martes, 27 de diciembre de 2011

Bajo la mesa

Intentó simular un gesto de lascivia, pero la mueca forzada no tenían ningún tinte de sensualidad.
Decidió dejarse vencer por las ganas de orinar que le entregaron las dos botellas de cerveza negra que había tomado para ganar coraje, y luego volvió al pequeño y roto espejo del bar para practicar nuevamente la mirada amenazadora de animal en celo. Esta vez pensó que para lograr ser asertivo sus cejas tendrían que tener una curva en V que reflejara la fortaleza de sus palabras. Imaginó al rostro del reflejo diciendo "desnúdate" en una voz profunda y seca que dejara claro que no buscaba ningún tipo de conversación.

Salió del estrecho orinal y regresó a la mesa. Su compañero de conquistas ya había pedido otra ronda de cervezas y las tres mujeres parecían animadas en el trepidar del bar oscuro y barato en que habían logrado conocerlas.
Estudió los especímenes de la noches, las presas de su necesidad, sus gestos mal disimulados a través de las deformadas arrugas de mujer acostumbrada a charlar en un bar. Lanzó un comentario acerca de la importancia del tamaño y examinó las reacciones. Dos de ellas, disimulaban con estúpido asombro fingido que el tema no les importaba, y una de ellas se encargó de dejar claro que la importancia estaba en el grosor. Observó con satisfacción la secreta seriedad de sus palabras en un sutil pliegue en la esquina de los párpados entrecerrados, confirmando que su sentencia estaba argumentada en recuerdos. Se alegró de la aceptación de las otras dos y el inicio de un calor invadiendo la atmósfera de la mesa.

La miró directamente a los ojos y utilizó la mueca que había preparado en el espejo. Poco a poco verificó con agudeza las señales que había aprendido a identificar bien. Vio el ligero temblor del labio superior, vio como remojaba sus labios, vio el juego de sus manos con la botella, reconoció el ángulo de su pecho contra él, la dirección de sus miradas, la persistencia de sus sonrisa, el alboroto de su respiración. Cuando ella se dio cuenta de que los otros comensales estaban inmersos en sus propios temas, le hizo una señal y una sonrisa para integrarse a la conversación.

Su noble escudero había realizado perfectamente su función de distractor y de culebrero. Las risas llegaban antes del final de las historias, y el alcohol seguí fluyendo sin traumatismos. Escuchó con atención los dramas insípidos de los triángulos amorosos de oficinas, y las traiciones impensables de los anteriores novios, y colocó su mano en el muslo de ella por debajo de la mesa mientras miraba con atención al rostro de una de las mujeres que no paraba de hablar. Su acto conspirativo tuvo el efecto esperado cuando ella empezó a hablar de los problemas de la tinta de las impresoras en las oficinas mientras colocaba su mano sobre la de él debajo de la mesa y con la otra mano movía en círculos como el mago que se roba la atención de su público. La conversación siguió desarrollándose alrededor de alguna otra historia de jefes y secretarias, y pudo sentir cada vez con más detalle el calor de su cuerpo, las fibras tensándose bajo sus dedos. La miró a los ojos nuevamente y encontró unas retinas desbordadas. Le acomodó un mechó de cabello detrás de la oreja derecha, y se acercó para susurrarle si quería fumar (con la voz seca y dominante del macho cabrío). Sin resistencia se dejó guiar y antes de salir del bar la tenía firmemente tomada de la mano. Al salir al frío de la noche bogotana, colocó sus manos en las mejillas de ella y la beso sin pensarlo demasiado. Sintió la resistencia inicial de unos labios tibios y luego la caricia ofensiva de una lengua húmeda. Atrajo el cuerpo de ella al suyo y sintió la dulzura de sus senos contra sus pecho y una respiración agitada y entrecortada.
Volvieron a la mesa y las risas de sus compañeras no disimulaban que se burlaban de su falta de la falta de voluntad de ella. Espero otras dos rondas de cerveza para colocar nuevamente la mano en el muslo de ella. Cuando ella respondió colocando su mano sobre la de él, lo forzó a colocarla aún más arriba, más cerca de su objetivo final (Las almas solitarias se rinden a los instintos para olvidarse de la angustia de la libertad). Miró a su compañero, y este entendió que era la hora de realizar el movimiento final.


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