soltó rápidamente, sus ojos volvieron a enfocarme con seriedad, me presentó a su amiga, y ella me miró con un desprecio criminal. Sus ojos me quemaron, eran inquisidores, penetrantes, yo era un abusador después de todo. Nos detuvimos, volvimos a nuestras mesas, y el efecto de la cerveza se detuvo.
"No piense... ¡Hágale!" - dijo él. Pero era demasiado tarde, mi cabeza volvió a ser la misma de siempre, el efecto anestesiador de la cerveza desapareció, y empecé a pensar la situación que acababa de suceder. Pensé que ella simplemente buscaba una aventura para el último fin de semana de sus vacaciones, y que cualquiera que la hubiera invitado a salir tendría el mismo resultado. También tenía la hipótesis de que era una verdadera atracción física, que sus feromonas y las mías eran del mismo olor, o que simplemente el alcohol había terminado en un efecto embellecedor que nos hizo reaccionar sin pensar demasiado.
Volvimos a bailar una vez más. Esta vez mantuve mi distancia, analizaba la situación. Ella parecía decidida, en un arranque imprevisto, me preguntó que si tenía calor, y sin esperar mi respuesta, me quitó la chaqueta. Un grupo a nuestra izquierda hizo un gesto de incrédulos, una mueca de puritanos. Mis amigos estaban en la esquina, no habían dejado de seguir nuestros pasos, me quité la chaqueta y se la tiré a uno de mis compañeros. Seguimos bailando, ella tomó la iniciativa esta vez. Me abrazó y sintió mi espalda mejor definida a través de la camiseta. Después de un baile donde nuestras piernas se cruzaron, y mi muslo derecho quedó atrapado entre sus piernas volvimos a descansar en nuestras mesas. Mis amigos estaban impresionados: ya les había contado de mi habilidad para bailar, pero no me habían visto en este tipo de situación. Habían terminado la cerveza hacía mucho tiempo, estaban siendo torturados con mi aparente éxito de una manera cruel. Termine mi cerveza pensando en lo que habíamos hablado. No había nada en ella que me llamara la atención, además de una fuerte atracción física. El descanso se prolongó, mis amigos se veían en un limbo de amargura, no podía mantenerlos allí.
Decidí terminar la noche. Aquellos días donde el éxito de salir era conseguir rumbearme con alguien quedaron atrás. Quedamos en volver a vernos, aunque probablemente no suceda, la verdad no quiero que suceda, quiero creer que el alcohol fue el mayor catalizador de la situación.
Volvimos a Bbar. El letargo de haber tomado, caminado, tomado, caminado, tomado más, bailado y tomado me pegó de repente. Eran las dos de la mañana. Nos sentamos en el espacio de los sofás y las almohadas. A nuestro lado habían dos mujeres unos años mayores a nosotros. Me dejé caer sobre el sillón y con una cerveza fuí cayendo en el sueño. Me sentí maduro, adulto, tal vez demasiado. Sentí mi libertad, sentí mi poder, cerré los ojos y dejé que la música se apoderara de mi alma. Canté One Way Or Another de Blondie, lo grité, nos veían como bichos raros. Estaba borracho, poco importaba lo que los demás dijeran. Me cumplieron la petición y colocaron Where Is My Mind de Pixies, tal vez la mejor canción para describir mi embriaguez, la canté con todo el aire de mis pulmones, y me dormí. Pasó algo curioso que no voy a escribir porque es difícil de creer. Nos sacaron a las 3.30 am, pasé la noche en la casa de uno de mis amigos. Desperté con ganas de ir a ciclovía y sin guayabo. Era sábado, desistí rápidamente de la ciclovía. Había llovido toda la noche, el aire era húmedo y frío, pero el sol era tan fuerte como podía estar a las nueve de la mañana. 


Fue interesante observar lo que sería de mí si no le diera tantas vueltas a las cosas. Dejarme llevar por el momento pudo haber cambiado el rumbo de la noche. Sin embargo, aún con demasiado alcohol, me fue imposible apagar la mente por demasiado tiempo. No me lamento de mis decisiones, y por ahora no busco simple diversión sino verdadera compañía. Bailar es algo que disfruto, y nunca lo he visto como la herramienta de seducción que puede ser. La verdad disfruto más estar en un bar con buena música y cantar como loco, allí también bailo, y todas las preocupaciones de la semana pierden sentido. Soy como soy, y así como soy no necesito una mujer para una noche, necesito a alguien con quien pueda conversar, con quien poder compartir. Después de releer la historia, recuerdo bien que odio conocer mujeres en los bares. Ya había decidido hacía mucho tiempo que no valía la pena, pero quiero creer que el alcohol y la sangre latina en mis venas me hicieron volver a perder el tiempo y de paso atormentar a mis amigos. Ahora la cosa se complica: mi próximo romance debe saber llevarme el paso y también debe poder escuchar buena música. La noche de la cervezas trae un problema más: la silueta se hace cada vez más exigente.


martes, 5 de agosto de 2008

Encuentros

Me tomó descuidado. Creo que ya he dicho un par de veces que la gente no sabe mantenerme la mirada. Ella lo hizo, lo hizo como si me conociera desde hacía mucho tiempo y no tuviera problemas en mirarme a los ojos sin el menor esfuerzo. 
Yo no estaba solo, simplemente pasaba para comer con mis compañeros cuando la miré y ella sonrió. Luego hizo un gesto cálido, y entrecerró un poco los párpados, y unas pequeñas arrugas aparecieron en su excesivamente blanca y redonda cara. Pude leer claramente la forma como sus labios describían la vocalización de un "hola" algo tímido. Ella también tenía compañía, pero dejó de hablar con ella para observarme y darme su atención. Sus amigos pudieron pensar fácilmente que yo era un conocido, pero estaban bien equivocados: creo que nunca la había visto en mi vida. 

Cuando dijo ese mudo saludo, yo le respondí de la misma forma, pero desconcertado. Me quedé con mi comida en las manos y de pie frente a mi silla por unos segundos. Me desconecté de repente preguntándome por esa persona que era capaz de saludarme tan familiar y cálidamente y por el mismo lapso de tiempo me dispuse a buscar en lo más recóndito de mi memoria. Al final, mis compañeros me despertaron del momento y mientras terminé de comer la miraba de reojo.
Ese gesto me retumbó todo ese día. No era una mujer excesivamente hermosa como las que se pueden observar con creciente frecuencia en mi campus, sino que era más bien una mujer de contextura  poco suntuosa, y un rostro tímido y natural. El cabello recogido, tal vez nada de maquillaje. Si continuara en mi tendencia superficial destructiva, probablemente ni siquiera hubiese notado su presencia.
Es aquí donde debo admitirlo. Tomó la iniciativa. Ese sólo gesto la puso en el plano de mujer interesante, y estuve distraído en los 20 minutos siguientes desde que me senté para comer y regresé a mi facultad. 

La cosa pudo haber terminado ese día con facilidad, una simple mirada curiosa de una mujer extraña. Sin embargo, el azar o tal vez algo más hizo que me cruzara por accidente con ella. Entré a una de las muchas cafeterías de mi universidad dispuesto a tomarme un té frío. Después de pagar el excesivo precio que mi antojo requería, me dirigí a una pequeña plaza, una playita con sillas que sirve de punto de encuentro para una monitoría que debía dictar de dos minutos. Al salir de la cafetería y bajar un piso hasta ese lugar, una mujer estaba sentada en una silla, y era la única en el lugar. La observé porque noté de inmediato que estaba haciendo todo lo posible para llamar la atención de una paloma que estaba cerca. Utilizaba los típicos gestos con los que uno llama a un perro, pero fue evidente de que la cosa no funciona con aves. Me quedé observando de pie a la distancia la escena, hasta que observé el rostro de la persona y se trataba de ella misma. Por un pequeño instante se sonrojó, pero me miró con delicadeza y trazó una curva en sus labios, a la cual respondí con mi propio sonreír. Seguí mi camino, porque en ese momento el tiempo no era mío, pero supe que estaba al tanto de mi existencia.

Por supuesto, mi cabeza no ha cesado de intentar racionalizar cada momento de las dos situaciones en busca de una explicación. Armo videos extraños donde ella resulta siendo una acosadora que me conoce por fotos y de repente se sintió con suficiente conocimiento de mi vida como para saludarme, u otra historia paralela donde intento explicarme como una persona con apariencia tan tímida pudo soportar el latigar de mi mirada en sus ojos y saludar.

Es cierto, acabo de escribir una cosa trivial, un desconocido que saluda, nada más. Probablemente sea otro de esos casos en los que pienso que encontré una persona para mí, y dentro de un par de horas cambiaré de parecer. También es posible que dentro de los 15000 alumnos de mi universidad, fueron cuestiones del azar, pero no puedo evitar mi curiosidad. La ventaja del anonimato es que puedo pensar lo que quiera sin esperar una verdadera consecuencia en mi mundo social, y del mismo modo puedo imaginar que tal vez encontró fotos mías, o leyó este blog y de repente me reconoció. Igual, mantendré mi rutina y no forzaré ningún encuentro, por lo que tal vez esta sea la última vez que hable de esta inquietud.

sábado, 2 de agosto de 2008

De "El Jugador"

Acabo de terminar "El Jugador" de Dostoievski y me encontré afortunadamente con un texto de Estanislao Zuleta. En "Elogio a la Dificultad" dice:

"(...) Dostoievski nos enseñó a mirar hasta dónde van las tentaciones de tener una fácil relación interhumana: van no sólo en el sentido de buscar el poder, ya que si no se puede lograr una amistad respetuaosa en una empresa común se produce lo que Bahro llamara intereses compensatorios: la búsqueda de amos, el deseo de ser vasallos, el anhelo de encontrar a alguien que nos libere de una vez por todas del cuidado de que nuestra vida tenga un sentido. Dostoievski entendió, hace más de un siglo, que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las cadenas, los amos, las seguridades porque nos evitan la angustia de la razón."


Es de valientes enfrentarse a la vida sólo. Alexei Ivánovich, el protagonista de El Jugador se creía completamente enamorado de Polina, y era capaz de hacer cualquier cosa que ella pidiera. Tal vez la forma más pura del amor sea la servidumbre, pero ya pase por la etapa en la que creía que mi vida solo tendría sentido si encontraba a una mujer que me calmara la severidad del pensamiento. Luego, mientras estuve con alguien, se me anestesiaron los pensamientos, y al volver a estar solo sentí como se había perdido el tiempo. Igual, Dostoievski sabe como pocos que el hombre le tiene miedo a su libertad, y la soledad puede convertirse como pocas cosas en un verdadero enfrentamiento con la posibilidad de elegir el camino. Es fácil enamorarse y dejar la vida en manos del otro, y aunque no puede decirse que es una mala elección, diría que es una salida cobarde en cuanto se renuncia a la libertad propia. El verdadero amor tiene que ser entre personas libres, que son capaces de pensar por sí mismos, con iniciativa propia y respeto intelectual. En fin... todo esto para recomendar el libro :).

lunes, 28 de julio de 2008

El mundo cambia y yo sigo igual

lunes, 7 de julio de 2008

Lluvia

Cierro la puerta y me miro en el espejo. La apariencia de mi cara recién despierto no suele ser la mejor visión para empezar el día, pero la idea es que el agua mejore la situación. Me quito la piyama de toda la vida que me rehuso dejar ir y observo por un segundo el cuerpo del que me siento orgulloso: nada de excesos de masa en ningún lugar, suficientemente proporcionado para mi altura. Abro la puerta, abro la llave. En las duchas eléctricas, la temperatura es inversamente proporcional a la cantidad de agua, y los días fríos como los de esta ciudad hacen que el volumen de agua sea bastante pequeño para conseguir una temperatura alta. Me gusta el agua caliente, tal vez demasiado, pero cierro los ojos y me sumerjo en la agradable sensación del agua quemando mi piel. Tal vez sea porque no me he terminado de despertar, o tal vez porque a mi subconsciente le gusta sentir agua tibia, pero mi imaginación vuela, vuela como en ningún lugar, comparable solamente con ese instante en que apenas despierto sigo acostado y sueño en un estado somnoliento.
Cierro un poco más la llave para darle más temperatura al agua, y estoy al frente del salón de clases de una universidad japonesa, en medio de mi presentación, entre inglés y japonés, intentado dar una buena primera impresión. Seguramente soy mayor que ellos, y definitivamente mucho más alto, pero a diferencia de los orientales con cintura de palo, puedo bailar como pocos, y lo aprovecharé para montar un buen show con una buena banda de rock'n'roll, y lo primero que daré a entender es que busco miembros para armar la banda. Los rumores dicen que los latinos tenemos algo a lo que los asiáticos no se pueden resistir, y aparezco rodeado de un puñado de mujeres de ojos alargados que no me llaman tanto la atención. Sería más fácil conseguir una novia acá y llevármela después, vivir juntos, dedicarle las canciones. Igual, estoy en la tarima, probablemente en la universidad, creando una fama local. Estoy tocando guitarra, tuve que dejar la batería porque atrás se pierde el carisma y además quiero cantar. Empezaría por Weezer, por lo que les gusta, y luego, seguramente cantaría una de Fito que me sale bien, y en Legalización de Ska-p (saco un papelillo, me preparo un cigarrillo y una china bakanuta de hachis...) sacaría el saxofón para que se enloquecieran, luego las mías, en japacho, inglés y español, y poco a poco reconocerán que el español es genial. Ya como tengo fama, para este concierto me conseguí un juego de vientos, trombones, saxofones y trompetas, un equipo de luces potente, todo para lograr hacer el homenaje que quiero.... "Fellas, I'm ready to get up and do my thing (yeah go ahead)... I wanna get into it man, you know (go ahead)... like a.. like a sex machine man (yeah go ahead)... movin' and doin' it you know... can I count it off?? (go ahead)... a 1 2 3 4...".. creo que todavía no me he echado el shampoo, pero si recuerdo bien los pasos de James Brown y van así.... la verdad todo está en las piernas, creo que siempre tuvo la cintura rígida a pesar de haber sido un sex symbol en su época. Lástima que nunca lo pude ver en vivo, creo que junto con Celia Cruz, significaron para mi las dos personas más alegres de la música, y pensaba que era inmortales, y me tomé un tiempo de luto como nunca le hice a nadie, the Godfather of soul, el verdadero creador del funk. Ahora utilizan la palabra funky en todo, y creen que todo tiene groove, pero para conocer verdaderamente el significado de esas palabras es necesario haber escuchado Funky Drummer. Esa batería, tal vez la razón por la que empecé a tomarme como oficio serio la percusión, tengo que tocar batería como sea, recuerdo de memoria Balaclava de Arctic Monkeys, tengo que hacer ruido rápido, necesito ese espacio para cantar tan alto como se me dé la gana. Después me traje al elenco original, la banda colombiana, estoy en el día de la música colombiana que pude montar con toda la fama que logré acumular, y traigo a The Black Cat Bone, y a toda la Bogotá Blues Society y a todos los que se peguen, y tocamos Dirty Strings y toco la batería como nunca. Los dedos arrugados me dicen que es suficiente, que se me hace tarde para volver a la realidad y que la gente generalmente solo canta en la ducha en lugar de montar el espectáculo completo, pero no es mi culpa que mi sangre amanezca con ganas de funk. Esto esta mal construido y no tiene ventanas. El vapor se acumula, igual que un sauna, se puede ver el vapor emanando de mi piel y poco a poco, si me demoro lo suficiente, se forman gotas en el techo. Después de dejar que se enfríe el lugar, empieza a caer el vapor condensado del techo, y es curioso observar la forma lenta en la que las extrañas estalactitas se forman. Es lluvia, la lluvia testigo de mi locura.