lunes, 19 de marzo de 2012

De anchoas y rostros

Soy el ingeniero que lee Kafka.

El rumor de la humanidad te arrastrará aunque te tapes los oídos y te alejes de la ventana. Los sonidos familiares de tu casa se llevaran prematuramente los gritos de tu mente intranquila.
Fumo porque me aceita las neuronas. La dulce intoxicación pulmonar es una manera consiente de repudiar la realidad corporal y la esclavitud intelectual. No hay frustración ni resignación, ni siquiera una búsqueda especial de sentido o un odio real por las sonrisas de la sociedad. Solo un andar inerte en el río del tiempo humano. Una piedra más en el fondo del caudal planetario. Un insignificante pez más en un cardumen de anchoas.

Hay algo hermoso en el anonimato de las miradas. La primera vez que leyó El Hombre de La Multitud pensó que se trataba de otra historia obscura de Poe. Se dio cuenta, sin embargo, que en la historia existen personajes que necesitan las masas para no afrontar el mundo. En mi caso, después de recorrer las calles con un verdadero hambre de ciudad, éstas se volvieron ahora caminos conocidos y valorados no por la aventura de flaneur sino por el anonimato de los rostros. No busco que las multitudes dirijan mi camino, busco perderme en las miradas anónimas, mezclarme como un personaje del escenario y desaparecer. Ser completamente único, completamente solo, y zambullirme sin preámbulos en un mundo sin rostros.

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