domingo, 24 de agosto de 2008

La Noche de las Cervezas

"No piense... ¡Hágale!"- dijo él. Yo sólo pude hacer una mueca. Si él supiera la cantidad de cosas que suelen pasarme por la cabeza, tal vez no lo hubiera dicho con tanta ligereza, aunque no es el primero que me reprocha la pensadera. De todas formas el alcohol me tenía con la mente lejana, mis perdidos ojos no podían enfocar bien la cara de nadie, y los rasgos de las personas de esa noche se me escapan, incluida la de ella.

Este fin de semana había sido planeado desde hacía casi quince días. Pero por supuesto, como toda noche demasiado anticipada, todo se dañó a última hora y la velada fue improvisada. Dos amigos cercanos y yo teníamos una extraña y retorcida especie de cita triple con unas amigas de una mujer que se proponía a seducir con todas sus fuerzas a uno de ellos. Al final de la tarde, él se asustó frente a la posibilidad de estar en un cuarto a solas con ella, se inventó una excusa y se terminaron las posibilidades de socialización premeditada con el otro género para todos. Para mí, que veía aquella situación como un final más que predecible para la situación, no significó una pérdida especial, pero para mi otro compañero, que carga con una larga espera en materia de mujeres, significó el drama que sólo la pérdida de dos semanas de ilusiones acumuladas significa.
Desde hace ya mucho tiempo solíamos pasar nuestros viernes en el mismo lugar de siempre: Red Soul. Un bar de rock poco vistoso, pero que nos acogía como nuestro tercer hogar (después de la facultad y la casa), y nos consentía con la música que nos gusta. Al final del semestre pasado, nuestro corazón dio un vuelco cuando al intentar ingresar la policía nos retuvo mientras clausuraban el lugar para siempre. Desde entonces no habíamos logrado encontrar un lugar que se nos presentara con el mismo ambiente que aquel lugar. Con los planes olvidados, decidimos pasar toda esa noche buscando nuestro nuevo escondite. Empezamos en la segunda opción, un lugar horrible y con nombre de música tropical, donde la música no tiene ninguna continuidad en el género, y a pesar de ser rock, palidece en sonido y ambiente. Enseguida fuimos al mejor lugar cercano: Bbar. Allí los dueños nos conocen, saben que tenemos buen gusto y me dejan sentarme como me da la gana, porque nunca he aprendido a sentarme decentemente en ningún lugar. Además hay una especia de mesanine, un cuarto más cerrado e íntimo con cojines y sofás que permiten una charla más personal. El problema es que después de las siete los precios suben, y a esa hora salimos de allá, buscando un lugar más barato. La zona ofrece muchas opciones para el amante del vallenato y la música tropical, pero las elecciones para los amantes del rock suelen ser bastante mal montadas. Entramos a un bar de metal, un cuchitril pequeño y oloroso aunque acogedor, pero mi camiseta beige clara, mi bufanda café y blanca, mis jeans azules y mi chaqueta café con rojo levantaron las miradas de una docena de tipos vestidos de negro de la cabeza a los pies, lo que me hizo temer por mi integridad física. El siguiente lugar promete ser mi próximo tercer hogar: Kirlibang Café (no sé si está bien escrito). Es un segundo piso amplio, con buena música, un sonido aceptable, una pequeña tarima, mesas, y una zona con una mesa de pool y almohadas alrededor. Nos concedieron una canción, y pedimos nuestro himno: Creep de Radiohead. Escuché Stone Temple Pilots, Nine Inch Nails y Calamaro entre otras buenas elecciones. Para este punto la cantidad de cerveza ingerida ya era bastante considerable, y mis funciones motoras empezaban a brillar por su ausencia. Cantaba todo, como siempre. Una de las razones por las que estos dos sujetos son mis grandes amigos es que también tienen la locura y la falta de pena para cantar con el corazón en la mano todas las canciones que nos ponen, así que en poco tiempo siempre terminamos por ser la mesa más animada de cualquier lugar a donde entremos. Para cuando salimos de allá, mi mente estaba dispersa, mis pasos erráticos y mi bolsillo vacío.
Sin embargo, estuve lo suficientemente lúcido como para convencerlos de entrar a uno de mis lugares favoritos. Natural Flow es tal vez el único lugar por la zona donde me siento cómodo para bailar y dejar libre mi afición por el funk. Solía ser este pequeño oasis de buena música, donde se podía socializar y agitar el cuerpo, pero en los últimos tiempos se ha regado la voz de la presencia de las siempre hermosas mujeres amantes de la música electrónica, con lo que ahora hay una saturación de hombres buscando acción los fines de semana. No puedo separarme de ese conjunto de hombres solos, pero lo que me mueve a entrar a aquel es un verdadero gusto al baile, por la música, por sentir los bajos entrando en mis huesos y por mover mi cuerpo sin cadenas. Probablemente bailaría solo si no fuera algo extraño para un hombre, sobre todo si va con amigos. Nos sentamos los tres en una mesa en una esquina oscura del lado menos lleno del lugar. Debo decir que mis amigos son bastante faltos de motricidad, y cuando intentaban imitar mi forma de contornearme en la silla se notaba que era un movimiento forzado, sin coordinación con la música. Del otro lado, sin modestia, puedo decir que mi cuerpo se mueve bien con esta música. Tengo el descaro de reírme al ver a otros hombres intentar seguir los ritmos, pero me he convencido de que tengo el talento para bailar, y tal vez sea porque soy mitad costeño, aunque esta música es poco asociada con esa región.
Ella estaba en la mesa del lado. Eran tres allí: aparentemente una pareja y ella. Estaba fumando un cigarrillo y moviéndose en la silla con atino. Mis amigos notaron que mi necesidad para bailar era importante, y me dieron el visto bueno de dejarlos abandonados, como muchos otros hombres que no habían encontrado la forma de abordar a nadie en el lugar. Cuando ella y sus acompañantes se levantaron para bailar un reggae, me levanté sin pena, tal vez ayudado por el coraje que da el alcohol y le dije que bailáramos. 
Hacía mucho tiempo no sentía tanta química en el baile con alguien. Ella decía que era difícil seguirme el paso. En un momento sentía que bailaba mucho más que cualquier otra chica con la que hubiera bailado, al decírselo ella me contestó que estaba imitándome, siguiéndome el paso, lo cual me subió el ego exponencialmente. Probablemente la abusiva cantidad de cerveza en mi sistema hizo que me lanzara decididamente a explorar nuestros límites. Después de bailar un rato, nos sentamos aparte y hablamos un rato. Mi habilidad con las palabras mostró frutos rápidamente, y la simple química del baile evolucionó en un palpitante interés. Volví a la mesa con mis amigos donde recibí las felicitaciones por el manejo de la situación. Me pedían además que intentara besarla, que "le tomara las placas", que "cerrara el negocio". Por lo demás, estaban ellos más que aburridos, como muchos más hombres en el bar, para quienes el baile no funciona bien, y tampoco la socialización rápida.
Yo disfrutaba la música, bailaba solo en mi silla. Me tomaba la cerveza con los ojos cerrados mientras movía mi cuerpo con el ritmo de la música, cuando de repente una mano tomó la mía y me arrastraba. Ella, sin intimidarse por mis amigos que no hacían más que mirarnos bailar me buscó y me sacó de mi momento musical y me llevó a un espacio libre. Recuerdo que era Gettin' Jiggy wit It de Will Smith, y le mostramos al la gente la forma en la que se baila. En este punto, la cerveza apagó mi calculadora cabeza, y disfruté el momento. Ella puso su brazos sobre mi hombro, y sintió mi altura, bajó sus manos a mis caderas y sintió el contorneo de mi cuerpo. Yo hice lo mismo, y la acerqué a mí, sentí su cuerpo cerca, sentí su delgada cintura siguiendo la música. Supongo que se sorprendió de que un hombre pudiera moverse así, al sentir mi constante movimiento me apretó un poco, y se acercó un poco más. Su rostro se perdió de repente, le pregunté si le pasaba algo, pero me dijo que nada. Me tomó de las manos y me llevó a un lugar más alejado de nuestras mesas. Giró su cuerpo, me dio la espalda y movió la cadera. Su cadera rozaba mi pelvis, y  estábamos cada vez más cerca. Tomé sus manos y la abracé desde atrás. Bajo mis manos grandes las suyas eran minúsculas y delicadas. Ella sintió toda la extensión de mi cuerpo rodeándola por la espalda. La abracé con más fuerza, la acerqué hacia mí, sentí sus pequeños senos sobre la blusa, me incliné y acerqué mi rostro a su oído. Su rostro volvió a perderse. Giró, bailamos de frente, abrazados muy de cerca, me incliné para llegar a sus labios, nuestras mejillas se tocaban, su piel era suave, su cuerpo estaba completamente pegado al mío... su amiga apareció al lado nuestro. Me soltó rápidamente, sus ojos volvieron a enfocarme con seriedad, me presentó a su amiga, y ella me miró con un desprecio criminal. Sus ojos me quemaron, eran inquisidores, penetrantes, yo era un abusador después de todo. Nos detuvimos, volvimos a nuestras mesas, y el efecto de la cerveza se detuvo.
"No piense... ¡Hágale!" - dijo él. Pero era demasiado tarde, mi cabeza volvió a ser la misma de siempre, el efecto anestesiador de la cerveza desapareció, y empecé a pensar la situación que acababa de suceder. Pensé que ella simplemente buscaba una aventura para el último fin de semana de sus vacaciones, y que cualquiera que la hubiera invitado a salir tendría el mismo resultado. También tenía la hipótesis de que era una verdadera atracción física, que sus feromonas y las mías eran del mismo olor, o que simplemente el alcohol había terminado en un efecto embellecedor que nos hizo reaccionar sin pensar demasiado.
Volvimos a bailar una vez más. Esta vez mantuve mi distancia, analizaba la situación. Ella parecía decidida, en un arranque imprevisto, me preguntó que si tenía calor, y sin esperar mi respuesta, me quitó la chaqueta. Un grupo a nuestra izquierda hizo un gesto de incrédulos, una mueca de puritanos. Mis amigos estaban en la esquina, no habían dejado de seguir nuestros pasos, me quité la chaqueta y se la tiré a uno de mis compañeros. Seguimos bailando, ella tomó la iniciativa esta vez. Me abrazó y sintió mi espalda mejor definida a través de la camiseta. Después de un baile donde nuestras piernas se cruzaron, y mi muslo derecho quedó atrapado entre sus piernas volvimos a descansar en nuestras mesas. Mis amigos estaban impresionados: ya les había contado de mi habilidad para bailar, pero no me habían visto en este tipo de situación. Habían terminado la cerveza hacía mucho tiempo, estaban siendo torturados con mi aparente éxito de una manera cruel. Termine mi cerveza pensando en lo que habíamos hablado. No había nada en ella que me llamara la atención, además de una fuerte atracción física. El descanso se prolongó, mis amigos se veían en un limbo de amargura, no podía mantenerlos allí.
Decidí terminar la noche. Aquellos días donde el éxito de salir era conseguir rumbearme con alguien quedaron atrás. Quedamos en volver a vernos, aunque probablemente no suceda, la verdad no quiero que suceda, quiero creer que el alcohol fue el mayor catalizador de la situación.
Volvimos a Bbar. El letargo de haber tomado, caminado, tomado, caminado, tomado más, bailado y tomado me pegó de repente. Eran las dos de la mañana. Nos sentamos en el espacio de los sofás y las almohadas. A nuestro lado habían dos mujeres unos años mayores a nosotros. Me dejé caer sobre el sillón y con una cerveza fuí cayendo en el sueño. Me sentí maduro, adulto, tal vez demasiado. Sentí mi libertad, sentí mi poder, cerré los ojos y dejé que la música se apoderara de mi alma. Canté One Way Or Another de Blondie, lo grité, nos veían como bichos raros. Estaba borracho, poco importaba lo que los demás dijeran. Me cumplieron la petición y colocaron Where Is My Mind de Pixies, tal vez la mejor canción para describir mi embriaguez, la canté con todo el aire de mis pulmones, y me dormí. Pasó algo curioso que no voy a escribir porque es difícil de creer. Nos sacaron a las 3.30 am, pasé la noche en la casa de uno de mis amigos. Desperté con ganas de ir a ciclovía y sin guayabo. Era sábado, desistí rápidamente de la ciclovía. Había llovido toda la noche, el aire era húmedo y frío, pero el sol era tan fuerte como podía estar a las nueve de la mañana. 


Fue interesante observar lo que sería de mí si no le diera tantas vueltas a las cosas. Dejarme llevar por el momento pudo haber cambiado el rumbo de la noche. Sin embargo, aún con demasiado alcohol, me fue imposible apagar la mente por demasiado tiempo. No me lamento de mis decisiones, y por ahora no busco simple diversión sino verdadera compañía. Bailar es algo que disfruto, y nunca lo he visto como la herramienta de seducción que puede ser. La verdad disfruto más estar en un bar con buena música y cantar como loco, allí también bailo, y todas las preocupaciones de la semana pierden sentido. Soy como soy, y así como soy no necesito una mujer para una noche, necesito a alguien con quien pueda conversar, con quien poder compartir. Después de releer la historia, recuerdo bien que odio conocer mujeres en los bares. Ya había decidido hacía mucho tiempo que no valía la pena, pero quiero creer que el alcohol y la sangre latina en mis venas me hicieron volver a perder el tiempo y de paso atormentar a mis amigos. Ahora la cosa se complica: mi próximo romance debe saber llevarme el paso y también debe poder escuchar buena música. La noche de la cervezas trae un problema más: la silueta se hace cada vez más exigente.


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